viernes, 19 de marzo de 2010

Escribir como modo de pensar.

Para cambiar registro de oralidad de los alumnos a la escrit-oral, al menos.

vía Redacción sin Dolor, el blog... de Sandro Cohen el 5/03/10

NO HAY MEJOR prueba que los errores más simples para confirmar que muchísima gente escribe tal como habla, sin reflexionar en que la escritura es un lenguaje emparentado aunque muy diferente del oral. Para mí no cabe duda de que nuestros lapsos nos delatan, como el que aparece en círculo en la nota que encabeza a esta entrada (Reforma, 15 de noviembre de 2009, “Nacional”, p. 14): “[…] con el rostro cubierto y con múltiples impactos de bala, a lado de una camioneta abandonada que tenía el motor y el radio encendido”.
Se trata de un error sencillo, no excesivamente grave en comparación con otros que magullan, asfixian y torturan las páginas de este y otros diarios del mundo de habla española. Además, los lectores lo compondrán casi sin darse cuenta. Hasta podría decirse que se trata de una errata, un error de dedo. ¡Lo que uno quiera llamarlo! Mi propósito aquí no se limita a señalar el error sino lo que hay detrás de él, en un sentido más amplio y de repercusiones mucho mayores para la escritura.
Cuando alguien escribe “El licenciado va hablar con el Presidente a las tres de la tarde”, o “[…]a lado de una camioneta abandonada […]”, la escritura reproduce fielmente el sonido que escucharíamos si el redactor hubiera elegido comunicarse en voz alta. Pero jamás escribiría “Nosotros vamos conversar” sino “vamos a conversar”. Otra vez, la escritura reflejaría el sonido. Con va hablar la preposición a se pierde entre las [a] de va y hablar. No se distingue, pero eso no quiere decir que deba dejar de escribirse. Lo mismo podemos afirmar de la l de la contracción al: no porque deja de oírse independientemente cuando se pronuncia antes de lado tenemos el derecho de suprimirla en la escritura. Al hacerlo, desnaturalizamos el sentido porque la ortografía que manejamos tiene historia y sentido en sí. Al violentarla, agredimos el sentido mismo de lo que escribimos.
Todos aquellos argumentos bizantinos —y a veces entretenidos— acerca de la necesidad de simplificar la ortografía española son, en realidad, una tremenda agresión en contra del significado de la escritura: los supuestos simplificadores desean borrar el sentido histórico y etimológico del idioma y devolvernos a un estado de oralidad bastante primitiva. Además, la castellana es una de las ortografías más fonéticas —y por ende sencillas— que existen. La inglesa y la francesa, en comparación, son muchísimo más difíciles, pero hasta los niños aprenden a dominarla si la estudian concienzudamente. ¿Y en México, quién realmente estudia la ortografía española? En lugar de echar la culpa de nuestros errores a una “ortografía difícil”, deberíamos señalar al sistema de educación pública —e incluyo aquí a su anquilosado sindicato— por deficiente y hasta cínico en sus enormes descuidos.
Con la reflexión anterior vuelvo al tema principal de esta breve disquisición: no debemos confundir el lenguaje escrito con el oral. Éste posee infinidad de trucos o herramientas de los cuales el lenguaje escrito carece: gestos, ademanes, tono de voz, ritmo, cambios de volumen, contacto visual, el conocimiento previo del contexto social de nuestros interlocutores… La escritura sólo tiene palabras y signos de puntuación. Si usted quiere, agregue letras cursivas y negritas. ¡Pero no hay más! Y con las puras palabras y signos de puntuación tenemos que expresarlo todo, desde el amor y el odio hasta las instrucciones más precisas para armar un columpio, pasando por la poesía, la narrativa y los ensayos sobre los cuales nuestra civilización se ha erigido (al lado de las demás bellas artes, por supuesto). Sin el lenguaje escrito, incluso, sería muy difícil que los científicos y los matemáticos comunicaran y explicaran con toda precisión sus descubrimientos e inventos. ¿Y qué decir de los filósofos, economistas, historiadores, sociólogos, psicólogos…? Para pronto: ¿qué sería de nuestra civilización sin el lenguaje escrito, bien escrito, ese que dice lo que tiene que decir con toda claridad y precisión para que las generaciones del futuro puedan heredar la sabiduría de sus antepasados?
Cuando estoy frente a un grupo de jóvenes —o no tan jóvenes— que desean aprender a expresarse bien por escrito, lo primero que trato de comunicarles está encerrado en el párrafo anterior, y puede afirmarse, también, de la siguiente manera: la escritura es un ejercicio de pensamiento, de análisis. El lenguaje oral, por otra parte, se da todos los días y a cada hora sin que el pensamiento y el análisis intervengan ni remotamente. Uno habla porque es natural. Sucede porque somos humanos. No es necesario que nos detengamos a reflexionar: reaccionamos. Cuando hablamos, nuestras palabras nos salen del alma, y para que salgan, no es requisito el pensamiento. Pero la escritura es otra cosa…
Si uno desea aprender a escribir bien, lo primero que debe hacer es ponerse a pensar, a analizar aquello que desea expresar por escrito. Después debe ordenar sus ideas estratégicamente para que surtan el mejor efecto. Pero a la hora de redactar, debe ser consciente de que la sintaxis —el orden de sus palabras— es muy importante, y que la gramática existe para que los lectores puedan asimilar fácilmente lo que nosotros queremos dar a entender. Esta mala palabra, “gramática”, no existe para darnos dolores de cabeza, por difíciles de comprender que puedan ser algunos libros que estudian el tema. La gramática es la estructura del idioma, una descripción de cómo funciona. Y cuando sabemos cómo funciona, podemos manejarlo con más facilidad y eficacia, y esto puede hacer felices a muchísimas personas.
El lenguaje oral es sumamente importante. Más allá de nuestra estructura física, es lo que más nos caracteriza como especie, y tenemos —probablemente— más de 50 mil años como seres hablantes, mediante idiomas y sus gramáticas respectivas. (La gran mayoría se ha perdido para siempre en nuestra lejana prehistoria). El lenguaje escrito, sin embargo, es un invento relativamente nuevo. En nuestra historia evolutiva es una verdadera novedad, pero ha sido éste el que nos ha llevado tan lejos y en tan poco tiempo. La escritura ha sido la catapulta de nuestra civilización. Saber escribir bien, y cuidar nuestra escritura, no es un lujo. Si queremos seguir avanzando como civilización, si no queremos que nos vuelvan a sumergir en la oscuridad —como ocurrió durante gran parte de nuestra Edad Media—, la escritura no puede considerarse como un lujo. Es el meollo mismo de lo que somos como seres pensantes y sensibles. En ella hemos grabado la esencia de la humanidad.

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