miércoles, 17 de noviembre de 2010
martes, 9 de noviembre de 2010
Lo imaginario Cl.Rosset
Lo imaginario.
Clément Rosset, nacido en 1939, es profesor-asistente de filosofía en la Universidad de Niza. Empezó muy temprano a publicar textos fílósófícos panfletarios —en particular una Lettre sur les chimpancés— y ha proseguido una reflexión divertida y desconcertante sobre los límites inciertos entre la realidad y la ilusión. Es autor de: Lógica de lo peor (Barral, 1976); La anti-naturaleza (Taurus); Le Réel et son double (Gallimard,1976); Le Réel, traite de 1'idiotie (Minuit,); LObjetsingulier (Minuit, 1979).
IV
Lo imaginario
La noción de imaginario ha ido tradicionalmente asociada a la idea de irrealidad, e incluso a un rechazo de lo real susceptible de conducir a la locura a cual- quiera que se abandonara imprudentemente a su dominio. Todas las definiciones de diccionario coinciden en reconocer en lo imaginario, por una parte, un producto de la imaginación, y por otra parte, un producto contrario a toda realidad; así por ejemplo esta, tomada de una edición reciente del Petit Roberf. «lo que sólo existe en la imaginación, lo que carece de realidad».
Pero, si bien el primer punto de la definición no se
presta a mucha discusión, el segundo resulta mucho
menos evidente. Que hay diferencia entre la imagina-
ción y lo real —iba a decir «diferencia de dimensión»,
llevado por un automatismo de escritura; en realidad
se trata más bien, como se verá, de una diferencia de
situación— no ofrece naturalmente ninguna duda;
pero que haya un divorcio entre los dos campos es en
cambio muy dudoso. Porque es totalmente cierto que
lo imaginario sólo existe como resultado de la imagi-
nación y no puede ser nunca, por tanto, el resultado
de una percepción directa de lo real; pero de esto no
se deriva en absoluto que lo imaginario implique una
denegación de la realidad, como sugiere Sartre al in-
sistir, en L''Imaginaire, en la función «desrealiwdora»
y «anuladora» de la imaginación.
Don Quijote
Las relaciones entre lo real y lo imaginario son
quizás al mismo tiempo mucho más próximas y más
sensibles, en el sentido fuerte de esta última palabra,
de lo que suele suponerse. Una fórmula célebre de G.
Bachelard, en L'Air et les Songes, puede servir como
advertencia y guía: «Un ser privado de la función de
lo irreal es tan neurótico como el ser privado de la
función de lo real.» Si la función de lo irreal, en la que
consiste lo imaginario, resulta así indisociable de la
función de lo real que caracteriza al hombre sano de
espíritu, es bien claro que aquélla no implica ni un re-
chazo de lo real ni siquiera una diferencia radical con
respecto al mismo.
Primer corolario: la denegación de lo real, en la
que consiste toda locura, no tiene nada que ver con lo
imaginario. Segundo corolario: la percepción de lo real
no solamente no se opone a la representación imagina-
ria, sino que reúne todos los requisitos para concordar
con ella, y por consiguiente debe parecérsele bastante.
Esto es por otra parte, lo que señala el mismo Bache-
lard, inmediatamente después de la frase ya citada:
«Habrá que encontrar, pues, una filiación regular de
lo real a lo imaginario.»
Para ilustrar y apoyar esta tesis de un buen enten-
dimiento fundamental entre lo real y lo imaginario, in-
vocaré el caso de un héroe universal en materia de
imaginación: Don Quijote, de Cervantes. Don Quijote
vive, al menos en gran parte, en un mundo imaginario;
Cervantes se cuida de advertirlo al lector desde el
primer capítulo de la novela: «Llénesele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encanta-
mientos como de pendencias, batallas, desafíos, herí das, requiebros, amores, tormentas y disparates im-
posibles.» Pero (y éste es un punto importante aun-
que, que yo sepa, ha sido poco subrayado) vive al mismo tiempo en el mundo real que sus extravagan-
cias nunca le hacen perder de vista en modo alguno.
Nada tan falso como la habitual imagen de Épinal de
un Sancho Panza con los pies en el suelo y un Don
Quijote que sueña con las estrellas.
Señalemos por otra parte que la inversa sería en
todo caso más cierta, ya que Don Quijote da muy a
menudo pruebas de una conciencia de lo real mucho
más clara y perspicaz que la de su escudero. Sancho
se pierde constantemente en razonamientos absurdos sobre la naturaleza de las cosas, un poco como Sgana-
relle en el Don Juan de Moliere; y, aunque siempre
acaba volviendo a lo real, es por casualidad, aquello
que Kant llamaría un «favor» de la naturaleza. Para
saber de la realidad Sancho necesita el azar de una
buena botella o de una buena cama; mientras que a su
maestro le basta con razonar, y razona bien. Sin em-
bargo, Don Quijote no ve claro: toma unos molinos de
viento por gigantes, un rebaño de ovejas por un ejér-
cito en formación, una asamblea de marionetas por
guerreros de carne y hueso. Pero lo notable es que
esta visión confusa no lleva consigo un pensamiento
confuso. Porque Don Quijote, una vez en contacto di-
recto con el molino, la oveja o la marioneta, reconoce
en seguida y de buen grado su error; error que atri-
buye, ya se sabe, a la responsabilidad del mago Fres-
ton, que le persigue con envidia y odio y no encuentra
medio mejor para contrariarle que hacer aparecer y
desaparecer ante sus ojos, por obra de su malicia, to-
dos los objetos por los que siente atracción.
Esta intervención del mago, invocada por Don Quijote cada vez que se le pide que explique sus vi- siones, tiene enorme importancia constituye incluso, en mi opinión, el resorte secreto de la novela, su idea generatriz: al mostrar que Don Quijote ve en cual- quier circunstancia lo visionario como visionario y lo
real como real, libra al ingenioso hidalgo de toda sos-
pecha de locura verdadera, por más que pueda decir o hacer insensateces. En otras palabras, Don Quijote
vive lo real como real y lo imaginario como imagina-
rio. Es decir, que no padece ninguna locura; a no ser
la que consiste en imaginar, demasiado común para ser inquietante.
Por otra parte, un estudio atento del texto mostra-
ría que Don Quijote sabe distinguir perfectamente lo
real de lo imaginario, que nunca cree en sus pretendi-
das locuras, las cuales no son más que extravagancias
en las que se mezclan confusamente mucha compla-
cencia, pero también, probablemente, cierta provoca-
ción. Por otra parte el mismo Cervantes señala el he-
cho y de la manera más clara, al final del capítulo
XLI de la segunda parte de su novela. Sancho Panza,
que ha tomado ejemplo de sus amo, divierte a la con-
currencia vanagloriándose de un viaje por los espacios
siderales que habría efectuado montado en un caballo
fabuloso, Clavileño, amablemente puesto a su disposi-
ción por sus burlones protectores. Don Quijote le
llama aparte y le dice al oído: «Sancho, pues vos que-
réis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo
quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de
Montesinos. Y no os digo más.»
Ningún divorcio pues entre lo real tal como lo vive
cotidianamente Don Quijote y lo imaginario tal como
se le representa de vez en cuando y que no es más que
lo real común afectado por un pequeño coeficiente de
irrealidad. Es un coeficiente de irrealidad sin inciden-
cia grave, ya que se muestra como tal y desaparece ante la primera incitación procedente de lo real, como
sucede en tantos episodios de Don Quijote.
Del mismo paño
Lo mismo ocurre con estos números que los ma-
temáticos llaman imaginarios, cuya fórmula asocia
cualidades reales (a,b) a una cantidad imaginaria;' de-
finida por la expresión, algebraicamente paradójica, una mezcla aparentemente monstruosa entre
racional e irracional, de la que resultan sin embargo
manipulaciones extraordinariamente sabias y sobre
todo perfectamente sensatas. Estos números no cons- tituyen en efecto una ofensa para la razón ni para nin-
gún tipo de realidad, ya que se admite la hipótesis de
que no es inconcebible añadir a cantidades reales una
cantidad imaginaria;'.
Poco importa que esta hipótesis choque con el ál-
gebra o con el sentido común; le basta con ser precisa
para ser operativa. Es fácil advertir que el tipo parti-
cular de «realidad» de los números imaginarios es el
mismo de cualquier objeto imaginario, que basta con
llegar a un simple acuerdo sobre una definición de
base, por increíble que ésta pueda ser.
Hay, por tanto, buenas razones para estimar que la
estructura de lo imaginario no difiere fundamental-
mente de la de lo real y que, para usar una expresión
de Shakespeare, la percepción de lo real y la repre-
sentación imaginaria están cortadas del mismo paño.
Lo imaginario no es algo distinto de lo real; es lo real
ligeramente desplazado en relación con su espacio y
su tiempo propios, situado en lo que Octave Mannoni,
en sus Clefs pour 1'imaginaire, llama «otra escena».
Se trata siempre de la misma realidad, pero se pro-
duce en un escenario no habitual que representa una
especie de espacio protegido: no hay que entender por
tal un lugar de escapatoria de lo real, sino al contrario
un lugar en donde lo real está como preservado al
abngo de lo que hay de constitucionalmente frágil en
la realidad misma. Es un dominio privilegiado, en re-
serva de lo real, como por ejemplo el del arte o el de la
imaginación infantil.
Así Manuel de Falla cuando era niño, según cuenta
RoIand-Manuel en su estudio sobre el gran músico es-
pañol, vivió durante seis años una doble vida, una con
su familia y su enlomo, y otra en una habitación
apartada de su casa que constituía una especie de uni-
verso paralelo, un mundo privado donde no entraba
nadie y que él bautizó con el nombre de «Colombo»-
«De vuelta a Cádiz, con la ternura que conserva hacia
su ciudad natal, la ciudad de las noches hermosas, se
encierra con sus sueños en una pieza retirada que
llama el «Edén», allí construye una ciudad de Utopía
que recompone todos los encantos de la ciudad perdi-
da.( Sevilla, donde el joven Falla había residido y donde hu
biera querido quedarse). Es «Colombo», que puebla y gobierna con la
imaginación, mientras en realidad la defiende de la
curiosidad del mundo exterior. Durante seis años sin
que su familia ni sus compañeros lleguen a enterarse
aquel niño meditabundo y taciturno cumple seria-
mente los deberes de las diversas cargas que le im-
pone el gobierno de su metrópoli. El consejo munici-
pal, los redactores de diarios, los académicos y los administradores de sociedades penetran en el Edén
por la puerta del armario empotrado.»
Seis años de cohabitación pacífica entre lo real y lo
imaginario, que atestiguan a su manera la perfecta
compatibilidad de los dos campos y su respeto recí proco. Y, digámoslo como anécdota, seis años que
hubieran durado más sin la intervención, tardía pero
fulminante, de los padres del futuro músico que, al
descubrir inesperadamente la existencia de «Co-
lombo», llevaron a su hijo al médico y quemaron in-
mediatamente los archivos de la ciudad secreta: un
gesto del que hay que señalar que es exactamente
idéntico al del cura y el barbero del pueblo que pre-
tenden curar a Don Quijote, al principio de sus aven-
turas, metiéndole en la cama y quemando sus libros.
La ilusión
Así pues, parece erróneo oponer lo real a lo imagi-
nario. Lo imaginario se amolda perfectamente a lo real
y, como se ha visto, sabe rendirle justicia en todo
momento. Lo que se opone a lo real no es en absoluto
lo imaginario, sino lo ilusorio; y el dominio de lo iluso-
rio no tiene nada en común con el de lo imaginario. La
ilusión se caracteriza esencialmente por la impreci-
sión: es decir, por una incapacidad total de definir
exactamente cualquier objeto de deseo, unida a la de-
negación de todo objeto preciso que pudiera propo-
nérsele. Lo atestigua Mme. Bovary, cuyos sueños no
consisten solamente en la constitución de un mundo
imaginario, sino en el constante repudio de toda reali-
dad tangible. Los sueños que le perturban el espíritu
aluden menos a una realidad imaginada que a la imagi-
nación, si puede decirse así, de una realidad cual-
quiera; deseo paradójico que resume lo esencial de la
ilusión y tal vez del romanticismo.
Tal imaginación ilusoria es evidente y necesaria-
mente imprecisa, y sólo puede ejercerse en la vague-
dad. Pero sucede exactamente lo contrario que con lo
imaginario propiamente dicho. Porque no hay nada tan
preciso, si se reflexiona bien, como el canipo de lo imaginario. Valery Larbaud, por ejemplo en sus Enfantines, muestra perfectamente hasta qué punto lo imaginario infantil está indisolublemente ligado a la
exactitud, al orden del registro, del trazado topográ-
fico. El deseo, frecuente en el niño, de querer que le
repitan un cuento favorito en los mismos términos, sin
la menor variación, es una expresión bien conocida de
esa necesidad de precisión propia de lo imaginario in-
fantil, como de todo imaginario.
Se sabe que Don Quijote manifiesta el mismo afán
de exactitud; detalla siempre lo que ha observado en
sus arrebatos, describe minuciosamente los lugares
da cifras, cita nombres: Pentapolino, Alifanfarón Ti-'
monel de Carcajona. Nada se abandonaba tampoco al
azar en el mundo de «Colombo», en el que reinaba el
joven Manuel de Falla; todo tenía su lugar y tpdo es-
taba ordenado, hasta la cuota fiscal exigible a cada
una de las figuras que componían su teatro, según
Roland-Manuel: «Un día de carnaval, buscaban a
Manolo por todas partes para enseñarle las máscaras
que pasaban por la calle. Pero fue imposible encon-
trarle, ocupado como estaba en fijar las cuotas de la
contribución personal de sus administrados.»
Lo que sucede en lo imaginario obedece a leyes tan
estrictas, porqué se trata en el fondo de las mismas
leyes, como lo que sucede en lo real: no se confundirá
nunca una persona con otra, un lugar con otro un
momento con otro. Así como lo ilusorio es vago lo
imaginario es preciso. El lema de lo imaginario podría
ser esta notable fórmula de Samuel Butler: « I do not
mind lying, but I hate inaccuracy»: No me importa
mentir, pero odio la imprecisión. _____________
Clément Rosset, nacido en 1939, es profesor-asistente de filosofía en la Universidad de Niza. Empezó muy temprano a publicar textos fílósófícos panfletarios —en particular una Lettre sur les chimpancés— y ha proseguido una reflexión divertida y desconcertante sobre los límites inciertos entre la realidad y la ilusión. Es autor de: Lógica de lo peor (Barral, 1976); La anti-naturaleza (Taurus); Le Réel et son double (Gallimard,1976); Le Réel, traite de 1'idiotie (Minuit,); LObjetsingulier (Minuit, 1979).
IV
Lo imaginario
La noción de imaginario ha ido tradicionalmente asociada a la idea de irrealidad, e incluso a un rechazo de lo real susceptible de conducir a la locura a cual- quiera que se abandonara imprudentemente a su dominio. Todas las definiciones de diccionario coinciden en reconocer en lo imaginario, por una parte, un producto de la imaginación, y por otra parte, un producto contrario a toda realidad; así por ejemplo esta, tomada de una edición reciente del Petit Roberf. «lo que sólo existe en la imaginación, lo que carece de realidad».
Pero, si bien el primer punto de la definición no se
presta a mucha discusión, el segundo resulta mucho
menos evidente. Que hay diferencia entre la imagina-
ción y lo real —iba a decir «diferencia de dimensión»,
llevado por un automatismo de escritura; en realidad
se trata más bien, como se verá, de una diferencia de
situación— no ofrece naturalmente ninguna duda;
pero que haya un divorcio entre los dos campos es en
cambio muy dudoso. Porque es totalmente cierto que
lo imaginario sólo existe como resultado de la imagi-
nación y no puede ser nunca, por tanto, el resultado
de una percepción directa de lo real; pero de esto no
se deriva en absoluto que lo imaginario implique una
denegación de la realidad, como sugiere Sartre al in-
sistir, en L''Imaginaire, en la función «desrealiwdora»
y «anuladora» de la imaginación.
Don Quijote
Las relaciones entre lo real y lo imaginario son
quizás al mismo tiempo mucho más próximas y más
sensibles, en el sentido fuerte de esta última palabra,
de lo que suele suponerse. Una fórmula célebre de G.
Bachelard, en L'Air et les Songes, puede servir como
advertencia y guía: «Un ser privado de la función de
lo irreal es tan neurótico como el ser privado de la
función de lo real.» Si la función de lo irreal, en la que
consiste lo imaginario, resulta así indisociable de la
función de lo real que caracteriza al hombre sano de
espíritu, es bien claro que aquélla no implica ni un re-
chazo de lo real ni siquiera una diferencia radical con
respecto al mismo.
Primer corolario: la denegación de lo real, en la
que consiste toda locura, no tiene nada que ver con lo
imaginario. Segundo corolario: la percepción de lo real
no solamente no se opone a la representación imagina-
ria, sino que reúne todos los requisitos para concordar
con ella, y por consiguiente debe parecérsele bastante.
Esto es por otra parte, lo que señala el mismo Bache-
lard, inmediatamente después de la frase ya citada:
«Habrá que encontrar, pues, una filiación regular de
lo real a lo imaginario.»
Para ilustrar y apoyar esta tesis de un buen enten-
dimiento fundamental entre lo real y lo imaginario, in-
vocaré el caso de un héroe universal en materia de
imaginación: Don Quijote, de Cervantes. Don Quijote
vive, al menos en gran parte, en un mundo imaginario;
Cervantes se cuida de advertirlo al lector desde el
primer capítulo de la novela: «Llénesele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encanta-
mientos como de pendencias, batallas, desafíos, herí das, requiebros, amores, tormentas y disparates im-
posibles.» Pero (y éste es un punto importante aun-
que, que yo sepa, ha sido poco subrayado) vive al mismo tiempo en el mundo real que sus extravagan-
cias nunca le hacen perder de vista en modo alguno.
Nada tan falso como la habitual imagen de Épinal de
un Sancho Panza con los pies en el suelo y un Don
Quijote que sueña con las estrellas.
Señalemos por otra parte que la inversa sería en
todo caso más cierta, ya que Don Quijote da muy a
menudo pruebas de una conciencia de lo real mucho
más clara y perspicaz que la de su escudero. Sancho
se pierde constantemente en razonamientos absurdos sobre la naturaleza de las cosas, un poco como Sgana-
relle en el Don Juan de Moliere; y, aunque siempre
acaba volviendo a lo real, es por casualidad, aquello
que Kant llamaría un «favor» de la naturaleza. Para
saber de la realidad Sancho necesita el azar de una
buena botella o de una buena cama; mientras que a su
maestro le basta con razonar, y razona bien. Sin em-
bargo, Don Quijote no ve claro: toma unos molinos de
viento por gigantes, un rebaño de ovejas por un ejér-
cito en formación, una asamblea de marionetas por
guerreros de carne y hueso. Pero lo notable es que
esta visión confusa no lleva consigo un pensamiento
confuso. Porque Don Quijote, una vez en contacto di-
recto con el molino, la oveja o la marioneta, reconoce
en seguida y de buen grado su error; error que atri-
buye, ya se sabe, a la responsabilidad del mago Fres-
ton, que le persigue con envidia y odio y no encuentra
medio mejor para contrariarle que hacer aparecer y
desaparecer ante sus ojos, por obra de su malicia, to-
dos los objetos por los que siente atracción.
Esta intervención del mago, invocada por Don Quijote cada vez que se le pide que explique sus vi- siones, tiene enorme importancia constituye incluso, en mi opinión, el resorte secreto de la novela, su idea generatriz: al mostrar que Don Quijote ve en cual- quier circunstancia lo visionario como visionario y lo
real como real, libra al ingenioso hidalgo de toda sos-
pecha de locura verdadera, por más que pueda decir o hacer insensateces. En otras palabras, Don Quijote
vive lo real como real y lo imaginario como imagina-
rio. Es decir, que no padece ninguna locura; a no ser
la que consiste en imaginar, demasiado común para ser inquietante.
Por otra parte, un estudio atento del texto mostra-
ría que Don Quijote sabe distinguir perfectamente lo
real de lo imaginario, que nunca cree en sus pretendi-
das locuras, las cuales no son más que extravagancias
en las que se mezclan confusamente mucha compla-
cencia, pero también, probablemente, cierta provoca-
ción. Por otra parte el mismo Cervantes señala el he-
cho y de la manera más clara, al final del capítulo
XLI de la segunda parte de su novela. Sancho Panza,
que ha tomado ejemplo de sus amo, divierte a la con-
currencia vanagloriándose de un viaje por los espacios
siderales que habría efectuado montado en un caballo
fabuloso, Clavileño, amablemente puesto a su disposi-
ción por sus burlones protectores. Don Quijote le
llama aparte y le dice al oído: «Sancho, pues vos que-
réis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo
quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de
Montesinos. Y no os digo más.»
Ningún divorcio pues entre lo real tal como lo vive
cotidianamente Don Quijote y lo imaginario tal como
se le representa de vez en cuando y que no es más que
lo real común afectado por un pequeño coeficiente de
irrealidad. Es un coeficiente de irrealidad sin inciden-
cia grave, ya que se muestra como tal y desaparece ante la primera incitación procedente de lo real, como
sucede en tantos episodios de Don Quijote.
Del mismo paño
Lo mismo ocurre con estos números que los ma-
temáticos llaman imaginarios, cuya fórmula asocia
cualidades reales (a,b) a una cantidad imaginaria;' de-
finida por la expresión, algebraicamente paradójica, una mezcla aparentemente monstruosa entre
racional e irracional, de la que resultan sin embargo
manipulaciones extraordinariamente sabias y sobre
todo perfectamente sensatas. Estos números no cons- tituyen en efecto una ofensa para la razón ni para nin-
gún tipo de realidad, ya que se admite la hipótesis de
que no es inconcebible añadir a cantidades reales una
cantidad imaginaria;'.
Poco importa que esta hipótesis choque con el ál-
gebra o con el sentido común; le basta con ser precisa
para ser operativa. Es fácil advertir que el tipo parti-
cular de «realidad» de los números imaginarios es el
mismo de cualquier objeto imaginario, que basta con
llegar a un simple acuerdo sobre una definición de
base, por increíble que ésta pueda ser.
Hay, por tanto, buenas razones para estimar que la
estructura de lo imaginario no difiere fundamental-
mente de la de lo real y que, para usar una expresión
de Shakespeare, la percepción de lo real y la repre-
sentación imaginaria están cortadas del mismo paño.
Lo imaginario no es algo distinto de lo real; es lo real
ligeramente desplazado en relación con su espacio y
su tiempo propios, situado en lo que Octave Mannoni,
en sus Clefs pour 1'imaginaire, llama «otra escena».
Se trata siempre de la misma realidad, pero se pro-
duce en un escenario no habitual que representa una
especie de espacio protegido: no hay que entender por
tal un lugar de escapatoria de lo real, sino al contrario
un lugar en donde lo real está como preservado al
abngo de lo que hay de constitucionalmente frágil en
la realidad misma. Es un dominio privilegiado, en re-
serva de lo real, como por ejemplo el del arte o el de la
imaginación infantil.
Así Manuel de Falla cuando era niño, según cuenta
RoIand-Manuel en su estudio sobre el gran músico es-
pañol, vivió durante seis años una doble vida, una con
su familia y su enlomo, y otra en una habitación
apartada de su casa que constituía una especie de uni-
verso paralelo, un mundo privado donde no entraba
nadie y que él bautizó con el nombre de «Colombo»-
«De vuelta a Cádiz, con la ternura que conserva hacia
su ciudad natal, la ciudad de las noches hermosas, se
encierra con sus sueños en una pieza retirada que
llama el «Edén», allí construye una ciudad de Utopía
que recompone todos los encantos de la ciudad perdi-
da.( Sevilla, donde el joven Falla había residido y donde hu
biera querido quedarse). Es «Colombo», que puebla y gobierna con la
imaginación, mientras en realidad la defiende de la
curiosidad del mundo exterior. Durante seis años sin
que su familia ni sus compañeros lleguen a enterarse
aquel niño meditabundo y taciturno cumple seria-
mente los deberes de las diversas cargas que le im-
pone el gobierno de su metrópoli. El consejo munici-
pal, los redactores de diarios, los académicos y los administradores de sociedades penetran en el Edén
por la puerta del armario empotrado.»
Seis años de cohabitación pacífica entre lo real y lo
imaginario, que atestiguan a su manera la perfecta
compatibilidad de los dos campos y su respeto recí proco. Y, digámoslo como anécdota, seis años que
hubieran durado más sin la intervención, tardía pero
fulminante, de los padres del futuro músico que, al
descubrir inesperadamente la existencia de «Co-
lombo», llevaron a su hijo al médico y quemaron in-
mediatamente los archivos de la ciudad secreta: un
gesto del que hay que señalar que es exactamente
idéntico al del cura y el barbero del pueblo que pre-
tenden curar a Don Quijote, al principio de sus aven-
turas, metiéndole en la cama y quemando sus libros.
La ilusión
Así pues, parece erróneo oponer lo real a lo imagi-
nario. Lo imaginario se amolda perfectamente a lo real
y, como se ha visto, sabe rendirle justicia en todo
momento. Lo que se opone a lo real no es en absoluto
lo imaginario, sino lo ilusorio; y el dominio de lo iluso-
rio no tiene nada en común con el de lo imaginario. La
ilusión se caracteriza esencialmente por la impreci-
sión: es decir, por una incapacidad total de definir
exactamente cualquier objeto de deseo, unida a la de-
negación de todo objeto preciso que pudiera propo-
nérsele. Lo atestigua Mme. Bovary, cuyos sueños no
consisten solamente en la constitución de un mundo
imaginario, sino en el constante repudio de toda reali-
dad tangible. Los sueños que le perturban el espíritu
aluden menos a una realidad imaginada que a la imagi-
nación, si puede decirse así, de una realidad cual-
quiera; deseo paradójico que resume lo esencial de la
ilusión y tal vez del romanticismo.
Tal imaginación ilusoria es evidente y necesaria-
mente imprecisa, y sólo puede ejercerse en la vague-
dad. Pero sucede exactamente lo contrario que con lo
imaginario propiamente dicho. Porque no hay nada tan
preciso, si se reflexiona bien, como el canipo de lo imaginario. Valery Larbaud, por ejemplo en sus Enfantines, muestra perfectamente hasta qué punto lo imaginario infantil está indisolublemente ligado a la
exactitud, al orden del registro, del trazado topográ-
fico. El deseo, frecuente en el niño, de querer que le
repitan un cuento favorito en los mismos términos, sin
la menor variación, es una expresión bien conocida de
esa necesidad de precisión propia de lo imaginario in-
fantil, como de todo imaginario.
Se sabe que Don Quijote manifiesta el mismo afán
de exactitud; detalla siempre lo que ha observado en
sus arrebatos, describe minuciosamente los lugares
da cifras, cita nombres: Pentapolino, Alifanfarón Ti-'
monel de Carcajona. Nada se abandonaba tampoco al
azar en el mundo de «Colombo», en el que reinaba el
joven Manuel de Falla; todo tenía su lugar y tpdo es-
taba ordenado, hasta la cuota fiscal exigible a cada
una de las figuras que componían su teatro, según
Roland-Manuel: «Un día de carnaval, buscaban a
Manolo por todas partes para enseñarle las máscaras
que pasaban por la calle. Pero fue imposible encon-
trarle, ocupado como estaba en fijar las cuotas de la
contribución personal de sus administrados.»
Lo que sucede en lo imaginario obedece a leyes tan
estrictas, porqué se trata en el fondo de las mismas
leyes, como lo que sucede en lo real: no se confundirá
nunca una persona con otra, un lugar con otro un
momento con otro. Así como lo ilusorio es vago lo
imaginario es preciso. El lema de lo imaginario podría
ser esta notable fórmula de Samuel Butler: « I do not
mind lying, but I hate inaccuracy»: No me importa
mentir, pero odio la imprecisión. _____________
viernes, 5 de noviembre de 2010
Historias de los Cultural studies
La institucionalización de los estudios de la comunicación
Historias de los Cultural studies
Armand Mattelart y Erik Neveu
Después de analizar su historia desde sus orígenes en los años sesenta, se nota que urge plantear una interrogante
epistemológica acerca del lugar ocupado por los Cultural studies en el mapa de las ciencias sociales y qué nuevas alianzas
interdisciplinarias son necesarias.
Si se bebiese en el "océano de relatos" mencionado por Rushdie (1990), existirían muchas formas de restablecer la historia
de los Cultural studies británicos. Al estilo de una Success story que estuviese a la altura de las mitologías empresariales de
los años ochenta: cómo artesanos de la investigación relacionados entre sí a finales de los años cincuenta logran, al cabo de
diez años, crear una PYME (Pequeña y Mediana Empresa) en la Universidad de Birmingham, y cómo, transcurrido un cuarto
de siglo, ésta se convierte en una multinacional académica. El modelo narrativo también podría ser más ácido, más político, y
adoptar la forma de una suerte de Bildungsroman académico, que describiese la deriva de un grupo de angry young men que
estaban comprometidos con el marxismo en la década de los sesenta, cuando tenían veinte años, pero que, un cuarto de
siglo más tarde, se hallaban convertidos en su mayoría en los campeones consagrados de una disciplina amansada, en
personajes como los de David Lodge que se pasan la vida en los coloquios, en este equivalente académico del circuito ATP
(Asociación de Tenistas Profesionales) que son los happenings universitarios celebrados alrededor de los Cultural studies.
¿No inventó el Wall Street Journal la noción de "Yummies" (Young upwardly mobile marxists) para criticar a los lectores de
Marxism Today? Asimismo, cabría la posibilidad de que el relato se plegara al modelo de las grandes sagas familiares que
trazan la historia de varias generaciones y cuentan el destino de una diáspora de personajes. ¿No está exiliada hoy en todos
los confines del mundo anglófono la mayor parte de los jóvenes investigadores de la primera generación y, quizás, incluso de
la segunda? Dick Hebdige, que reside en Los Ángeles; Ien Ang, en Australia, e Iain Chambers, en Italia, constituyen lo que
Kuan-Hsing Chen calificó de red de diasporic intellectuals. La opción narrativa podría también tornarse sombría, o caer en la
irrisión, y evocar, una vez desaparecidos los padres fundadores, episodios en los que los herederos –y, como llegó a sugerirlo
Antonia Byatt (1990), las herencias intelectuales no son las que garantizan las conductas más desinteresadas– compiten por
el título de continuador auténtico de la gran tradición de los Cultural studies, valiéndose de glosas, de filiaciones reivindicadas
o del recuerdo de su antigua presencia en Birmingham, ascendido al equivalente funcional del "Yo estaba presente" de los
veteranos de Austerlitz (o, más bien, de Waterloo).
Estamos obligados a reconocer el carácter más austero del modelo narrativo escogido aquí, ya que adoptará la forma de un
balance crítico. Lo impone la situación, que, a la vez, incita a la prudencia. El trabajo científico acumulado a lo largo de casi
cuarenta años de actividad y su resonancia en la comunidad académica internacional constituyen datos importantes en el
panorama de las ciencias sociales. Basta para demostrarlo con mencionar los nombres de Richard Hoggart, Edward P.
Thompson, Raymond Williams, Stuart Hall, Dick Hebdige, David Morley, Terry Eagleton y, más recientemente, Ien Ang. Por lo
demás, el objetivo de un balance crítico queda más al alcance, por la verdadera oleada de síntesis, readers y miradas
retrospectivas que produce actualmente la edición científica anglosajona (Brantlinger, 1990; During, 1993; Chaney, 1994;
Davies, 1995). Pero la abundancia de retrospectivas, digna de un bicentenario de la Revolución Francesa, crea también
dificultades. Cuando se abren cada semestre departamentos de Cultural studies en universidades norteamericanas,
canadienses, australianas e incluso latinoamericanas y asiáticas, mientras se esfuman poco a poco los padres fundadores, las
retrospectivas se convierten, en gran parte, en una maniobra de captación de herencia. La excesiva producción de balances
sirve a menudo a sus autores como reivindicación de legitimidad, que les da la autoridad necesaria para contar la verdadera
historia de una aventura intelectual y declararse su legatario (1). Tal no es nuestro propósito y el provincianismo francés en
este campo tiene por lo menos una ventaja disuasoria respecto de semejantes reivindicaciones. Al hilo de la historia
intentaremos reconstituir las articulaciones y las etapas de una aventura científica innovadora y sugerir su fecundidad, así
como las condiciones sociales de éxito. Al observar que la situación contemporánea de dicha corriente se caracteriza por la
fragmentación y la trivialización, intentaremos destacar tanto las amenazas de esterilidad como las potencialidades de una
nueva dinámica intelectual cuyas apuestas son, de un modo indisociable, científicas y políticas.
LOS CULTURAL STUDIES ANTES DE LOS CULTURAL STUDIES
La gran tradición de la literatura inglesa
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Surge a lo largo de la última tercera parte del siglo XIX una problemática, conocida bajo la denominación de "Culture and
Society", por la que se interesaban autores tan distintos como Matthew Arnold, John Ruskin o William Morris (2). Más allá de
sus diferencias políticas –al contrario de los dos primeros, Morris, tras un largo desvío por la poesía romántica, empieza a
militar en la izquierda política y es uno de los cofundadores de la Socialist League–, los tres comparten una misma actitud
crítica, de tipo culturalista, hacia la "civilización moderna". Estigmatizan al siglo XIX como el "siglo de los perjuicios
ambientales", en el que triunfan el "mal gusto" de la "sociedad de masa" y la "pobreza de su cultura". Trabajo mecanizado,
urbanismo inorgánico, uniformización en el vestir, proliferación de paneles publicitarios, omnipresencia de productos alterados,
todo esto desfiguró la vida cotidiana y destruyó el "deseo de producir cosas hermosas". Centrada en las nociones de beneficio
y producción, la mentalidad utilitarista de la nueva clase media en el poder redujo el arte al papel de ornamento no rentable. Si
se la compara con los países del continente, la sociedad victoriana está, en aquel entonces, en la vanguardia, por lo que
respecta al nacimiento de formas culturales vinculadas con el sistema industrial. A esta precocidad se debe sin duda, por lo
menos en una gran medida, el que algunos de sus intelectuales se hayan adelantado en las críticas contra las "consecuencias
culturales del advenimiento de la civilización moderna". Raymond Williams dio buena muestra de dicha precocidad cuando
describió la génesis del sistema publicitario británico como "sistema organizado de información y persuasión comerciales",
piedra de toque del sistema de los medios de comunicación social. Por ejemplo, es en la Inglaterra de la segunda mitad del
siglo XIX donde se libran las primeras escaramuzas jurídicas acerca de la regulación de este tipo de actividad. Fue de ahí de
donde surgieron las primeras críticas activas a este tipo de cultura industrializada, inherente a un "capitalismo a gran escala",
y también fue este país el que alumbró los primeros códigos deontológicos y las primeras organizaciones corporativas de
defensa de la profesión, tanto a nivel nacional como al de las alianzas internacionales (Williams, 1991). Gran Bretaña adelanta
al resto del continente en cada generación técnica (por ejemplo, en 1962 el 82 por ciento de sus hogares está dotado de
televisores, porcentaje que se reduce a un 27 por ciento en Francia, un 29 por ciento en Italia y un 41 por ciento en la RFA).
Figura central en la tradición "Culture and Society", Matthew Arnold, autor de Culture and Anarchy (1869), preconiza la
enseñanza de la literatura inglesa en las escuelas del Estado, como medio para salir de la crisis ideológica en la cual está
hundida la sociedad desde que la religión dejó de cohesionarla. Sin embargo, el papel emancipador que, supuestamente,
debían desempeñar las grandes obras literarias, no tarda en revelar su ambigüedad social. Si bien esta empresa de
transmisión de los valores morales a través del libro heleniza a la clase media beocia, la nueva clase dominante, también se le
encomienda la misión cívica de pacificar e integrar a la clase obrera. Como apunta con ironía Terry Eagleton, teórico de los
estudios literarios y culturales: "Si las masas no reciben algunas novelas sobre la cabeza, corremos el riesgo de que nos tiren
algunos adoquines". (Eagleton, 1994, 24). Resulta significativo el que haya sido primero en las escuelas técnicas, en los
colegios de formación profesional y en los cursos de educación permanente donde empezó a institucionalizarse la enseñanza
de la literatura humanística.
No es sino durante el período entre las dos guerras que se introducen realmente los "estudios ingleses" entre las asignaturas
de las universidades de Oxford y Cambridge, por iniciativa de docentes oriundos de la pequeña burguesía, quienes, por vez
primera, llegan hasta estas altas esferas de la aristocracia. Su artífice es Frank Raymond Leavis (1895-1978), hijo de un
comerciante en instrumentos musicales. Fundada en 1932 como órgano de expresión del movimiento leavisiano, la revista
Scrutiny se convierte en el centro de una cruzada moral y cultural contra el embrutecimiento practicado por los medios de
comunicación social y la publicidad. Se aprovecha cualquier oportunidad para reafirmar la capacidad liberadora del
aprendizaje, bajo la tutela de la elite culta, de la Gran Tradición de la ficción inglesa. Eagleton enjuicia con severidad el
balance de la publicación leavisiana y su fe incondicional en la capacidad de los nuevos educadores para atajar la
"degeneración de la cultura": "La revista opta por esta solución idealista por no querer considerar una solución política. No
cabe duda de que la utilización de las clases de literatura inglesa para advertir a los alumnos contra la fuerza manipuladora de
la publicidad o la pobreza lingüística de la prensa popular es una tarea importante, mucho más que la que consiste en
obligarles a memorizar la carga de la brigada ligera. Scrutiny crea efectivamente estos estudios culturales en Inglaterra, lo que
constituye una de sus realizaciones más duraderas. Pero también cabe la posibilidad de explicar a los niños que, si la
publicidad y la prensa popular existen bajo su forma actual, no es sino por motivos de ganancias. La cultura de masa no es la
consecuencia inevitable de la sociedad industrial, sino el fruto de una forma especial de industrialismo, cuya organización de
la producción se orienta más hacia los beneficios que hacia el uso y que se interesa más por lo que resultará factible vender
que por lo que posee un auténtico valor" (Eagleton, 1994, 34).
Las posturas adoptadas por los leavisianos hacia el entorno industrial de la cultura no resultan en absoluto asombrosas.
Reflejan la mentalidad de la época. En Francia, casi al mismo tiempo, Paul Valéry denuncia la publicidad, a la que considera
como "uno de los grandes males de este tiempo, que ofende nuestras miradas, falsifica cualquier epíteto, estropea los
paisajes, corrompe cualquier cualidad y crítica". Por su parte, Georges Duhamel se refiere a una "empresa coercitiva y
embrutecedora, un parásito, un factor de frustración permanente". En Italia, el premio Nobel Luigi Pirandello no encuentra
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palabras bastante duras para fustigar el "americanismo" y sus productos cinematográficos que consagran el culto al dinero.
Todavía durante mucho tiempo se formularán semejantes anatemas en el discurso imprecatorio que muchos representantes
de las clases intelectuales europeas dirigen contra las consecuencias alienantes de los medios de comunicación masivos. En
los años 60, Umberto Eco considerará incluso que se trata de un rasgo constitutivo de la posición "apocalíptica". Por lo tanto,
en ello no radica la originalidad del movimiento leavisiano. Lo que lo caracteriza es la terapia que propone aplicar
sistemáticamente, con el fin de enlazar con la "sociedad orgánica" anterior a la era industrial. De hecho, cuando militan a favor
de la lectura metódica de la Gran Tradición de la ficción inglesa, los leavisianos no hacen sino impulsar una concepción
nostálgica, próxima al chovinismo, de la anglicidad. Dicha característica no tardará en manifestarse a través de la selección de
los autores que, supuestamente, encarnan la Gran Tradición. Se escoge, por ejemplo, a D. H. Lawrence por su crítica a la
falta de humanidad en el capitalismo inglés, pero se olvidan sus opciones de extrema derecha por lo que respecta a las ideas
acerca de la organización democrática. Scrutiny dejó de publicarse en 1953, es decir, un cuarto de siglo antes de la
desaparición de Leavis. El humanismo liberal de estos defensores de la gran literatura, supuestamente fuente de "salud
moral", evolucionó, en la práctica, hacia el rechazo obsesivo de la sociedad técnica, a la que se condena como "cretina y
productora de cretinos", y llegó a coincidir con las posiciones de la reacción política: "fuerte hostilidad hacia la educación
popular, oposición implacable a la radio transistor y una profunda desconfianza hacia la apertura de la enseñanza superior a
estudiantes embrutecidos por la televisión" (Eagleton, 1994, 42-43).
Construcción de una red intelectual
La verdadera institucionalización de los Cultural studies propiamente dichos resultará de la creación, en 1964, del Centro de
Investigaciones de Birmingham (CCCS), que tendrá por objeto "las formas, las prácticas y las instituciones culturales, así
como sus relaciones con la sociedad y el cambio social". Sin embargo, la etapa de cristalización que supone su instalación
resultaría incomprensible si no se tomase en cuenta el proceso de maduración, iniciado casi diez años antes, que quizás
viene simbolizado por las figuras de los tres padres fundadores que, al igual que los mosqueteros de Dumas, sumaban en
realidad cuatro.
Si los primeros representantes de los Cultural studies comparten con sus antecesores leavisianos el que muchos provenían
del mundo de los docentes de literatura inglesa, se diferencian del todo de ellos en que establecen lazos con la cultura de las
clases populares, de las que, por lo demás, muchos habían salido. Se publica, en 1957, un libro de Richard Hoggart, cuyo
papel como fundador de su campo de estudios será reconocido por los miembros del centro de Birmingham: The Uses of
Literacy: Aspects of Working-Class Life with Special References to Publications and Entertainments. El autor estudia la
influencia de la cultura difundida en la clase obrera por los modernos medios de comunicación. Tras una descripción del
entorno cotidiano de la vida popular, en la que hace gala de mucha sensibilidad etnográfica, este profesor de literatura inglesa
analiza cómo las publicaciones destinadas a este público se integran en tal entorno. Según la idea central que desarrolla,
existe una tendencia a sobrevalorar la influencia en las clases populares de los productos de la industria cultural. "No hay que
olvidar nunca –escribe al final del trabajo de investigación– que la actuación de las influencias culturales sobre el cambio de
actitudes es muy lenta y que, a menudo, queda neutralizado por fuerzas más antiguas. La vida del pueblo no es tan pobre
como podría deducirse de una lectura, incluso muy atenta, de su literatura. La demostración rigurosa de dicha afirmación no
resulta fácil, pero un contacto continuo con la vida de las clases populares basta para darse cuenta de su veracidad. Incluso si
las formas modernas de ocio alientan a la gente del pueblo a adoptar actitudes que, con razón, se consideran nefastas, no
resulta menos cierto que sectores enteros de la vida cotidiana permanecen fuera del alcance de los cambios" (Hoggart, 1970,
378). Cabe señalar, de paso, el malestar del traductor francés de la obra, quien, en el texto, traduce Working-Class por "clases
populares" y modifica el título original, convirtiéndolo en La cultura del pobre, desenfoque que remite a las imprecisiones del
estatuto teórico de la noción de "popular" y "cultura popular". Este tema ha sido analizado cabalmente por el que introdujo la
obra en Francia, Jean-Claude Passeron (Grignon & Passeron, 1989).
Los usos sociales de los medios de comunicación no responden forzosamente a la lógica de una capacidad devastadora que
formase parte integrante de los rasgos estructurales de los mensajes. Al observar esto, Hoggart rompía con lo que, en aquel
entonces, era el discurso crítico dominante acerca de la cultura de masa, que estaba marcado por el "funcionalismo de lo
peor", como iban a denominarlo Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en un artículo titulado "Sociologues des mythologies
et mythologies des sociologues" (Sociólogos de las mitologías y mitologías de los sociológos) y publicado, en 1963, en Les
Temps Modernes. En Francia, fuera de las reflexiones sobre la recepción activa de la producción cultural, marginales en la
obra de Lucien Goldman, sociólogo de la literatura, y Robert Escarpit, sociólogo del libro, no es sino al final de los años
setenta, con las investigaciones de Michel de Certeau acerca de los "Arts de faire" ("Artes de hacer"), cuando quedará
legitimada esta problemática referida a los usos furtivos de los consumidores.
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Pero, pese a la precocidad con la que los análisis de Hoggart se centran en los receptores, sus hipótesis permanecen muy
marcadas por los recelos hacia la industrialización en la cultura. La propia noción de resistencia de las clases populares, en la
que se apoya el estudio de sus costumbres, queda anclada en esta creencia. Los juicios de valor, contra los cuales Hoggart
advierte a sus lectores, navegan en un campo semántico configurado por el empleo de términos antinómicos como, por una
parte, "sano", "decente", "serio" y "positivo", y por otra, "hueco", "debilitante", "trivial" y "negativo".
La resistencia al orden cultural industrial es una idea consubstancial a la multiplicidad de objetos de investigación que
caracterizará los campos de investigación de los Cultural studies durante más de dos décadas. Remite, por supuesto, a la
convicción de que resulta imposible abstraer la "cultura" de las relaciones de poder y las estrategias de "cambio social". Por lo
demás, este axioma compartido es el que explica la gran influencia que ejercieron sobre el movimiento los trabajos, inspirados
en Marx, de otros dos Founding fathers británicos que rompieron con las teorías mecanicistas, ambos estrechamente
vinculados con el trabajo pedagógico en los sectores populares: Raymond Williams y Edward P. Thompson. Los dos autores
tienen en común una misma experiencia en la educación de adultos y mantienen un contacto estrecho con la New Left, cuya
aparición en los años sesenta supone un renacimiento de los análisis marxianos. Thompson, que fue miembro del Partido
Comunista hasta 1956, es uno de los fundadores de la New Left Review, una de las pocas revistas de izquierdas en Europa
que haya abordado, ya en aquellos años, la cuestión política de los medios de comunicación social (como lo atestigua, por
ejemplo, la publicación en 1970 del famoso texto de Hans Magnus Enzensberger acerca de la "industria de la conciencia", el
cual, por otra parte, no ha sido nunca traducido en Francia, por lo que los lectores de este país sólo pudieron conocerlo a
través de la crítica de Baudrillard). Williams y Thompson comparten, sobre todo, un mismo deseo de superar los análisis que
convirtieron a la cultura en una variable sometida a la económica y que, sin dejar de legitimar el estalinismo, esterilizaron el
pensamiento sobre las formas culturales. Como afirmaba Thompson en 1976, en una entrevista sobre su libro dedicado a la
constitución de la clase obrera inglesa: "Mi preocupación principal a lo largo de mi obra ha sido la de abordar lo que considero
en Marx como un auténtico silencio. Un silencio en el terreno de lo que los antropólogos denominan ‘el sistema de valores’...
Un silencio respecto de las mediaciones de tipo cultural y moral" (en Merrill, 1976). Se encuentra, tanto en Williams como en
Thompson, la visión de una historia forjada por las luchas sociales y la interacción entre cultura y economía, en la que
desempeña un papel central la noción de resistencia a un orden que lleva la huella del "capitalismo como sistema". Dicha
actitud de ruptura respecto de la vulgata propalada por la metáfora genérica de "base/superestructura" es lo que explica el
que se haya vuelto a descubrir las formas específicas que adoptaron el movimiento social y el pensamiento socialista en Gran
Bretaña. Por ello vuelve a leer Thompson los escritos de William Morris, un artista y utopista que, en su opinión, es uno de los
"primeros marxistas en lengua inglesa" y, sobre todo, uno de los primeros que criticó un materialismo limitado que tuvo como
consecuencia "el empobrecimiento de la sensibilidad, la primacía de categorías que niegan las existencia efectiva (en la
historia y el presente) de una conciencia moral, así como la exclusión de toda una zona de pasión imaginaria" (en Merrill,
1976).
El trío de padres fundadores lo completa un cuarto hombre: Stuart Hall. Aunque tiene sólo ocho años menos que Thompson,
pertenece a otra generación, que no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial. Hall, clavija maestra de las
revistas de la nueva izquierda intelectual, se diferencia también de aquella generación porque su producción científica sólo
alcanza la madurez en el umbral de los años setenta. Eso no quita que sea un personaje clave para el éxito de los Cultural
studies, ya que contribuyó de un modo decisivo al mantenimiento del centro de Birmingham, merced a sus dotes de
empresario científico y a su curiosidad intelectual insaciable, que le convertirá en uno de los grandes importadores de
modelos conceptuales. En muchos aspectos encarna Hall la situación liminar, la condición de interfaz de los Cultural studies:
jamaiquino radicado en Inglaterra, sabio y político, marxista abierto a un amplio abanico de contribuciones teóricas,
universitario de formación literaria que se abre a las ciencias sociales. El más famoso artículo de Hall, sobre la "codificación" y
la "descodificación" de programas televisivos, traduce cabalmente tanto su doble fuente de inspiración, la semiología y las
teorías marxistas sobre la ideología, como la fuerza de las propuestas programáticas que formula, insistiendo especialmente
en la pluralidad, determinada socialmente, de las modalidades de recepción de los programas.
La reducción de los Cultural studies a la obra prometéica de un cuarteto excepcional equivaldría, en el ámbito de las ideas, a
un acomodo a las mitologías que explican las innovaciones técnicas por la actuación de inventores geniales. Los Founding
Fathers también deben ser considerados, más allá de su contribución teórica, como los constructores de redes que posibilitan
la consolidación de nuevas problemáticas y como las encarnaciones de dinámicas sociales que afectan a amplias fracciones
de las generaciones nacidas entre finales de los años treinta y mediados de los años cincuenta.
Merece la pena recordar la situación política en los años cincuenta. El año 1956 es a la vez el de Budapest y el de Suez, el de
una desilusión mayúscula respecto del modelo comunista –Thompson abandona entonces el PC– y el de una agresión que
vuelve a movilizar a los intelectuales ingleses contra el imperialismo. Como recuerda Ioan Davies (1995), el vocabulario
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político británico crea, en aquel entonces, la noción de Butstkellism, una contracción de los nombres de Butler, el Tory de
izquierdas y de Gaitskell, el socialista centrista. La pérdida de atractivo del laborismo y el comunismo, el potencial movilizador
de las luchas anticoloniales y la desconfianza ante las promesas de un consenso social, que se hubiese producido como por
milagro gracias a la abundancia, van a desencadenar una serie de movimientos de reacción en los ámbitos intelectuales,
dentro de un contexto de movilidad social ascendente, en el cual el sistema escolar hace las veces de trampolín para los
jóvenes de clases medias o populares, cuando, hasta entonces, había resultado poco asequible. Lo demuestra la aparición,
en el ámbito político, de una nueva izquierda, y en el de la literatura, de los angry young men. Una de las causas del impacto
de los Cultural studies es homóloga a dichos mecanismos. La elevación –bajo la forma de certificación de dignidad– de las
culturas populares, o de los estilos de vida y los fetiches culturales de las nuevas clases medias, al rango de objetos
merecedores de una inversión sabia también puede interpretarse en su dimensión de acompañamiento de la movilidad social
–siempre incómoda– de las nuevas generaciones intelectuales (3) o como una cuestion de honor, que hace proseguir la lucha
política en el terreno académico.
Las figuras fundadoras de los Cultural studies destacan, en el terreno académico, por dos formas de marginalidad. Una, en los
casos de Williams y Hoggart –aunque también de Hall- es el origen popular, que los convierte en personajes que chocan en el
ámbito universitario británico. En los casos de Hall y Thompson está presente una dimensión cosmopolita, una experiencia de
la variedad de culturas (que también tienen Benedict y Perry Anderson), la cual, aunque menos excepcional en los tiempos
del Imperio británico, no deja de conferirles un perfil intelectual específico, con lo que desarrollan una sensibilidad productiva
hacia las diferencias culturales. Estas trayectorias sociales atípicas o improbables chocan con la dimensión socialmente muy
cerrada del sistema universitario británico, con lo que los intrusos se ven condenados a la opción por inserciones externas (la
formación destinada a los adultos pertenecientes al medio obrero) a dicho sistema o situadas en su periferia, como se puede
deducir de la frecuencia con la que los fundadores están destinados a pequeños o recientes centros (Warwick), a instituciones
establecidas al margen de las universidades (Birmingham) o a los componentes extraterritoriales del ámbito universitario
(Extra-mural departements, Open University) (4). Esta dinámica centrífuga hubiese debido impedir cualquier posibilidad de
consolidación de un polo Cultural studies. Otra característica atípica de los Founding Fathers, la de su compromiso
mayoritario con una orientación situada más allá de la de la izquierda laborista, contrarrestó dicho riesgo. Lo que la
inaccesibilidad de Oxbridge imposibilita, las revistas lo hacen factible. Hall y Charles Taylor son los animadores de la
University y Left Review, que se creó en 1956. La pareja Thompson desempeña un papel clave en la New Reasoner, revista
fundada en el mismo año y que sirve de órgano de expresión a la sensibilidad humanista de izquierdas de antiguos miembros
o disidentes del Partido Comunista británico. Como resultado de la fusión de ambos títulos verá la luz, en 1960, la New Left
Review (5). La propia revista queda articulada en unos cuarenta New Left Clubs, en los que Hall y Davies desempeñan un
papel importante. Contribuye a estructurar una red de conexiones entre militantes de la nueva izquierda e instituciones de
educación popular. Asimismo, dentro del propio ámbito universitario, los investigadores muy interesados por temas ilegítimos
y escogidos de acuerdo con su militancia política logran montar redes de intercambio intelectuales. Desempeñará este papel
la revista Past and Present y el History Workshop, en el caso de los historiadores sociales (Brantlinger, 1990). Estos últimos
valorizan especialmente, en la labor del historiador, la dimensión oral, el legado de culturas sin escritura, con lo que coinciden
con parte de las orientaciones de los Cultural studies respecto de las culturas populares.
Valiéndonos de los modelos de la sociología de la traducción (Latour, 1989), podemos observar que los heréticos y los
marginales del final de los años cincuenta supieron apoyarse en el terreno político para dotarse de medios de coordinación y,
a la vez, proveerse de sólidas redes de aliados, utilizando para ello su posición bisagra entre el campo político y el académico,
y dotándose de una revista que contribuyera a difundir un nuevo conjunto de autores y temas de estudio (6). Hasta la
ocupación de las periferias universitarias resultará algo rentable, cuando, a lo largo de la década de los setenta, el sistema se
desarrollará a través de sus suburbios, ya que la preservación de los santuarios académicos contra la democratización pasa
por la creación de Politécnicos y por la fundación, en 1970, de la Open University. Esta doble red, política y universitaria, se
manifestará también, durante los años setenta, a través de la aparición de editores científicos de izquierdas (Harvester, Pluto,
Merlin, Comedia) o feministas (Virago).
AÑOS BIRMINGHAM
Incluso si, como afirmó Charlotte Brunsdon, "la oficina de turismo británica es la única que pretende que Birmingham está en
el corazón de Inglaterra", lo cierto es que la corriente de los Cultural studies va a cristalizar en esta ciudad de los Midlands. Es
ahí que se crea, en 1964, el Centre of Contemporary Cultural Studies (CCCS), con Hoggart como primer director. A lo largo de
quince años, el centro va a contribuir a la producción de una ingente cantidad de obras valiosas y constituir el lugar de
formación de una generación de investigadores, los cuales aún animan de un modo significativo la cantera de las ciencias
sociales británicas (S. Frith, D. Hebdige, D. Morley).
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Haría falta un libro sólo para describir detalladamente los períodos, debates, enfrentamientos y desplazamientos continuos de
método y objeto que jalonaron la vida del centro (ver Grossberg, en Blundel, 1993). Cabe subrayar, sin embargo, dos datos
que figuran en la mayor parte de los balances. Birmingham fue primero un extraordinario foco de animación científica, que
actuaba como plataforma giratoria para una labor multiforme de importación y adaptación de teorías. La observación es válida
en los casos de los autores marxistas continentales, las diversas vicisitudes de la semiología y el estructuralismo,
determinados aspectos de la escuela de Frankfurt. Se aplica también a la introducción en Gran Bretaña de parte de la
herencia de la escuela de Chicago, que trataba de las desviaciones y las subculturas. En segundo lugar, el CCCS contribuyó
al desbroce de un conjunto de terrenos de investigación, relacionados con las culturas populares y los medios de
comunicación social, y luego, con temas vinculados con las identidades sexuales y étnicas. Por otra parte, la combinación de
la diversidad en las referencias teóricas con la fluidez de los centros de interés lleva a una tercera observación, la del carácter
sumamente heterogéneo de los estudios y procedimientos agrupados bajo la marca de fábrica del centro, merced a las
capacidades como empresarios científicos de sus sucesivos directores (Stuart Hall sustituye a Hoggart en 1968). Si se toma
en cuenta este dato, absteniéndose de caer en una representación mítica de un centro encorsetado en una ideología marxista
o semiológica, se entenderá mucho más fácilmente la posterior dispersión de las trayectorias de los protagonistas, de lo que
merece el título de aventura.
La mancha de aceite cultural
La puesta en marcha de un equipo de investigación centrado en los Cultural studies costará trabajo y no resultará fácil. El
CCCS dispone al inicio de pocos medios, hasta el punto de que Richard Hoggart se vio obligado a solicitar el mecenazgo de
las ediciones Penguin, para dotar el centro de algunos medios e incorporar a Stuart Hall. El establishment universitario
observa con no pocos recelos la intrusión de un grupo con un estatuto académico marginal. Los sociólogos desconfían de
aquellos recién llegados, que, sin pertenecer a su tribu, trabajan en los límites de su territorio, y la gente especializada en
estudios literarios no se queda a la zaga. Hoggart describe los pacientes pasos que dio para legitimar su centro y amansar a
sus colegas. Una de sus tácticas consistió en integrar a los colegas de literatura conocidos por ser malintencionados en los
jurados de examen sobre asignaturas de los Cultural studies, con el propósito de que la seriedad de la formación quedara
patente a los ojos de la comunidad académica.
De hecho, habrá que esperar hasta el umbral de los años setenta para que el centro acceda a una gran visibilidad científica,
que tendrá como soporte la publicación periódica, a partir de 1972, de los Working papers, parte de los cuales serán editados
luego bajo la forma de libros. Estos servirán de tarjeta de presentación al centro (Hall, Hobson, Lowe & Willis (Eds.) 1980; Hall
& Jefferson (Eds) 1993).
En una conferencia inaugural, en 1964, Hoggart planteó la óptica inicial del centro. Se trataba fundamentalmente de movilizar
las herramientas y técnicas de la crítica literaria –la referencia a Leavis resulta explícita– para deplazarlos hacia temas que,
hasta entonces, eran considerados ilegítimos por la comunidad universitaria: el universo de las culturas y prácticas populares
en oposición con las culturas doctas, la toma en cuenta de la diversidad de bienes culturales, que englobarán los productos de
la cultura de los medios de comunicación social y, luego los estilos de vida, y ya no sólo las obras literarias. Con la metáfora
de una extensión parecida a la de una mancha de aceite se daría cuenta con bastante acierto del despliegue de los Cultural
studies hasta mediados de la década de los setenta.
Se va a dar un primer proceso de expansión alrededor del estudio de las culturas populares, del que Hoggart (1957, 1964)
había echado los cimientos a través de una forma original de autoetnografía de todas las dimensiones vividas en la existencia
cotidiana de la respectable working-class. Pero una de las características de la labor de Hoggart, que le confiere un perfume
nostálgico, consiste en que su objeto de estudio se oculta y se disgrega en el preciso momento en el que el autor empieza a
describirlo y a teorizarlo. En un texto del año 1961, es decir, cinco años posterior a la publicación de La cultura del pobre,
Hoggart no puede sino darse cuenta de hasta qué punto sus descripciones llegan a quedar anticuadas, por culpa del
incremento de la movilidad espacial, el aumento relativo del desahogo material con el que se vive y el papel creciente de la
televisión y el coche en las modalidades de sociabilidad obrera. La estimación de dichos cambios sociales en su conjunto
provocará importantes desarrollos en las investigaciones del centro (7). El análisis de la fragmentación de los estilos de vida y
subculturas en el mundo obrero es el primero en estar al origen, ya al inicio de los años setenta, de un conjunto de trabajos,
como los de Phil Cohen, Paul Willis y Dick Hebdige, y del más importante éxito de venta en librería de esta corriente (Hebdige,
1979). Las contribuciones desarrolladas a medida de la entrega de los Working Papers van a balizar el espectro completo de
las subculturas, no sólo las de los jóvenes de las clases populares, sino también las de las colonias de inmigrantes y la
pequeña burguesía: skins, mods, rockers y bikers, teds, rastacueros, hippies (ver especialmente Hall & Jefferson (Eds) 1993).
Este interés por los universos sociales de los jóvenes y por las manifestaciones del conflicto generacional va a contribuir a
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nuevas expansiones de los terrenos de análisis de los Cultural studies. Por lo que la evolución en las sociabilidades familiares
y el tema de la desviación se incorporan al programa de trabajo del centro. Pero la extensión continua de los temas también
se produce en las músicas pop y rock, en pleno apogeo (Frith, 1983). El terreno de la sociología de la educación es otra vez el
penetrado por la corriente de los estudios de Paul Willis, los cuales tienen el sugerente título de Learning to Labour: How
Working Class Kids Get Working Class Jobs (1977).
Si se desarrolla el componente historiador de los Cultural studies, a través del trabajo de Thompson, en un marco institucional
y en un centro distinto al de Birmingham (8), esto no significa que su contribución quede desvinculada de los trabajos del
CCCS. Los lazos personales y las redes científicas y políticas que interrelacionan las figuras de la primera generación
garantizan, por sí solos, la circulación y la fecundación recíproca de los trabajos. Por lo demás, ¿cómo no darse cuenta de la
estrecha correspondencia entre las problemáticas de una historia social elaborada "desde abajo", a las que se dedica
Thompson, y el desplazamiento desde una visión legitimista de la cultura hacia una concepción más antropológica, como la
que desarrollan las investigaciones realizadas en Birmingham? "La formación de la clase obrera británica" desarrolla una
auténtica arqueología de la formación del mundo obrero, que comulga con los análisis de Hoggart en que elabora los rasgos
del grupo obrero a través de una dimensión cotidiana y trivial, y no sólo a través del prisma de las figuras militantes o
working-class heroes. Mediante la exploración de las redes de sociabilidad y los vectores de cristalización de una identidad
obrera, Thompson saca del olvido todo un continente cultural, una parte del "espacio público popular" que desconoció
Habermas, pero por el que se interesaron investigadores críticos en la década de los setenta (Negt & Kluge, 1972). Pone en
marcha problemáticas que se corresponden exactamente con los trabajos sobre las culturas populares contemporáneas:
¿Cómo se dotan las clases populares de sistemas de valores y un universo de sentido? ¿Qué autonomía tienen dichos
sistemas? ¿En qué contribuyen a la constitución de una identidad colectiva? ¿Cómo se articulan con las identidades
colectivas de los grupos dominados las dimensiones de resistencia y las de una aceptación resignada o dolorida de la
subordinación?
Dominaciones y resistencias
El común denominador de los trabajos históricos y de los que versan sobre la cultura contemporánea radica en que en ambos
se procede a una suerte de, según la terminología empleada por Grignon et Passeron, "culturología externa". La descripción
de los modos de actuar y de los universos de significación ligados a ellos resulta a menudo sutil, comprensiva y propia de un
buen conocimiento etnográfico, como muestra, entre otros muchos textos, el de Paul Corrigan, Doing Nothing (in Hall &
Jefferson, 1993), sobre la gestión de la ociosidad por jóvenes que pertenecen a ambientes populares. Pero este registro,
capaz de sacar, a la vez, lo mejor de la etnografía y la literatura realista, no constituye nunca un fin en sí mismo, ni una
apuesta por la descripción exhaustiva o por la mera puesta en evidencia de las coherencias en las vivencias, sino que intenta
desarrollar un interrogante sobre las relaciones de poder, los mecanismos de resistencia y la capacidad de producir otras
representaciones del orden social legítimo. Whigs and Hunters (1975) constituye otra magistral muestra de este modo de
proceder. Al tomar como punto de partida un tema que, a priori, resultaba menor, el de la caza furtiva y los robos en los
bosques –asunto que ya había servido de fuente de inspiración a un tal Karl Marx–, Thompson recrea todo el universo de la
Inglaterra rural de principios del siglo XVIII. Restablece la dimensión de guerra social y resistencia, presente en los ataques de
las bandas de cazadores furtivos contra las reservas de venado de la aristocracia whig, así como lo que significaba el libre
acceso a los bosques en el sistema de economía moral de las comunidades rurales. Con lo que hace inteligible la represión
de dichos delitos, a menudo aparentemente benignos, que desencadena una clase dominante que capta intuitivamente su
sentido y lo que está en juego.
Por lo tanto, la cultura queda erigida en el centro de una tensión entre mecanismos de dominación y resistencia. Por lo que se
entiende la importancia conferida a la noción de ideología en la cantera de los Cultural studies. La aprehensión de los
contenidos ideológicos en una cultura no consiste sino en captar, en un contexto determinado, qué hay en los sistemas de
valores, en las representaciones que entrañan, que actúa como impulso de los procesos de resistencia o aceptación del
mundo social tal como es. La problemática de la función política de las culturas (9), presente tanto en las obras sobre las
culturas de hoy como en su exploración histórica (Thompson, 1995, 83-87), se constituyó a través de las categorías
ideológicas, y después de la hegemonía gramsciana.
El interés por la dialéctica entre resistencias y dominaciones explica también la importancia que cobró poco a poco, dentro de
los Cultural studies, el estudio de los medios de comunicación social. Sólo una ilusión retrospectiva, la que consiste en
transplantar a los años sesenta y setenta la estructura contemporánea del flujo editorial, es capaz de hacer creer que los
productos de los medios de comunicación social ocupan un lugar central en los textos salidos de Birmingham hasta mediados
de la década de los setenta. En la relación de los temas más frecuentes se encontrarían las subculturas, la desviación, las
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sociabilidades obreras, la escuela, la música, el lenguaje y hasta los campamentos de los exploradores. Es a través de la
conversión más explícita en problemática de los desafíos vinculados con la ideología y con los vectores de un trabajo
hegemónico que los medios de comunicación social, especialmente los medios audiovisuales, a los que se había dedicado
hasta entonces un interés accesorio, llegan a ocupar paulatinamente un lugar destacado, como demuestra parte de los textos
recogidos en Culture, Media, Language. En ellos, Ian Connell se esfuerza especialmente por mostrar cómo el tratamiento del
debate sobre la política salarial, a través de las rutinas del periodismo televisivo, desemboca en una presentación tergiversada
ideológicamente, que contribuye a colocar el punto de vista patronal en una posición de hegemonía política (en Hall, Hobson,
Lowe & Willis, 1980).
Pero en la segunda mitad de la década de los sesenta, cuando la investigación francesa sólo se interesa por el
estructuralismo y se encierra en los análisis de textos, en los que se olvida tanto al emisor como al receptor, los investigadores
de Birmingham elaboran un acercamiento distinto al tema, con lo que intentan una triple superación: la de un estructuralismo
que queda circunscrito a herméticos ejercicios de desciframiento de textos; la de las versiones mecanicistas, vía Gramsci, de
la ideología en el marxismo; y la de la sociología funcionalista norteamericana de los medios de comunicación social. Se valen
de las aportaciones de la escuela de Chicago para abrir la caja negra de la recepción y considerar la densidad de las
interacciones en los consumos mediáticos. La recepción de los programas empieza entonces a constituir un tema de reflexión
para algunos investigadores, como se puede apreciar en el ya clásico Encoding-decoding de Hall (1977) o en Texts, Readers,
Subjects, redactado por Morley (en Hall, Lowe & Willis, 1980) en la misma época. De hecho, Hall reivindicará luego para su
centro –y contra el Glasgow Media Group o las contribuciones de Philip Schlesinger– el honor de haber sido el pionero en la
ruptura con el modelo estímulo-respuesta, que quedó sustituido por el interés dedicado a los efectos ideológicos de los
medios de comunicación social y a las respuestas dinámicas de las audiencias. Pero si el interés por el tema de la recepción
de los programas televisivos o radiofónicos empieza a constituirse en un rasgo característico de determinados investigadores,
tampoco habría que apresurarse en concluir que es únicamente por este cauce que prosigue la ampliación del campo de
estudios del centro. La preocupación por el momento de la recepción sigue siendo ancilar en relación con dos problemáticas
más amplias. Una de ellas abarca el asunto de la vuelta al sujeto, la subjetividad y la intersubjetividad, mientras la otra se
interesa por la integración de las nuevas modalidades de relaciones de poder en la problemática de la dominación. Así se
produce, durante los años setenta, el encuentro con los estudios feministas, cuya fecundidad ya había sido demostrada, y con
creces, en el sector de los Film studies. "El feminismo modificó radicalmente el terreno de los Cultural studies. Por supuesto,
hizo figurar en el programa una serie de nuevos tipos concretos de interrogantes y nuevos temas de investigación, a la vez
que remodelaba otros que ya existían antes. Pero donde tuvo el mayor impacto fue al nivel de la teoría y la organización, con
lo que estuvo en el origen de una nueva práctica intelectual" (Hall, 1980, 39; se hallará la versión "feminista" de este
encuentro en Charlotte Brunsdon, A Thief in the Night, en Kuan-Hsing Chen & Morley, 1996, y también en Brunsdon &
Caughie (Eds), 1997). Limitada al inicio al Women’s studies Group (CCCS, 1978), la cuestión del género (gender) impregna
poco a poco las investigaciones en su conjunto. A partir del gender role se inicia una serie de traslados en las problemáticas:
es el primer paso hacia la rehabilitación del sujeto, un nuevo planteamiento de los interrogantes respecto de la identidad,
puesto que se introducen nuevas variables, con lo que se deja de leer los procesos de construcción de la identidad
únicamente a través de la cultura de clase y su trasmisión generacional.
Pronto se añade al planteamiento del género el de la raza y la etnia. El principal mérito de los estudios de Hebdige (1979)
sobre las subculturas fue el de otorgar a los modelos explicativos iniciales, que estaban basados en los parámetros clasegeneración,
una nueva dimensión, la de la gestión, en las clases populares, de las relaciones entre juventud inglesa y
juventudes inmigradas, especialmente jamaicanas. Como muestra de un modo convincente Hebdige, las separaciones
binarias entre subculturas también se estructuran entre escenarios de crispación racista en una identidad a la vez obrera y
británica, elaborados desde una visión de supremacía sobre los ex colonizados, y otras situaciones simbólicas, en las que
desempeña un mayor papel la fascinación o la connivencia por el universo negro y antillano. La sensibilidad de los
investigadores del centro por los desafíos sociales y políticos no puede sino contribuir a la concesión, al final de los años
setenta, de un lugar destacado a la raza y a las cuestiones étnicas en los Cultural studies. La multiplicación de las tensiones
raciales, el auge de los grupos racistas, así como las movilizaciones originadas por dichos fenómenos (ver el compromiso de
los "Clash" en Rock against racism), están presentes en la producción del centro. Un suceso sangriento ocurrido en
Birmingham, en el que están implicados inmigrados, y las reacciones de pánico moral frente a la delincuencia de color que
provoca, estarán en el origen de Policing the Crisis (Hall, 1978). La obra reanuda con temas cuasi clásicos en los Cultural
studies, como la delincuencia y su tratamiento mediático. Constituye también un tipo de trabajo límite, por lo que sirve de
punto de referencia, ya que conduce los Cultural studies hasta el umbral del taller de análisis de las políticas públicas ligadas
con las evoluciones del Estado providencia y de las políticas de refuerzo de la ley y el orden. Constituye uno de los puntos de
partida de una reflexión sostenida sobre las relaciones entre comunidades en las ciudades británicas y sobre la elaboración
social del tema étnico (Hall, 1982; Gilroy, 1987). Implica también una sensibilidad creciente por el fenómeno de la crisis, el
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vuelco que supone el thatcherismo y la llegada de lo que Hall no tardará en definir como "New Times".
Resulta difícil disociar el trabajo de los Cultural studies de los compromisos políticos de los padres fundadores, del talento
antiinstitucional o del radicalismo político de muchos investigadores de la joven generación. Durante los años Birmingham, la
contribución específicamente científica no se realiza a pesar de los compromisos ideológicos de sus promotores. No ilustra
una maravillosa virtud de la lógica universitaria, que los protegiera contra sus compromisos, cuando actúan como científicos.
El legado de los Cultural studies, en lo que contiene de más innovador y duradero, también tiene como explicación el que dos
generaciones de investigadores invirtieron en un trabajo científico distintas formas de pasión, ira y militancia contra un orden
social que consideraban injusto y que querían cambiar. Por supuesto, esto no significa que el compromiso sea condición
necesaria y suficiente para unas buenas ciencias sociales. Las opciones ideológicas que dinamizaron los Cultural studies
también están en el origen de las debilidades que caracterizan gran parte de esta producción, que, a veces, resultan del todo
ilegibles ahora. La magia del CCCS –del todo explicable sociológicamente– radica en que el centro supo encarnar uno de los
raros períodos en la vida intelectual en que el compromiso de los investigadores no queda esterilizado por la ortodoxia o la
ceguera, sino que se apoya en una gran sensibilidad por los desafíos sociales, lo que contrarresta el efecto "torre de marfil"
producido por el mundo académico. También es el dividendo de la posición marginal del centro o de su lucha contra la
influencia nefasta del cuerpo docente en las universidades británicas. Al dedicarse la mayor parte de la segunda generación
de investigadores británicos a un tema central, el auge del centro tuvo como resultado una producción masiva de estudios
críticos. Las lógicas de competencia inherentes al mundo intelectual acarrean entonces consecuencias benéficas, que obligan
a los investigadores, para manejar sus relaciones de socios rivales, a buscar armas teóricas, fórmulas innovadoras de
investigación, es decir, a lanzarse en una carrera de armamentos científicos, incluso para solucionar parte de los
desacuerdos, de raíces políticas, en la evaluación de un sistema social o en las modalidades de cambio del mismo.
CCCS, Import Company
Las dinámicas paralelas de confrontación en una paleta de temas cada vez más amplia, y de competencia intelectual,
convertirán el Centro en un foco de efervescencia intelectual, que se refleja sobre todo en una intensa y variada actividad de
importación teórica. Los primeros Working papers sirven, al respecto, tanto como soportes de divulgación y oportunidad de
conocer a autores continentales cuyas obras no habían sido traducidas hasta entonces en el Reino Unido, como revista
científica que entrega productos totalmente acabados. Cabría incluso la posibilidad de ironizar o conmoverse ante la
dimensión casi escolar y la buena voluntad teórica que reflejan algunos estudios, por aplicar a un material made in U.K. un
esquema de análisis recién importado, como en el muy barthesiano estudio de las fotografías de prensa realizado por Hall
(1972).
Aunque titubeantes, a veces torpes, las múltiples imitaciones intelectuales realizadas por el centro constituyen también, y
antes que nada, la señal de una fecunda curiosidad intelectual y un rechazo al provincianismo. Más de una vez manifiestan la
vitalidad de un proceder científico que, según las materias estudiadas, se esfuerza por identificar las herramientas teóricas
que mejor le convienen.
La observación es válida, en primer lugar, en el campo de la sociología. No es ésta la disciplina en la que se inspira
principalmente –como se verá luego– el equipo de Birmingham. Pero la cantera de las subculturas, el interés por las
desviaciones y delincuencia, la preocupación por observar, desde lo más cerca posible, la propia trivialidad en las cotidianas
interacciones sociales, van a despertar en el grupo un interés precoz y sostenido por la aportación del interaccionismo
simbólico, la opción etnográfica de la escuela de Chicago. Becker, con su Outsiders (1963), pronto va a constituir un tipo de
referencia culta (10). La opción por la observación-participación y el capital en conocimientos prácticos y técnicas de trabajo
influidas por la etnología son los que, de un modo más general, incitan a inspirarse en la escuela de Chicago y la sociología
interaccionista. Asimismo, se recurre a Street Corner Society de White. Estas incursiones en los procedimientos sociológicos
más aptos para captar la trama de las experiencias vividas se asemejan también al interés momentáneo –meramente teórico–
que suscitaron procedimientos como los relatos de vida (caso Critcher, en Hall & Jefferson, 1993).
La voluntad de permanecer atento a las significaciones vividas por los agentes sociales, de no reducirlas al papel de
engranajes pasivos en la mecánica de estructuras sociales, claramente visible en los textos basados en un componente de
encuesta, constituye, por lo demás, en los debates de la corriente, uno de los desafíos clave en las relaciones conflictivas y
desiguales ente marxismo y sociología. En efecto, aunque Hall subraya el esfuerzo colectivo de lectura de Weber en el centro,
la línea dominante sigue siendo la de la desconfianza hacia la sociología. No le faltan a ésta los argumentos científicos y
prácticos. La tendencia predominante en la sociología de aquel entonces es el insípido funcionalismo que, además de poco
productivo, refleja una ideología con rasgos muy nítidos; la asociación británica de sociología demuestra un desinterés
inconmovible por la cultura. Pero otra vertiente en las importaciones teóricas de Birmingham sugiere que, y esto es más
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fundamental, para muchos miembros del equipo un marxismo "sociologizado" constituye una caja de herramientas teórica que
supera a cualquiera de las sociologías académicas. En el recurso a autores extranjeros, una parte central de la labor va a
consistir en la búsqueda de autores que, aunque apelando a la herencia marxista, ayudan a superar las interpretaciones
mecanicistas y economicistas y a identificar las mediaciones cuya importancia subrayaba Thompson. Lo que explica el interés
por las obras de Gramsci. A las teorías esencialistas del Estado y la clase, al reduccionismo económico, al reduccionismo de
un concepto de clase que hace volver cualquiera de las formas de lucha social al regazo del conflicto de clase, el enfoque
gramsciano opone una reflexión acerca del vínculo que el Estado mantiene con la sociedad civil y un interrogante sobre las
culturas populares, sobre la noción de lo "nacional-popular" y sobre la función que cumplen los intelectuales en la edificación
de la hegemonía de un grupo social. Este enfoque coloca en el corazón de sus problemáticas el papel desempeñado por las
ideologías, así como por sus vectores de difusión, como instrumentos estratégicos de una dominación-hegemonía, es decir,
de la capacidad de un grupo social para desempeñar un papel de dirección intelectual y moral y para construir una relación de
poder que no se agota ni limita en la mera fuerza o en la consecuencia mecánica de las relaciones económicas de
producción. De un modo más discreto, aunque también más fragmentario, estas importaciones de marxismo no dogmático
son deudoras de la escuela de Frankfurt (de Benjamin sobre todo), Lukacs y, luego, Bakhtine. Sugieren, pese a su diversidad,
un tipo de itinerario común, consistente en sociologizar, marxismo mediante, un tipo de estudio propio de la crítica literaria.
Otra referencia marxista va a desempeñar, a mediados de la década de los setenta, un papel estratégico. Se trata de
Althussser, un Althusser a menudo flanqueado por una extraña escolta, ya que parece constituir con Lacan y Levi-Strauss una
trinidad cuya coherencia, considerada desde París, parece más aleatoria. Existen múltiples motivos para tal adopción, que
pronto llegará a ser entusiasta, por una parte de la corriente. Algunos de estos motivos son absolutamente equiparables con
los del éxito de Gramsci. Por su teoría de los aparatos ideológicos, se ve a Althusser como a un marxista atento a la ideología,
a las intenciones en los discursos y a la parte de dominación simbólica existente en las mediaciones de los manejos de poder.
Su voluntad de búsqueda de una articulación entre marxismo y psicoanálisis, entre marxismo y enfoque estructuralista,
explica también su gran poder de atracción (11). Puede dejarse a intelectuales franceses que hayan vivido los años setenta la
posibilidad de sospechar que, tanto en Birmingham como en París, el uso social de las teorías de Althusser también pudo
estar vinculado con formas de libido dominandi propias del mundo intelectual. La asunción del papel de intérprete y guardián
de un pensamiento difícil, el envío de los colegas no miembros del club a los limbos del pensamiento precientífico, el hallazgo
en el concepto de "práctica teórica" de una maravillosa transfiguración del trabajo académico o el hecho de ver en el
teoricismo un militantismo vanguardista... todos estos son usos sociales de las teorías de Althusser, de los que cabe
sospechar que podrían resultar imposibles de encontrar empíricamente. Aunque la cristalización de la intensa admiración por
Althusser se produce más visiblemente alrededor de la revista de análisis fílmicos Screen que en el centro de Birmingham,
resulta suficientemente poderosa como para que Hall empiece a interrogarse sobre la aparición de un "secundo paradigma"
estructuralista en los Cultural studies (Cultural Studies: Two Paradigms, en Collins R., Curran J. (Eds) 1986) y como para
llevar a Thompson a desencadenar un auténtico tiro de artillería antialthusseriano contra The Poverty of Theory (1978).
El interés por el estructuralismo, junto con la importancia creciente de los medios de comunicación social y sus mensajes en
relación con los demás objetos de estudio de los Cultural studies, acaba por explicar el desarrollo considerable que adquiere
la importación de lo que se convino en llamar la French Theory, hasta tal punto que Thompson fulminará contra lo que
denominó "la elecrificación de la línea París-Londres". Barthes será el principal y más precoz centro de interés, que se
prestará también pronto a otros autores que participan en la "aventura semiológica", nucleados alrededor de la revista
Communication, o incluso Tel Quel: Metz, Kristeva. No es sino bastante más tarde cuando se incluirá entre las aportaciones
francesas el nombre de De Certeau. Este período "vanguardista" en la importación no debe hacer olvidar la existencia de
otras, más previsibles por parte de una comunidad cuyo campo inicial fue el de la crítica literaria. Entre las referencias iniciales
del movimiento destacan dos nombres, los de Sartre y Goldman.
Límites de una empresa colectiva
Cuando se resalta la vitalidad intelectual y la abundante cosecha de trabajos, producidos alrededor o desde el centro de
Birmingham, en la década de los setenta, esto no significa que no haya que señalar también las debilidades que hacen que
dichas contribuciones sean más frágiles. Este examen crítico es incluso el único capaz de evitar que se presenten evoluciones
posteriores como si se tratasen de adhesiones imprevisibles o traiciones, cuando, por lo menos en el caso de parte de ellas,
constituyen también derivaciones o desenlaces indisociables de algunos presupuestos o zonas ciegas de los Cultural studies.
Ya se subrayó la modestia del intercambio entre los investigadores de Birmingham y los resultados de la sociología. Para
explicarlos Hall (1980, p. 20 s) recordó las opciones ideológicas y el pesado funcionalismo de la sociología mainstream de los
años sesenta. Sin embargo, merece la pena insistir un poco en el vínculo escaso con las problemáticas sociológicas. El uso
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productivo de la sociología interaccionista de la desviación, por parte de algunos autores (Hebdige, Cohen), no llega a ocultar
la indudable pobreza del bagaje sociológico de la mayor parte de los miembros del CCCS, situación bastante lógica en el caso
de investigadores que provenían a menudo del campo de los estudios literarios (12). Este hecho puede implicar algunos
inconvenientes, por tratarse de una empresa que, en fin de cuentas, no está desprovista de vínculos con ... una sociología de
la cultura. David Chaney, un hombre poco sospechoso de ser crítico habitual de los Cultural studies, subrayaba, en una
reseña agridulce de Culture de Williams (1981), las consecuencias enojosas de la opción por la disolución de cualquier
frontera entre marxismo y sociología. Agregaba: "Se nos ofrece la estructura de una sociología que, en la práctica, parece no
tener una idea muy clara de los imperativos metodológicos propios de su campo de estudio. "Si los análisis del equipo de
Birmingham, especialmente los de Hoggart, supieron prestar una atención inédita a las culturas dominadas, tratarlas con
respeto pero sin complacencia, no lograron siempre sortear los peligros gemelos del populismo y el miserabilismo (13).
Convendría interrogarse, en particular, sobre la posibilidad de que las derivas "populistas", identificadas al final de la década
de los ochenta (14), tengan algunos antecedentes en una generosa distribución de la cualidad de "resistencia" a una serie de
prácticas y rasgos culturales populares, en los que también se podría ver, detrás de una fachada de irrisión o insolencia, una
aceptación resignada de la dominación, una confesión de impotencia (15).
Cabría también poner de relieve la cuasi inexistencia en los Cultural studies de una problemática que conciba la creación
cultural como un espacio, o un terreno, de competición e interdependencia entre productores, con lo que, se diga lo que se
diga, se sobrevalora el planteamiento de una producción cultural que constituyese una respuesta explícita a las expectativas,
supuestamente claras, de clases o grupos de consumidores. Puede relacionarse esta laguna concreta con el hecho de que,
entre la importación intensiva de French Theory, sólo quedaban incluidas las contribuciones de Bourdieu (16) en dosis
homoepáticas. Lo que explica lo que escribieron, en 1980, Nicholas Garnham y Raymond Williams (17): "La influencia de
Pierre Bourdieu en el pensamiento y la investigación anglosajonas ha sido, hasta la fecha, sumamente fragmentaria y limitada
a la disciplina antropológica y la subdisciplina de la sociología de la educación. (...) La falta de interés (por su trabajo y el de
sus colegas sobre la historia y la sociología de la cultura) no sólo perjudica a los Cultural studies, ya que la absorción parcial y
fragmentaria de lo que constituye un rico y unificado cuerpo teórico, que está vinculado con un trabajo empírico que abarca
terrenos que van desde la etnografía argelina hasta el arte, la ciencia, la religión, el lenguaje, la ciencia política y la educación,
sin olvidar la epistemología y la metodología de las ciencias sociales en su conjunto, puede entrañar el riesgo de un grave
descarriamiento en la interpretación de la teoría" (1980, 209). Dicho texto se publicó en un número dedicado a Bourdieu de
Media, Culture and Society, en el que una serie de traducciones también hacía posible el desarrollo de una crítica explícita a
los Cultural studies de aquella época: "El valor potencial del trabajo de Bourdieu, en este momento específico por el que
atraviesan los medios de comunicación social y los estudios culturales británicos, radica en que, dentro de un movimiento de
crítica, en el sentido marxista tradicional, enfrenta y supera de un modo dialéctico posiciones parciales y opuestas. Desarrolla
una teoría de la ideología –o más bien, del poder simbólico, ya que suele reservar el término de ideología para cuerpos de
pensamiento más explícitos y coherentes– fundamentada, a la vez, sobre una investigación histórica concreta y sobre el uso
de las técnicas tradicionales de la sociología empírica, como el análisis estadístico de los datos de una encuesta. Desarrolla
simultáneamente la crítica al teoricismo, especialmente al estructuralismo marxista y a las tendencias al formalismo
vinculadas con él" (1980, 210).
La relación con el marxismo plantea otros problemas. Si los trabajos de Thompson constituyen una brillante demostración,
contraria a la ortodoxia contemporánea, de que la conjunción de una problemática marxista con una cultura en ciencias
sociales y con un profundo trabajo de encuesta no sólo engendra monstruosidades, el flujo de los Cultural studies no brinda
semejantes tesoros. Incluso el lector mejor dispuesto encontrará entre ellos un montón de artículos que, hoy, se le caen de las
manos (a menos que el cambio consista sencillamente en que hoy puede confesarlo), por ser una muestra de la exégesis
marxológica más soporífica o el teoricismo pastoso. Por su condición de concepto importante y fecundo, el de hegemonía
hubiese merecido sin duda menos glosas amontonadas y más esfuerzos de encuesta para hacerlo operativo. En ello radica
una de las mayores debilidades de la corriente. El recuerdo de sus más interesantes contribuciones, que, casi sin
excepciones, son las que están basadas en una dimensión de encuesta etnográfica o en un tratamiento de un conjunto bien
delimitado de documentos referidos a un tema, no llega a ocultar los múltiples textos poco imaginativos y las muchas
variaciones sobre un tema de Marx, Gramsci o Althusser, género en el cual Hall llega a destacar –aunque abusa–, sin que
otros alcancen su altura.
Pero a un nivel aún más fundamental, el pecado original de los Cultural studies consiste en su olvido frecuente de la historia y
la economía. Semejante objeción no se podría poner a Thompson, y ni siquiera a Williams. Pero, pese a estas referencias,
son pocos los investigadores de Birmingham que escogieron esta vía para llegar a un conocimiento de la sociedad británica.
Pasa lo mismo en lo que se refiere a la economía que, por no figurar en el horizonte del centro, quita posibilidades al proyecto
de reconciliación entre los dos términos de la antigua separación entre cultura y economía. De hecho, de entre los que
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provenían del campo de los estudios de literatura inglesa, Raymond Williams (asistió a las clases de Leavis) fue uno de los
pocos que actuó realmente de acuerdo con la lógica de su proyecto de nueva fundación del "materialismo cultural" como
medio de estudio de los dispositivos mediáticos. En consecuencia, figura entre los pocos que sacaron provecho de las
investigaciones y estudios realizados por los representantes de la economía política de la comunicación, como lo demuestran
algunas de las referencias que salpican su obra Television: Technology and Cultural Form (1974). Por consiguiente, puede
decirse que si, en algunos aspectos, los Cultural studies se apartan de los estudios influidos por la ola estructuralista francesa,
en otros, en particular el de la obsesión por la ideología, y sobre todo la ideología como texto, se asemejan a ellos, por
olvidarse de la historia y la economía política.
La no consideración de la economía se convertirá, al final de la década de los setenta, en uno de los temas cruciales de la
polémica que emprendió Nicholas Garnham contra los Cultural studies, a los que tachaba de idealismo. En esta época, la
economía política de los medios de comunicación social, sólidamente arraigada en Gran Bretaña, había establecido ya
muchos vínculos internacionales y la actuación de sus investigadores destacaba tanto en la movilización contra los conflictos
en el sureste asiático –en uno de los trabajos más significativos (J. D. Halloran, P. Elliot, G. Murdock, 1970) se analizan las
manifestaciones relacionadas con la guerra de Vietnam–, o en los debates sobre el nuevo orden mundial en la información y
la comunicación, como en las discusiones entabladas en la época, dentro de los órganos de la Comunidad Europea, sobre las
industrias culturales. Por lo demás, en el transcurso de la segunda mitad de los años setenta, se sientan las bases, en Francia
e Italia, de una economía política de la comunicación centrada en el tema de las industrias culturales (Cesareo, Flichy,
Mattelart, Miège, Richeri). Algún tipo de convergencia empieza a manifestarse entre los investigadores británicos y los del
continente que se dedican a este tema, mientras, por lo general, los Cultural studies permanecen limitados a las islas (Flichy,
1980). A la Universidad de Leicester, donde trabajan investigadores como James Halloran, Peter Golding, Philip Elliott y
Graham Murdock, vino a añadirse el centro de la School of Communication del Polytechnic of Central London, del que forma
parte, entre otros, Nicholas Garnham, quien antes trabajaba para la BBC-Television. Este centro es el que toma la iniciativa de
lanzar, en enero de 1979, la revista trimestral Media, Culture and Society. En el segundo número, dedicado a la Political
Economy, figura, a modo de introducción, un largo artículo programático firmado por Garnham y titulado Contribution to a
Political Economy of Mass-Communication.
Dicho artículo empieza con una extensa cita de Raymond Williams, sacada de Marxism and Literature (1977). En este
extracto toma nota Williams, sin perífrasis, del proceso de concentración en las industrias culturales, el entrelazamiento entre
lo público y lo privado en materia de radiodifusión y el "contexto de moderno imperialismo y neocolonialismo", en el que se
están operando, en todo el mundo, estos cambios. Aboga por una revisión de arriba abajo de la "teoría cultural", advirtiendo a
las fuerzas "radicales y anticapitalistas" contra el peligro de ineficacia en caso de que no realizasen la reestructuración crítica
de sus esquemas de pensamiento. De entrada, Garnham se interroga sobre las pocas repercusiones en el ámbito crítico de
este llamamiento, lanzado por Williams dos años antes, y acepta el reto, el cual identifica del siguiente modo: "evitar la doble
trampa del reduccionismo económico y la autonomización idealista del nivel ideológico" y "considerar que lo material, lo
económico y lo ideológico constituyen tres niveles, distintos en una perspectiva analítica, aunque entrelazados en las
prácticas sociales concretas y el análisis concreto". Garnham apuntaba directamente hacia los partidarios del
"postalthusserianismo", los Cultural studies y los Film studies. Lo que reprochaba a Hall era precisamente su concepción
platonista, ontológica, de la ideología y el hecho de que "lo que ofrecía era la descripción de un proceso ideológico, pero no
una explicación de lo que lo impulsaba, ni de su forma de desarrollo, limitándose al empleo de términos tautológicos"
(Garnham, 1979, 131). Se amparaba en la búsqueda de "sentido" para limitarse a adentrarse en el "texto" y se negaba a ir a
ver de cerca la forma histórica de funcionamiento del dispositivo. Al reducir el "efecto ideológico" de los medios de
comunicación social a un asunto propio de comunicadores o "codificadores" preexistentes y predeterminados, que escogen
entre una diversidad de códigos preexistentes y predeterminados, y que, a su vez, reproducen una estructura de dominación,
no hacía sino remitir, en términos genéricos, al dispositivo de comunicación masiva en el "capitalismo monopolista".
En 1983, en el número balance del Journal of Communication, dedicado a las distintas corrientes de investigación en el
mundo, titulado "Ferment in the Field" y coordinado por George Gerbner, Garnham volvía a insistir en la deriva de lo que no
dudaba en calificar de teoría asocial y ahistórica de la ideología. Volvía a establecer una diferencia muy nítida entre los
Cultural studies y el enfoque propuesto por Williams y evidenciaba que los Cultural studies no habían abordado ninguno de los
grandes desafíos planteados por el desarrollo de los medios de comunicación social, y finalmente, por la "sociedad de la
información", respecto de la redefinición del ámbito público. "Como subrayó Raymond Williams en Television: Technology and
Cultural Form y como lo demuestran las investigaciones muy precisas de mis colegas Paddy Scannel y David Cardiff, surgió la
teledifusión como una tecnología con la que nadie sabía qué hacer y se tuvo que desarrollar sus formas institucionales
–especialmente sus modalidades de financiación, sus públicos específicos y los tipos de relaciones establecidas con dichos
públicos dentro de tales formas institucionales– según modalidades que es posible analizar de un modo muy concreto y que
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variaron mucho según los países, aunque fueran claramente capitalistas (por ejemplo, Estados Unidos y Gran Bretaña). Por lo
que, con respecto a los medios de comunicación social, no se puede hablar de un único modelo capitalista. Un sistema de
medios de comunicación social adopta rasgos específicos que varían según el Estado-nación. Sus rasgos quedan
determinados, entre otros, por la estructura y la situación de desarrollo de la economía, por el tipo de Estado, por las
características de las relaciones de clase y por la relación con el Estado dominante y/o con los Estados subordinados"
(Garnham, 1983, 323). Lo menos que puede decirse es que, diez años después de su formulación, los Cultural studies
todavía no se habían hecho cargo de este programa, dato que pone de relieve, no sólo la poca importancia concedida a los
datos económicos, sino también la manifestación de una forma específica de provincianismo británico en los trabajos, los
cuales conjugan la internacionalización de las herramientas teóricas con una indiferencia hacia cualquier vía de comparación
y con la falta de interés por los desafíos de los flujos culturales transnacionales.
¿UN GIRO ETNOGRÁFICO?
En la historia de los Cultural studies se asocian los años ochenta con la imagen de un giro etnográfico. Es una manera
cómoda de designar un desplazamiento de las problemáticas y, más aún, de los protocolos de encuesta hacia un estudio de
las modalidades diferenciales de recepción de los medios de comunicación social, especialmente en lo que respecta a los
programas televisados.
¿Giro o reescritura de la historia?
Aunque aparezca, como si se tratase de una evidencia, en la mayor parte de los informes sobre la evolución de la corriente,
nos parece que hay que tratar esta metáfora con un poco de circunspección. ¿Habrían descubierto los Cultural studies, con la
entrada en la década de los ochenta, las virtudes del trabajo etnográfico? Basta con remitirse al anterior conjunto de trabajos
de la corriente para darse cuenta de hasta qué punto semejante reivindicación tiene más que ver con un abuso de autoridad
que con una descripción creíble de las evoluciones. Los estudios de Hoggart sobre las culturas populares ¿no implicaban, ya
en 1957, una clara opción etnográfica? Los trabajos de Hebdige o Willis ¿habrían sido ajenos a este enfoque? Si hubo que
esperar un giro en el umbral de la década de los ochenta ¿cómo se explica el que la mayoría de los textos producidos durante
la segunda mitad de los años setenta y recogidos en un reader del CCCS (Hall, Hobson, Lowe, Willis, 1980) estén agrupados
en una sección titulada, con propiedad, ethnography? Reconocemos que nuestras reticencias ante esta historia oficial e
imaginaria de la corriente son tanto mayores cuando una de las obras (junto con Nationwide) ascendidas, retrospectivamente,
al nivel de punto de referencia de la mutación no es sino Watching Dallas de Ien Ang, publicada por primera vez en Holanda
en 1982. Aunque esta investigación resulta muy interesante, por los interrogantes planteados acerca del placer de los
telespectadores de Dallas y la noción de "realismo emocional" que elabora, hay que señalar que está basada en 42 cartas de
lectores y lectoras del semanario holandés Viva, que consiguió el autor a través de un anuncio, en el que proponía a los
lectores que le comunicasen por escrito sus reacciones ante el folletín. Esto tiene poco que ver con la etnografía descrita en el
manual de Marcel Mauss ...
¿Significa esto que hay que pretender que no hubo nada, ni giro ni etnografía? De hecho, no. En los años ochenta se
produjeron realmente mutaciones importantes, lo suficiente como para pasar por alto las narraciones mágicas o interesadas.
Aun a riesgo de ofrecer una descripción reductora, puede sugerirse que uno de los factores clave en la nueva orientación de
los trabajos se refiere a una redefinición en las modalidades de análisis de los medios de comunicación social. Como ya se ha
visto, los investigadores de Birmingham, a través de los problemas de cultura y hegemonía, habían otorgado poco a poco una
importancia creciente al análisis de los medios de comunicación y sus programas. Pero sus enfoques adolecían de lagunas
patentes. Si resultaban a menudo fecundos los análisis internos de segmentos de la programación, que se inspiraban en los
métodos semiológicos o lingüísticos, el estudio de las modalidades concretas de recepción no superaba, en los casos de Hall
y Morley, el nivel de la producción de esquemas de análisis fundamentalmente programáticos. Si hubo un "giro" al principio de
la década de los ochenta, consistió en prestar una atención creciente a la recepción de los medios de comunicación social,
tratando de operativizar modelos como el de la codificación-descodificación. Para ello, los investigadores van a desplegar una
gran inventiva en la búsqueda de métodos de observación y comprensión de los públicos reales, entre otros mediante
técnicas etnográficas (18). No se trata de una evolución menor. No se corresponde precisamente con el coro "Hagamos tabla
rasa de lo hecho en el pasado".
Charlotte Brunsdon y David Morley (19) son los que van a aplicar, de un modo crítico, el modelo de Hall, con un estudio sobre
la recepción del magazine informativo Nationwide (1980). Lo que pretendían Brunsdon y Morley era, a la vez, escapar a la
fascinación semiológica, según la cual el programa de percepción y lectura presente en el texto resulta tan poderoso que se
impone a todos los receptores, y testar, de forma empírica, el modelo de Hall. Para ello, van a ser los primeros en introducir la
técnica de los Focus groups, con lo que van a observar en 29 grupos, que representan a ámbitos sumamente distintos, las
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reacciones a la trasmisión de episodios de este programa. Nationwide supone un doble avance científico. La investigación
hace posible la verificación empírica de la legitimidad del planteamiento analítico de Hall, sin dejar de señalar sus
insuficiencias y lagunas, ya que mezcla cuestiones de comprensión, reconocimiento, interpretación y reacción. El modelo de
Hall, centrado en la importancia del estatuto de clase, no dejaba entender la importancia del entorno hogareño de percepción,
ni la de las relaciones dentro de la familia. El trabajo sobre los focus groups está en el origen de preguntas innovadoras sobre
el papel de los medios de comunicación social en los distintos registros creadores de identidad. En la línea de Morley, y luego
la de Ang, el recurso a las condiciones en las cuales se debían desarrollar las encuestas, que intentaban ser cada vez más
acertadas y más próximas a las reacciones de los telespectadores, va a tener bastante adeptos en el extranjero. En Suecia,
Dahlgren (1988) utiliza las conversaciones sobre la televisión como soporte de sus investigaciones. James Lull (1983) entra
en los hogares para observar in situ a los telespectadores. Con lo que el desplazamiento de las problemáticas, iniciado por
Morley, se acentúa y se dirige hacia la dimensión gendered de las recepciones y la relación con los instrumentos técnicos de
comunicación. También tiene como consecuencia una cada vez mayor integración de una parte importante de los Cultural
studies y sus trabajos más visibles en el campo más antiguo y tradicional de las investigaciones en el terreno de la
comunicación.
Giro espistemológico, giro político
Plantear como motivo de las evoluciones de los Cultural studies un cambio en los métodos de encuesta que, por su propia
dinámica, provocase una serie de redefiniciones de las problemáticas y acercamientos con otras corrientes de estudios,
valorizaría también una lectura demasiado académica de su movimiento, amputándolo de su parte política, y se olvidaría
también que la investigación no se desarrolla en el mundo único de las ideas y los métodos.
El "giro etnográfico" es indisociable de otros virajes que se dan en Gran Bretaña y en el mundo de la década de los ochenta.
Un viraje político con la asunción del mando del gobierno por Margaret Thatcher, al frente del cual permanecerá durante más
de diez años; viraje conservador generalizado con las políticas puestas en marcha por ella en materia de privatizaciones y los
enfrentamientos directos con las organizaciones sindicales (mineros); viraje económico con las consecuencias de la
globalización creciente de las economías sobre el paro y la evolución de la parte "social". Stuart Hall, el más "político" de los
investigadores de la corriente, intuye con mucha antelación dichos cambios. Resulta significativo el que haya abandonado la
dirección del centro de Birmingham al final de los años setenta para reinvertir, casi inmediatamente, parte de sus capacidades
como empresario en Marxism Today, convirtiéndose en uno de sus más importantes redactores e incluso, como afirman
algunos, en su líder intelectual. Existe una constante en todos sus escritos y crónicas, especialmente en los de la segunda
mitad de los años ochenta, hasta la desaparición de la revista, en 1991: la nueva era (New times) del postfordismo acarrea el
debilitamiento de las "solidaridades tradicionales" y da origen a un nuevo tipo de "individualidad", el cual "se aparta de las
líneas de continuidad que antes estabilizaban nuestras identidades sociales".
"Una frontera removida por los New times", escribe en Marxism Today, en octubre de 1988, "es la que existe entre las
dimensiones objetivas y subjetivas del cambio. Se acrecentó la importancia del sujeto individual y cambiaron nuestros
modelos de "sujeto". Desde ahora, no es posible concebir al individuo como un Ego completo y monolítico o como un yo
autónomo. La experiencia del yo queda más fragmentada, marcada por una carencia y compuesta por múltiples "yo",
múltiples identidades vinculadas con los distintos mundos sociales con los que uno se relaciona. Algo que ha sido lastrado por
una historia, un producto, un proceso. Estas vicisitudes del sujeto tienen su propia historia, la que remite a los episodios clave
del tránsito hacia los nuevos tiempos. Incluyen la revolución cultural de los años sesenta, en especial de un 1968 con un
sentido agudo de la política como teatro, el lema feminista The personal is political, el psicoanálisis con su redescubrimiento
de las raíces inconscientes de la subjetividad, las revoluciones teóricas de las décadas de los sesenta y setenta –la
semiología, el estructuralismo y el postestructuralismo– con la atención que prestaron al lenguaje y la representación. Este
componente de vuelta de la dimensión subjetiva sugiere que, por lo que respecta al lenguaje, para dar cuenta de los nuevos
tiempos, no podemos contentarnos con un discurso que acata las antiguas distinciones entre dimensiones objetiva y subjetiva
del cambio. Pero la renovación conceptual crea dificultades a la izquierda. Su cultura convencional, que recalca las
‘contradicciones objetivas’, las ‘estructuras impersonales’ y los procesos que actúan ‘a espaldas de los hombres’(sic), hizo que
fuéramos incapaces de enfrentarnos de un modo coherente a la dimensión subjetiva en la política" (Hall, 1988, 41). Bajo el
pretexto de la necesidad de adaptarse a los Nuevos Tiempos, Marxism Today incluso modificó gradualmente su estilo,
tratando de incorporar la "nueva pluralidad de los modos de vida", ¡con lo que adoptaba los esquemas de los estilos sociales
propios de la industria publicitaria! Muchos críticos no dejaron de ver en estas renovaciones la manifestación de una
reorientación de los editores y un indicio de la "Retreat of the Intellectuals" (Saville, 1990).
La paradoja a la que lleva Hall aquí consiste en señalar en qué dichos nuevos tiempos, con sus traslados de problemáticas,
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constituyen también resultados y continuidades con respecto a los temas centrales de los Cultural studies. Estos no pueden
interpretarse, por lo menos del todo, como la crónica paralela de una dislocación (la de la identidad obrera, cuya erosión es
observada por primera vez por Hoggart) y la búsqueda de nuevas cristalizaciones de identidad, especialmente a través de la
cartografía de las subculturas. Los nuevos tiempos del thatcherismo y la globalización también tienen como consecuencia la
aceleración de dicha dislocación de identidades sociales vinculadas con el mundo obrero de antes. También están marcados,
en Gran Bretaña, por una suerte de hundimiento de los grandes referentes políticos, que manifiesta la impotencia de un
Labour Party que, en 1996, va a cumplir sus 18 años sucesivos como partido de oposición. En este contexto, en el que
modalidades que, hasta entonces, contribuían poderosamente a la estructuración de identidades políticas, sociales y
nacionales, dejan de heredarse, la cuestión de las recomposiciones de identidades se convierte en un desafío político
sumamente importante, así como, de rebote, la del papel de los medios de comunicación social y el funcionamiento del
espacio público. Este último no constituye nunca, como lo demuestra Calhoun en un texto importante (Bourdieu & Coleman,
1991), un mero foro de la Razón, en el que se intercambian argumentos y puntos de vista, sino un auténtico mercado de
identidades en el que se ofrecen, a través de los flujos de bienes culturales, propuestas de identidad y principios de
elaboración del "nosotros". Se entiende entonces la posibilidad de considerar el "giro etnográfico" como continuidad, como
identificación de los medios más eficaces para el análisis, en el terreno, de los enigmas relacionados con los procesos de
descomposición y recomposición de identidad, para llegar a entender determinados consumos culturales, opciones por
identidades e ideologías y por "placeres" mediáticos, los cuales no pueden dejar de ser considerados como escandalosos por
intelectuales marcados por el marxismo.
Sobre la base de sus diagnósticos referidos a las nuevas condiciones de formación de las identidades sociales, Hall no dejó
de afirmar que la cultura había llegado a ocupar una posición central en la gestión de las sociedades y del planeta y, en
consecuencia, en la forma de considerar la acción política. Por lo que respecta a las investigaciones académicas, Hall
explicaba, en 1991, el "nuevo posicionamiento" de los Cultural studies mediante la insistencia en determinados factores
mayores que obligaban a "superar las fronteras". Figuraban entre ellos:
La "globalización" de origen económico, este "proceso parcial de desmantelamiento de las fronteras que han forjado
tanto las culturas nacionales como las identidades individuales, especialmente en Europa".
1.
La fractura de los "paisajes sociales" (social landscapes) en las "sociedades industriales avanzadas", con la
consecuencia de que el "yo" (self) forma parte, de ahora en adelante, de un "proceso de elaboración de identidades
sociales, en el que el individuo se define con respecto a distintas coordenadas, sin que pueda quedar reducido a una o
varias de dichas coordenadas (ya se trate de la clase, la nación, ya de la raza, la etnia o el género).
2.
3. La fuerza de las migraciones que "transforman calladamente nuestro mundo".
El proceso de homogeneización y diferenciación que socava, desde arriba y desde abajo, la fuerza organizadora de las
representaciones del Estado-nación, la cultura nacional y la política nacional (Hall, 1991).
4.
Como puede notarse, lo que se calificó de viraje etnográfico en los Cultural studies es también la repercusión de una crisis en
la izquierda y participa de un diagnóstico político para los que, como Hall y Morley, fueron adeptos del movimiento social, y
esto desde su entrada en el campo de los Cultural studies. Si muchos están al tanto del compromiso de Hall, el trabajo
militante de Morley, aunque considerable, es más desconocido. Él fue uno de los responsables clave de la editorial Comedia
(20), la cual estaba vinculada con numerosos movimientos sociales (feministas, antinucleares, antiracistas, comunitarios y
cooperativos) y con la búsqueda de medios de comunicación alternativos, en los años setenta y los primeros de la década de
los ochenta, hasta que se marchó a la Universidad de Brunel. La adhesión a un cierto empirismo básico que supone el
enfoque etnográfico resulta indisociable, no sólo de la vuelta a la dimensión subjetiva y al problema de la "mutiplicación de
identidades", sino también de una noción de sociedad civil como el lugar de la diversidad y la diferencia. Esta concepción
suscitó, en el seno de la izquierda británica, un debate sobre el "culto a la sociedad civil", sobre los usos y abusos de dicho
concepto de una "sociedad civil" convertida en el terreno idealizado de todas las emancipaciones (Meiksins Wood, 1990).
Relevos generacionales
Finalmente, no es sólo a través del prisma de los debates espistemológicos, ni siquiera de un contexto político-social, que
pueden leerse los nuevos tiempos y el viraje etnográfico, que se explican también por procesos generacionales. Se trata,
primero, de la llegada de la que podría denominarse tercera generación de investigadores, que está precedida por la de los
padres fundadores y por la de Birmingham. Se trata también de la llegada a la edad adulta y adolescente de generaciones
que fueron socializadas, desde su más tierna juventud, por los medios audiovisuales y todos los recursos de las industrias
culturales (videojuegos...), y cuyas jerarquías culturales ya no son las de la generación de los baby-boomers europeos, a la
que aún pertenecían los investigadores de la segunda oleada de los Cultural studies. Las sensibilidades culturales y las
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relaciones con los medios de comunicación social cambian, por lo que se hacen también necesarios métodos de investigación
más aptos para captar lo "corriente del sujeto".
El norteamericano Larry Grossberg, quien se convertirá luego en uno de los mayores exponentes de los Cultural studies en su
versión americana, daba bien cuenta, en 1983, de esta nueva manera de considerar la cultura masiva, cuando reconocía la
dificultad a la que podía enfrentarse un investigador que quisiese penetrar, con las categorías consagradas por la mayor parte
de las teorías críticas existentes, en un terreno en el que "más que de entendimiento, se trata de placer", lo que se había
convertido en una evidencia luminosa para él, merced al trato cotidiano con sus estudiantes. Llegará poco a poco, a través de
los temas investigados, a poner en tela de juicio la noción de identidad basada en una diferencia negativa, que, en su opinión,
impregnó los Cultural studies y su noción de resistencia (Grossberg, 1996). La identidad cultural debe concebirse como una
"producción positiva". Lo que explica su intento de "inyectar algún movimiento y movilidad en la formación de la identidad",
con el fin de superar lo que califica de "concepciones polares de la identidad", en virtud de las cuales los individuos quedan
divididos entre dominantes y marginales, metropolitanos y periféricos, etc. Interpreta a su propia manera los análisis de
Deleuze y Guattari en Mille Plateaux, por lo que habla –su formulación resulta a veces algo confusa– de "territorialización de
la vida cotidiana" y "lógica espacial en la vida cotidiana" como "de la forma según la cual la gente vive la libertad, siempre
parcial, de establecerse en y trasladarse a través de las láminas de la realidad, dentro de las cuales se constituyen
mutuamente sus identidades e identificaciones, su inversión" (...) "Es posible visualizar sus resultados bajo la forma de un
diagrama, una configuración o una circulación móvil de ‘lugares’ o puntos en el espacio social, donde se articulan prioridades
según densidades específicas, para la cristalización de la formación (de la identidad) y las alianzas" (Grossberg, 1996,
106-107). Por lo tanto, la subjetividad es espacial, en la medida en que se vive el mundo desde una posición específica en el
espacio-tiempo, y está también relacionada con el movimiento y la trayectoria de los demás. Estamos lejos de las reflexiones
de su competidor, James W. Carey, quien, en su intento de anclar la versión norteamericana de la historia de los Cultural
studies, ¡invocaba aún, en 1983, a Charles Wright Mills, David Riesman, Kenneth Burke y Harold Innis! (Carey, 1983).
Las intervenciones de jóvenes estudiantes que participaban en el seminario Crossing Boundaries, organizado en 1991, en
Amsterdam, por el European Network for Cultural and Media Studies, son más concretas, y no por ello menos sugerentes, por
lo que respecta al cambio de sensibilidad en relación con el tema de la constitución de la identidad. Citaremos a dos de ellas.
En relación con el modo de estudio de las subculturas: "La escuela de Birmingham, con Hebdige y Hall, dedicó muchos
estudios a las subculturas, pero se observa, en los últimos años, una disminución de aquel tipo de estudios. Y esto por dos
motivos. Primero, durante el gran período del centro, se ha estudiado las subculturas como si fueran identidades realmente
establecidas, conceptos estables de formas auténticas y originales de resistencia, en un momento histórico dado y en un lugar
geográfico determinado. En segundo lugar, se suponía que cada subcultura causaba su propia muerte cuando estaba
admitida en el seno de la mainstream culture: los punks británicos eran originales, por la extravagancia de su estilo y sus
formas de expresión, pero cuando sus chaquetas de cuero se pusieron de moda, no quedó ningún auténtico punk. En este
preciso momento, la industria de la mercancía incorpora a la subcultura punk... Creo que, ahora, este tipo de enfoque ya no es
válido... Pude comprobarlo en mi investigación sobre lo que se llama, en Holanda, el Hip Hop. Esta subcultura no tiene una
identidad fija... (el estudiante explicó que, entre el inicio y la conclusión de su investigación, las normas internas de los
miembros de esta subcultura habían cambiado). Y todo esto por ser el Hip Hop una cultura muy internacional. Oriunda de los
guetos negros de Harlem y el Bronx, se difundió en unos pocos meses, especialmente en Holanda e Inglaterra. Para
considerarla de un modo adecuado, hay que hablar hoy de la dicotomía global/local. Cada subcultura hip hop local, regional o
nacional ha añadido sus propios centros de preocupación y los ha conjugado (y los sigue conjugando) con normas y valores
subculturales más amplios, conocidos en la subcultura en su conjunto" (Wermuth, 1991, 62). Otro estudiante señala: "Pues,
en mi opinión, los estudiantes de los Cultural studies no difieren mucho del resto de los humanos. Quizás somos un poquitín
más conscientes. La mayor parte de nosotros prefiere Madonna a Mozart, Kundera a Konsalik, sabemos que, políticamente, la
izquierda vale más que la derecha y que, por lo que respecta a los medios de comunicación social, preferimos las redes
privadas a las cadenas públicas. En resumen, somos los hijos de nuestro tiempo, y nuestro tiempo es la década de los
ochenta" (European Network for Cultural and Media Studies, 1996, 73).
Resulta revelador este desliz gradual hacia la naturalización de la televisión –que puede comprobarse en la última opinión–,
en su forma institucional y comercial. Se inició en la primera mitad de los años ochenta. Un indicio importante lo dio la primera
conferencia internacional sobre los Television studies, organizada en julio de 1984 por el British Film Institute y el Instituto de
Educación de la Universidad de Londres. Ien Ang, joven investigadora holandesa, "constituyó uno de los focos de atracción
del evento, por haber tomado la noción de diversión, o placer, que proporciona la televisión comercial al auditorio, como punto
de partida de una comparación entre la herencia del servicio público y los paradigmas de la televisión privada. Dicha
comparación acabó en acusación contra el servicio público y en celebración unívoca de la comercial, considerada mucho más
liberadora y emancipadora, por estar atenta a las expectativas populares de diversión" (Mattelart & Mattelart, 1986, 150).
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Medida con este rasero, la idea de un servicio público ajeno a los "deseos y preferencias populares" no era sino una "coartada
para colocar a los telespectadores en un marco paternalista" (Ang, 1985, 264-65). La vuelta a la diversión corriente se
producía explícitamente en nombre de la necesaria ruptura con la pesada tradición de las escuelas negativas, influidas por la
escuela de Frankfurt y la corriente estructuralista. Con la confusión de la diversión ordinaria con lo corriente en la televisión
comercial se perfilaba la conformidad, o por lo menos, la neutralidad, de la investigación ante el proceso de privatización y
desregulación de los panoramas audiovisuales, y esto justo cuando los países de la Comunidad Europea emprendían un largo
debate sobre la televisión sin fronteras y se inquietaban por las consecuencias negativas de unas estrategias comerciales
salvajes a la italiana. El estudio de Ang sobre la recepción de Dallas, que se centra en esta idea específica de placer, anuncia
tanto una oleada "etnográfica" como un nuevo interés, liberado de los tabús ideológicos, por el aspecto del placer en la
recepción.
EL BIG BANG DE LOS CULTURAL STUDIES
Iniciado en la segunda mitad de la década de los ochenta, el proceso de expansión planetario de los Cultural studies va a
acelerarse en los años noventa. Esta prodigiosa dilatación de este "algo" cuya clasificación empieza a ser arriesgada (¿es
todavía una "escuela", una "corriente" coherente, una problemática, o se trata más bien de una institución académica o un
"hecho" social?) adopta una doble forma. Se trata primero de una migración geográfica, no sólo hacia América del Norte, sino
también hacia América Latina y el continente australiano. Lo que es más, los Cultural studies se colocan en el centro de una
espiral expansionista y no dejan de reivindicar, como elementos constitutivos de su identidad, a nuevos autores, nuevos
objetos, nuevas materias, de acuerdo con un proceso identificado de un modo bastante clásico con la invención de una
tradición. Al mismo tiempo, esta buena racha social y académica viene acompañada por procesos contradictorios, vinculados
con la erosión implacable de un conjunto de bases y soportes que estaban en el origen del despegue de esta corriente en el
Reino Unido, así como con su fragmentación creciente por culpa de las problemáticas, las revistas, las camarillas y la
dispersión de los proyectos intelectuales.
Las tijeras de la institucionalización
La metáfora clásica del tijeretazo da bastante bien cuenta de la tensión que se produce entre el proceso de expansión de los
Cultural studies y el de debilitamiento del conjunto de factores que estuvieron en el origen de su despegue.
Hay que empezar por insistir en el proceso de despolitización –no existe otro término para designar el fenómeno– de este
movimiento de investigación. Se recordará que toda la génesis de la corriente estaba estrechamente vinculada con el clima
político que, al final de los años cincuenta, había quedado reflejado en la aparición de la nueva izquierda. Resulta que parte
importante de la red que federaba de un modo soterrado a los intelectuales de izquierdas británicos, proporcionándoles los
contactos con los movimientos sociales y los medios populares, se desmoronó al cabo de veinte años. La crisis en el
movimiento sindical, los ataques de los gobiernos conservadores contra las instituciones culturales y las de formación
continua, así como las dificultades para estructurar los componentes de la izquierda laborista, se aunaron para reducir hasta
casi nada las articulaciones entre investigadores y movimientos sociales (Mellor, 1992). La desaparición de Marxism Today, en
1991 (Dixon, 1996), puede ser considerada como un síntoma de desmoronamiento de estos lugares de interfaz. La confusión
en las oposiciones políticas, simbolizada por la llegada de Tony Blair a la cabeza del New Labour, y la desaparición o la
retirada de los padres fundadores, con la excepción de Hall, contribuyen también a convertir a los herederos de los Cultural
studies en huérfanos de la militancia.
Se estaría tentado de parodiar el título, ya de por sí paródico, de uno de los primeros libros de Ien Ang (1991), con el apunte
"Busca causa, desesperadamente", cuando, en un texto reciente (1996, capítulo 2), plantea preguntas, no sin razones, acerca
del fenómeno del abandono del compromiso por parte de los investigadores e interpela a Morley sobre los riesgos de una
actitud demasiado académica, aunque no logre superar las vagas fórmulas respecto de la necesidad para los investigadores
de considerar que su trabajo científico debe ser una contribución al servicio de "los públicos". Existe en los Cultural studies
toda una línea que puede identificarse con el seguimiento, nostálgico en el caso de Hoggart, atento a las reconstituciones de
identidad en el de Hebdige, no sólo del proceso de disolución del mundo obrero y su cultura, sino también de las fuerzas
políticas relacionadas con él. Los "progresos" irreversibles de tal proceso en Occidente también tienen repercusiones en los
investigadores. Tienen su lado positivo, ya que hacen reflexionar sobre los procesos de constitución y los principios de
estructuración de las nuevas identidades. Pero también un lado más discutible, por impulsar un tipo de búsqueda de unos
elementos "populares" que se hubiesen mantenido intactos, un mundo perdido, El Dorado, en los cuales las problemáticas de
hegemonía, resistencia y conflictos de clase hubiesen mantenido su vigencia. La importancia conferida al Tercer Mundo, y
más precisamente a América Latina, sirve para ilustrar este peligro, el de la ambigüedad de un tipo de reconocimiento de
teóricos latinoamericanos, entronizados en el club de los Cultural studies como portavoces de los "buenos salvajes" de la
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resistencia cultural y defensores titulares de la atalaya en la cual siguen teniendo sentido las viejas problemáticas y los viejos
combates. ¡No hay casi nada nuevo bajo el Sol! Desde la conquista de aquella parte del Nuevo Mundo, la Europa etnocéntrica
siempre consideró que había "más alma" en ese territorio de utopía. Pero dicha postulación simplista del mundo
latinoamericano resulta tanto más paradójica cuando se olvida de la crisis que, allá también, afecta al pensamiento crítico y
provoca intensos debates entre los investigadores (21).
El proceso generalizado de deslegitimación de los intelectuales y su papel crítico, en provecho de nuevas figuras de
referencia, héroes de la competición económica u oráculos mediáticos, contribuye también a la marginalización de un grupo,
que nunca tuvo en Gran Bretaña el magisterio que pudo reivindicar antes en Francia. Si se añade a estos datos el de la
auténtica sangría que contribuyó, bajo la forma del reclutamiento en el exterior (especialmente en Australia y América del
Norte), a la marcha del Reino Unido de muchas figuras destacadas de los años Birmingham, se empezará a entender el
debilitamiento del movimiento en el territorio en el que nació.
Sin embargo, esta situación resulta paradójica, ya que, al mismo tiempo, se produce un notable auge de los departamentos de
Cultural studies, como lo evidencian la inflación editorial y el aumento de revistas. De un modo más fundamental, se esboza
una nueva geografía académica planetaria que, con la única excepción del África negra y árabe y la Europa continental, cubre
el planeta con una densa red de departamentos de estudios culturales, desde Formosa hasta Sidney, pasando por Ciudad del
Cabo, Toronto (Blundell & Sheperd (Eds), 1993) y Bloomington. Por lo demás, Gran Bretaña no está apartada de este
proceso, ya que los fenómenos de desvitalización que se acaban de mencionar van acompañados, simultáneamente, por el
aumento de los departamentos de Cultural studies, sobre todo en los nuevos centros superiores, los "Polytechnics"
ascendidos al nivel universitario (22). La lógica conquistadora de los nuevos Cultural studies se observa, a través de la lectura
de los readers sucesivos, también en el proceso de anexión de nuevos autores y terrenos (23), cada vez más visible y a
menudo excesivo. Aunque no se dé a tales referencias el estatuto de un análisis definitivo de contenido, la comparación de
algunas obras introductorias destinadas a los estudiantes (Collins, Curran e.a. (Eds), 1986; During, 1993; Polity, 1994) resulta
bastante esclarecedora al respecto. La lista de autores de referencia bastante indiscutibles, por pertenecer a una suerte de
herencia reivindicada por todos, resulta finalmente bastante corta (Barthes, Hall, Hebdige, Williams), ya que la inclusión en la
tradición del legado de la economía política de las comunicaciones no es, ni de lejos, compartida por todos. Al mismo tiempo,
se observa muy claramente, en especial en During, un doble proceso de adjunción. Se trata, por una parte, de incorporar a
una supuesta tradición de los Cultural studies, a autores que, en la práctica, tienen poco que ver con ella (Bourdieu, Foucault,
los postmodernos), y en una dirección distinta, el proceso acumulativo incorpora a la corriente un porcentaje, en una
progresión exponencial, de investigadores que se dedican a los medios de comunicación social, los gender studies, la
geografía humana, la etnicidad, los ocios y el consumo. Se puede leer en filigrana, en tal dispersión de temas, el papel
importante que desempeñó la identidad en el desplazamiento de las problemáticas. Cuando las identidades sociales
"clasistas" se disuelven o están consideradas por los investigadores como menos pertinentes, se está obligado a buscar otros
principios de construcción de identidad, de matrices subculturales, en la raza, el género (gender), la relación con los medios
de comunicación social y con el consumo (During, 1993, Prefacio).
El estallido
Es posible apreciar inmediatamente los resultados de esta tensión entre pérdidas de anclajes sociales e institucionalización
académica en la propia naturaleza de los productos científicos que reivindican la marca de fábrica Cultural studies. Como
observó, con razón, Morley (1992), una parte de los trabajos británicos resulta realmente "inexportable", ya que para su
comprensión hay que estar familiarizado con la sociedad británica. ¿Cómo entender el análisis de Nationwide cuando no se
ha visto nunca este programa en la televisión? Por lo que son los textos más teóricos y, a veces, más teoricistas, los que
soportan mejor el viaje e impulsan una producción de metateoría, a la que no estorba la falta de apoyo en algún terreno. Uno
de los rasgos menos seductores del rumbo actual de los Cultural studies consiste sin duda, con la excepción de los estudios
de la recepción, en esta propensión hacia el teoricisimo, en la tendencia a la glosa, ya no de las obras de Marx, sino las de
Baudrillard o Habermas. El fenómeno ha adquirido tanta amplitud que el lector de las revistas y las innumerables obras que,
como consecuencia del flujo editorial, llegan hasta su biblioteca, puede preguntarse, y con razón, como lo hizo Blundell
(1993), si el consumo, más grato, de las novelas de Kureishi (1990, 1995) o los filmes de Frears ne le serían de mayor
provecho respecto de los temas de "multiculturalismo", "identidades", "estilos de vida", etc.
Asimismo, cabe sospechar, como hacen Murdock (1995) y Chaney (1994, 25), que la fascinación creciente por los signos, los
simulacros o las representaciones, que se refleja en una parte importante de la producción (Lash & Urry, 1994), está de algún
modo relacionada con la situación social de una comunidad universitaria que no tiene acceso a los mecanismos de toma de
decisión y está condenada, por un mecanismo de cámara oscura, a una sombría fascinación por lo simbólico, además de
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estar más interesada por la extensión de su curriculum académico que por la observación, dudosa y lenta, de la
recomposición de las fuerzas sociales.
Estas evoluciones en su conjunto han provocado, en la década de los noventa, la fragmentación de los Cultural studies, un
proceso multiforme de disolución centrado en nuevos temas y en paradigmas reciclados, lo que convierte cualquier intento de
cartografía en una empresa muy arriesgada, como si, al estar en todas partes, los Cultural studies corriesen el riesgo de no
estar en ninguna. No obstante, sugerimos, a modo de referencias provisionales, una triple polaridad, que, sin excluir la
posibilidad de superposiciones, puede ayudar a circunscribir la disolución-recomposición del ámbito.
Para una parte de los investigadores, la dinámica de los Cultural studies volvió a centrarse en una sociología de los medios de
comunicación social, pero concebida de un modo más amplio, sin que resulte siempre fácil entender cuál era la que absorbía
y cuál quedaba absorbida. Media, Culture and Society constituye una ilustración de esta opción, que tiene también como
objetivo la articulación de la dimensión económica con los terrenos de la recepción y los medios de comunicación social. Una
segunda dinámica, que reivindica de un modo más ruidoso una vocación teórica, trata de vincular muchos legados de los
Cultural studies de los años setenta con los requerimientos de destacados modelos teóricos que tienen un origen tanto
sociológico (Elias, Bourdieu) como filosófico (Habermas, Gadamer). Creada en 1983, la revista Theory, Culture and Society es
la abanderada de esta orientación, en la que se codean, aunque no siempre mezclándose, la voluntad de producir una
metateoría cultural (su lema podría ser: "¡Si eres más postmoderno que yo, mueres!) e intentos por reorientar problemáticas
más antiguas hacia objetos inéditos: consumo, turismo, vídeo.
Una tercera opción, identificable en los recientes estudios de David Chaney (1994) y también, pese a las diferencias, en los de
Hall (1996), se enfrenta, de una forma especialmente explícita, con la interrogación relativa al agotamiento de los Cultural
studies. La hipótesis subyacente es la de un cambio de estatuto del terreno cultural en el capitalismo contemporáneo. Hall
subraya que la cultura dejó de ser el equivalente del glaseado o la guinda en un pastel y que está incorporada ahora, a través
de la publicidad, el marketing y las exigencias del estilo de vida, en el tejido social y mercantil. En cuanto a Chaney, resalta
que la cultura no puede ser considerada por mucho más tiempo como lo que confiere sentido a la experiencia, sino como el
propio contenido de la experiencia social, como un ingrediente de la propia sustancia social, de la que el diseño, con su
opción por el embellecimiento de la cotidianeidad, constituye una metáfora oportuna. Estos análisis estimulantes pueden
designar una línea de cresta sobre la cual podrían caminar unos Cultural studies que tomasen nota de una forma de
"inmersión" de todas las prácticas sociales en la cultura, lo que vuelve a poner en tela de juicio la gran división entre los
terrenos económico y cultural ... y exige, de modo correlativo, la invención de nuevas modalidades de estudios
interdisciplinarios y la nueva integración de la dimensión económica en la manera de pensar la cultura.
Una apuesta clave: la globalización
En el juego de la paradojas que marcan la evolución reciente de los Cultural studies, la cuestion de la globalización adquiere
una dimensión estratégica. A través del planteamiento de la internacionalización de los medios de comunicación social y las
formas de cultura masiva, la corriente extendió su imperio hasta los confines del mundo, con lo que perdió sus raíces y, en
opinión de muchos, su alma. ¿Una paradoja? Sí, ya que en los momentos más álgidos de los debates políticos ocurridos en
las décadas anteriores, no se escuchó lo que decía al respecto.
En este cruce de fronteras surgió un nuevo lugar de reunión, el de la "globalización", una noción que se encuentra hasta la
saciedad en los más diversos autores y cuyos usos y difusión se hacen tan laxos que se convierte en un nuevo "puente de los
asnos". Por lo demás, la literatura británica ironiza a veces al respecto, utilizando el término globaloney –un posible
equivalente sería "globalerías"– para referirse a la degeneración de este debate fundamental en un tópico presente en
cualquier discurso vanguardista. Global y globalización se han convertido en palabras fetiches, cuya semántica se aceptó sin
beneficio de inventario previo y que desempeña el papel de lugar donde no se encuentra sino lo que uno mismo ha aportado.
Lo que resulta sospechoso es la ausencia de cuestionamiento acerca del origen de aquellos términos anglosajones (ya que
fueron traspuestos, sin más, a las lenguas latinas). Habría que preguntarse, por ejemplo, cómo, cuando antes eran el feudo
de los estrategas militares, pasaron, en el transcurso de los años ochenta, al lenguaje de la geo-finanza y el geo-marketing,
en donde designaban una concepción cibernética del proyecto de nuevo orden mundial, y cómo, y sobre todo por qué, al final
de su trayecto, encallaron en las ciencias de la cultura. Lo que es el colmo en un enfoque que se dice firmemente contrario a
los partidarios de visiones economicistas (Mattelart, 1992, 1996). La inconsciencia llegó hasta tal extremo que los Cultural
studies se apoderaron simultáneamente, sin tomar mayores precauciones epistemológicas, de otro término, que provenía
directamente de las teorías japonesas de la gestión de empresa postfordista, el de glocalisation, para referirse a la necesaria
articulación de lo local con lo global, término constantemente repetido, como si fuera un estribillo, en los análisis de los
productos de la "cultura global". ¿Cómo no estremecerse ante el empleo reiterado de tal noción de "glocalisation", utilizada a
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tontas y a locas, para referirse al proceso que viene a complementar el de la globalización, el de la "fragmentación" cultural,
cuando se sabe que, en su origen, fue utilizada por los especialistas del marketing para denominar la "segmentación" de los
objetivos o la repartición, en grandes segmentos transfronterizos, de los consumidores que compartían los mismos estilos
sociales (Mattelart, 1989; Neveu, 1990). Existen transferencias que resultan muy elocuentes respecto de los nuevos tipos de
connivencia conceptual entre las lógicas mercantiles y el mundo académico.
Se nos suelta que la "globalización" es un hecho, una fatalidad. No hay ningún distanciamiento respecto de esta pesada
tendencia de las economías. Las descripciones del nuevo panorama global bien pueden valerse de un léxico foucaldiano, con
el que hoy se describe el poder como "disperso, difuso, volátil, complejo, interactivo". Siguen siendo vagas e imprecisas, ni
verdaderas ni tampoco falsas. Esta indefinición también debe achacarse al carácter muy selectivo de los conocimientos y las
problemáticas que movilizan a los Cultural studies en su expansión. Se diga lo que se diga, la integración en ellos de la
dimensión económica sigue siendo muy superficial. Tampoco destacan por su incorporación de la historia. Se llega, como
máximo, a afirmar que existe una diferencia entre globalización e internacionalización. Pocas veces se llega a una mayor
matización. En esta tendencia actual, la relación con el terreno real, en los casos en que ha sobrevivido, se encoje demasiado
a menudo hasta la dimensión del espacio familiar o la galería comercial (Shields, 1992), lugares de recepción de programas o
de consumo de mercancías. Ante el reto de un mundo cuya complejidad no se reduce a un lema cómodo, los Cultural studies
han jugado, y abusado, con una inflación de metadiscursos, a expensas de la búsqueda de una teoría capaz de explicar dicha
complejidad. Se recordará, como antes lo hizo Elias, que sólo merecen la etiqueta de teoría las construcciones conceptuales
gracias a las cuales se pueden resolver problemas y renovar la inteligibilidad de los objetos. Por otro lado, la sofisticación
conceptual oculta un pensamiento impregnado por los conformismos y que se siente incómodo ante la complejidad de las
nuevas relaciones de fuerza interculturales, en una situación de generalización de los sistemas técnico y productivo. De ahí a
pensar que su tratamiento resulta imposible sólo hay un paso, el que dieron, explícita o implícitamente, muchas
investigaciones etnográficas centradas en la recepción de productos globales. Resulta significativo el que Dallas, o algún otro
estandarte de la cultura global, haya sido utilizado como caballo de Troya para convencernos de la caducidad de la idea de
hegemonía en el análisis de las relaciones entre culturas.
La matización de esta crítica resulta necesaria. Las nuevas reflexiones sobre los públicos que, por supuesto, no se limitan a
las que criticamos aquí y que quedan insertadas dentro de un movimiento espistemológico más general de "vuelta al sujeto",
constituyen un hecho muy positivo. Van en contra de las teorías deterministas que, durante las décadas de los sesenta y los
setenta, insistieron demasiado en la influencia de las estructuras en las conductas de los usuarios de los medios de
comunicación social y en su efecto alienante sobre un consumidor demasiado a menudo considerado como un mero
receptáculo. Pero esta vuelta a un "individuo activo" tampoco está exenta de ambigüedad y se presta a desviaciones cuando,
al centrarse de un modo unilateral en la libertad del individuo-consumidor de descodificar los programas u otros productos
culturales, permite librarse fácilmente de las preguntas planteadas por la profunda desigualdad que sigue caracterizando las
condiciones del intercambio en el mercado de flujos. Esto tiene como resultado una infravaloración de las determinaciones
sociales y económicas, del peso de las grandes estrategias industriales y financieras, así como de las apuestas geopolíticas
de la producción industrial en el terreno cultural y en el de la comunicación. Se está tan obsesionado por las "lecturas
negociadas" y la libertad individual en materia de determinación del sentido de los mensajes que se olvida totalmente el tipo
de sociedad en la que vive el receptor, el margen de maniobra dejado efectivamente a los usuarios, entre la autonomía
individual y la coerción, por el orden social y productivo. Se legitima así la representación de una sociedad cuya transparencia
es el resultado de la comunicación técnica, y simultáneamente, se deslegitima cualquier posición que continúe considerando
necesario que, a la autoregulación mediante las lógicas del mercado, le hagan contrapeso políticas públicas, que toman en
cuenta tanto la acción de la socieda civil organizada como el papel que desempeñan los poderes públicos como
representantes del interés común. En este contexto surgió la ideología neopopulista de la "global democratic marketplace",
clave de la legimitación del libre comercio y cuya argumentación no necesita recurrir a malabarismos vagamente teóricos para
ser aceptada por las grandes instancias internacionales, en las que se acuerda la forma del futuro dispositivo de la
comunicación: "Dejen actuar a la libre competencia en el libre mercado entre individuos con libertad para escoger; al igual
que, en la soledad de la cabina, los electores tienen la libertad de votar a favor de uno de los candidatos, los espectadores
deben disfrutar de semejante libertad cuando se trata de seleccionar el programa individual o familiar."
¿Puede quedar reducida la libertad del telespectador a la de descifrar los productos de una industria que ocupa una posición
hegemónica en el mercado? ¿No habría que concebirla también como la libertad de ver y entender los productos de culturas
no hegemónicas, empezando por la propia? Esto hace que la rehabilitación teórica unilateral del "receptor" desemboque
directamente en una naturalizacion de la subordinación cultural de determinados pueblos y culturas, lo que, hasta los años
setenta, en los que políticamente se cobró conciencia de las grandes desigualdades sociales en el planeta, se denominaba
"imperialismo cultural".
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La figura del individuo-público libre, que corre parejas con la vuelta vigorosa de las distintas formas de empirismo, equivale a
una confesión de impotencia, una racionalización de la derrota y el abandono de cualquier reflexión sobre el socius. Cuando
se reduce la "actividad" de los espectadores a la del mero consumo de productos en cuya elaboración no tuvieron nada que
ver, se renuncia a plantear una pregunta central para la definición de la relación entre, por una parte, la ciudadanía y la
democracia, y por otra, los medios de comunicación social, o, de un modo más amplio, todos los dispositivos de comunicación
e información, pregunta que, desde la teoría de la radio de Bertolt Brecht, preocupó a numerosas generaciones de críticos:
¿cómo puede efectuarse la apropriación colectiva de las redes y medios de producción de la cultura y la comunicación?
Todo esto resulta muy coherente con la "cultura de la retirada" del consumidor, tan apreciada por el ideólogo del
neoliberalismo, Milton Friedman, para quien ésta constituye la única modalidad posible de resistencia metabólica a las leyes
naturales de un mercado competitivo. Dicha "cultura de la retirada" expulsa del campo de las posibilidades a otra forma de
resistencia, que consiste en "tomar la palabra" (Hirschman, 1970).
Los más de diez años de evolución posibilitan también la comprensión de una de las paradojas, a largo plazo, del "giro
etnográfico". Concebido para que ciertos modelos teóricos puedan resultar operativos y para dar los apoyos empíricos que
faltaban a los Cultural studies, este "giro" parece a veces provocar sorprendentes vueltas completas de dirección, las cuales
desembocan en un acercamiento entre los partidarios del nuevo cauce de los Cultural studies y los investigadores más
próximos al mainstream, y parecen una reinvención de los buenos y viejos estudios de "usos y gratificaciones". Determinados
intercambios de posición, que se pueden observar en las citas y las reseñas de obras, ofrecen el espectáculo de una
sorprendente contradanza, en la que investigadores "empiristas", a menudo considerados, por los partidarios de los Cultural
studies, como las grises encarnaciones de un academicismo conservador, rinden homenaje a investigadores críticos, por fin
atentos a los hechos, mientras los hijos emancipados de la vanguardia descubren las virtudes desconocidas de los antiguos
clásicos. Todo esto guarda a veces algún parecido con los equivalentes funcionales del vodevil, en el small world (Lodge,
1984) de las ciencias de la comunicación.
La espiral de las incertidumbres
En efecto, lo que caracteriza el inicio de los años ochenta, tanto en el caso de firmes "militantes" de los Cultural studies, como
Morley, como en el de los jóvenes "principiantes", como Ang, es una suerte de vértigo de la revisión crítica y el tambaleo de
las ortodoxias, lo que lleva a investigadores con abundantes referencias críticas o con un bagaje marxista a descubrir las
virtudes del sector privado de producción de programas y las ventajas de las redes comerciales. Morley (1992) hará un
análisis retrospectivo, en el que la lucidez autocrítica se mezcla con el alegato pro domo suo, de los extraños reencuentros
que, a veces, parecen propiciar estas evoluciones (24) y de los patinazos que se produjeron en el momento del "giro". Su
alegato crítico se centra fundamentalmente en la reivindicación de una doble superación. Más transparente con el paso del
tiempo, el desafío del giro que se dio en la década de los ochenta habría consistido en una ruptura con las aporías de los
Cultural studies anteriores: mediante el recurso a herramientas sociológicas más rigurosas, mediante la opción estratégica por
la verificación empírica de los modelos teóricos de análisis de la recepción, y también, mediante el cuestionamiento de una
visión a veces mitificada de las "resistencias", que pudo ser provocada por una lectura demasiado optimista de Michel de
Certeau. De un modo paralelo, este momento de superación supuso una rehabilitación crítica de parte del legado empirista, al
resaltar, por ejemplo, en qué los trabajos de Katz, Klapper, Lazarsfeld o Merton permitieron oponerse a las visiones más
simplistas del poder de los medios de comunicación social, que estaban vinculadas con el modelo de la "inyección
hipodérmica", al restituir a las investigaciones del tipo "usos y gratificaciones" su componente innovador, que consistió en
desviar la atención hacia un receptor activo.
Morley subrayará también hasta qué punto este empirismo revisitado no puede ser totalmente rehabilitado cuando rehúsa
establecer una distinción entre el consumo cuasi obligado del ocio televisivo por agentes dominados y la selección de un
programa; cuando la atención prestada a la autonomía de los receptores deriva hacia una apología ingenua, en la que la
capacidad de los telespectadores a recodificar o a pescar furtivamente en el flujo audiovisual invalida cualquier interrogación
sobre los contenidos o la apreciación de los programas; y cuando la renovación en los estudios de recepción (Liebes & Katz,
1993) versa sobre los "códigos culturales", sin que se trate de explicar su génesis ni su modus operandi.
Incluso, en sus titubeos y contradicciones constituye esta mirada retrospectiva de Morley un testimonio importante. Da cuenta
de una investigación "en movimiento", la cual pocas veces tiene la coherencia de las exposiciones destinadas a los manuales.
¿Significa esto que hay que aceptarla sin reserva de inventario? ¿Cómo no rechistar cuando se observa la extraña asimetría
de una doble superación en la que, por una parte, se rehabilita con mucha generosidad lo mejor del empirismo, por su
capacidad para renovar las problemáticas de los Cultural studies, pero por otra, se muestra poco celo en la explicitación y
utilización de lo que constituiría la parte positiva de la herencia crítica? Aunque la reflexión retrospectiva sobre los legados de
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los "usos y gratificaciones" no constituye, en sí, una empresa censurable o inútil, tampoco hay que ocultar los presupuestos
epistemológicos de aquellos trabajos, que fueron puestos de relieve antes por Beaud (1984): psicologismo; atribución a los
agentes sociales de una capacidad a dar cuenta de sus prácticas, que convierte a cada uno de ellos en sociólogos en tiempo
real; insistencia a menudo excesiva en los "poderes" de los receptores.
Finalmente, existen bastantes sólidos motivos para sospechar que algunos acercamientos hacia la antigua vulgata empirista
no se explican únicamente por el abandono de los sectarismos o por la efervescencia creadora del "giro" de la década de los
ochenta. Katz, mascarón de proa del funcionalismo y autor de un conocido trabajo sobre la recepción de Dallas, escribe en
1990, a propósito de la "vuelta de los públicos": "La noción de participación, o el papel desempeñado por el espectador, en la
medida misma en que abunda en la idea de una selección por parte del público, se convierte en un importante punto de
convergencia entre neomarxistas, funcionalistas y teóricos del texto. Los neomarxistas aceptan contrastar sus propias lecturas
de textos (análisis cualitativos de contenido) con el estudio empírico de las lecturas efectuadas por los espectadores. La idea
de la posibilidad de que un texto sea recibido por sus destinatarios bajo una modalidad de la oposición, con lo que se rompe
con sus pretensiones hegemónicas, significa una apertura de la teoría crítica a la posibilidad de que el statu quo sea
vulnerable (Hall, Morley, Fejes)" (Katz, 1990, 282-283). Morley (1991) no se quedará deudor en este cruce de
reconocimientos. Al reseñar The Export of Meaning (Katz & Liebes, 1990), emite un juicio benévolo sobre la obra –cuya
importancia es indiscutible–. Lo que resulta más sorprendente es que no sólo justifica esta apreciación por las aportaciones en
el terreno de la recepción, sino también por las supuestas contribuciones de Katz y Liebes a la desmitificación de las teorías
sobre el imperialismo cultural, y esto cuando la noción que ellos dan de esta visión es discutible, ya que la caricaturizan bajo
la forma simplista de "un mensaje hegemónico (que) el analista percibe en el texto y que se transmite a las mentes indefensas
de los telespectadores en todo el mundo" (p. 4). En un artículo posterior, aunque se desmarque de los enfoques "populistas",
Morley (1993, p. 14) vuelve a fundamentar su argumentación en sus trabajos, los de Ang, Radway, Katz y Liebes, unidos en
una discutible coherencia contra una "tesis simplona de la ideología dominante". No parece discutible el que, en la década de
los setenta, pudieron darse visiones simplonas del imperialismo cultural y la ideología dominante. Pero, ¿puede darse por
zanjado el debate por haber triunfado sin peligro sobre las interpelaciones más pobres? ¿Por haberse valido de una retórica
de medias tintas, equidistante del populismo de Fiske (ver Seaman, 1992) y los planteamientos apocalípticos de la
"dominación"?
Si el interés por la recepción llegó realmente a constituir un importante punto de ruptura con el dogmatismo del período
estructuralista, condujo también al ocultamiento de preguntas importantes y suscitó un tipo de confusión, que adquirió los
rasgos de la recepcionitis, con la que se acható todas las problemáticas interesantes relacionadas con los medios de
comunicación social renovando los lazos con el viejo mediacentrismo. No se devalúa la fuerza renovadora de los trabajos de
Morley o Ang (aunque también de Katz y Liebes) cuando se señala que sus contribuciones no descalificaron ni agotaron las
problemáticas acerca de las relaciones de fuerza internacionales en materia de productos culturales, como tampoco las
relacionadas con la génesis de los instrumentos de "descodificación". Cabe también preguntarse si una forma de repetición, o
a veces de relajación, en los estudios sobre la recepción no significa lo que, en el léxico de Kuhn, se correspondería con un
agotamiento precoz del "paradigma" y con la necesidad de volver a invertir en interrogantes que se abandonaron demasiado
rápido. Por culpa de esta falta de rigor teorías, como las que algunos francotiradores, entre los que se cuenta Michel de
Certeau, elaboraron sobre los usos subversivos de los medios de comunicación social o la cultura masiva, llegaron a ser
desviadas, sin que nadie se indigne, por el "marketing de la apropiación" (sic) que empezaron a formular las grandes redes
globales de la publicidad , que se interesa por el consumidor ahora "inasequible". Y esto sin mencionar los usos aberrantes
que se llega a hacer del mismo autor en las propias universidades.
A veces los Cultural studies y el neofuncionalismo están obligados simplemente a aliarse, para enfrentarse al enemigo común:
aquellos que, pese a todo, siguen planteando la interpenetración de las culturas, las economías y las sociedades, desde el
reconocimiento del intercambio desigual entre dichas culturas y las lógicas de exclusión inherentes al proceso de integración
geo-tecno-económico mundial. Por lo demás, no es posible que la polémica deseada se produzca. Ya que para evitarla,
conviene recordarlo, tanto los unos como los otros se amparan en simplificaciones extremas. Se remacha la idea,
evidentemente falsa, de que los que siguen concibiendo la "globalización" de acuerdo con dichas lógicas de exclusión se
adhieren a las antiguas teorías apocalípticas y a las concepciones monolíticas del poder y la potencia que les estaban
asociadas. Por desgracia, pululan las tipos de estudios que caricaturizan la historia de las investigaciones sobre los procesos
de integración mundial, valiéndose para ello del nuevo contexto global, y consideran que la aportación de la economía política
de los medios de comunicación social y la cultura se detuvo en los años setenta, con lo que pueden congelarla y, por lo tanto,
desvalorizarla. ¿Cómo puede creerse, por ejemplo, en la seriedad epistemológica de autores que, como los británicos John B.
Thompson o John Tomlinson, para mejor asentar su visión de una globalización que coincide con una postmodernidad
disolvente, escogen, como defensores de la opinión contraria, estudios de Herbert Schiller sobre el "imperialismo cultural",
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publicados respectivamente ... en 1969 y 1976! ¿Pasan sencillamente por alto las importantes revisiones, los desarrollos en el
análisis de las estrategias comerciales referidas a la cultura, elaborados posteriormente, en una media docena de obras
publicadas después de esta fecha, por el docente de la Universidad de California (Thompson, 1995; Tomlinson, 1991; Schiller,
1996)! ¡Existen prácticas que rozan la deshonestidad intelectual y que están más en conformidad con las normas de la
competencia salvaje en el mercado libre que con las del trabajo de confrontación intelectual!
Semejante black-out resulta tanto más inaceptable cuando, a partir del final de la década de los setenta, se multiplicaron los
balances teóricos acerca de las formas de abordar las articulaciones local/nacional/transnacional y cuando están disponibles
en lengua inglesa (25) muchos análisis críticos, respecto tanto de los con-ceptos forjados en los años setenta, como de las
evoluciones en los paradigmas de la economía política y la geografía que analizan el "capitalismo mundial integrado" (Mosco,
1996; Roach, 1997). ¿Hay que recordar que los primeros interrogantes acerca de la noción de imperialismo cultural (y la
famosa teoría de la dependencia que salió de ella) no fueron formulados por los Cultural studies, sino que resultaron de una
dinámica autocrítica por parte de los que la utilizaban para entender las dinámicas de tipo mundial, en los tiempos de las
movilizaciones contra la guerra de Vietnam, los golpes de Estado y las dictaduras militares? Hay un análisis como éste que se
remonta al año 1983: "La noción de imperialismo cultural y su corolario, la "dependencia", ya no bastan hoy. Desde un punto
de vista histórico, ambas nociones constituyeron una etapa fundamental en la toma de conciencia de los fenómenos y
procesos de dominación cultural. Gracias a dicha conciencia se construyó, poco a poco, un campo político y científico, en el
que se mezclaban estrechamente la subjetividad unida a los combates cotidianos y los intentos de formalización de un campo
de observación. Sin el peso de la experiencia realmente vivida resulta imposible entender, no sólo las vacilaciones y los
enfoques aproximados, sino también las certidumbres conceptuales que tienen su origen en diversos sectores geográficos y
sociales. Por lo demás, algún día habría que estudiar con más detenimiento la génesis de los sistemas de comunicación y la
historia de los conceptos que los constituyeron en un terreno privilegiado de investigación. Esta inscripción en la historia es la
única que hace posible tanto el descubrimiento de las continuidades como también de las rupturas que dieron origen a nuevos
planteamientos y herramientas, articulados sobre los movimientos de la realidad" (Mattelart, Mattelart & Delcourt, 1983, 48).
Este trabajo de revisión crítica es el que llevará a la economía política a superar los límites de su reclusión disciplinaria y a
incorporar tanto el enfoque antropológico como la profundidad histórica, para conferir un mayor rigor epistemológico al término
trampa de "globalización". Las nociones de usos sociales y mediaciones simbólicas van a impregnar, poco a poco, el campo
de los análisis referidos a las modalidades de implantación de las técnicas de comunicación e información, que se tendían a
examinar, como consecuencia de los enfrentamientos entre bloques, con la lupa del dualismo. La toma en cuenta de las
subjetividades, de una intersubjetividad restituida en las mediaciones sociales que la estructuran también han penetrado en
muchos estudios, en los que se manifiesta el deseo de reconciliar las viejas dicotomías individual/colectivo y micro/macro. La
economía política, tal como la concibió Garnham en su artículo-programa de 1979, perdió sin duda parte de su especificidad,
pero el análisis de los procesos ha mejorado, ya que son más finos e inteligibles políticamente.
A modo de conclusión provisional: entre la última moda teórica y la reinvención de los fundamentales
¡Todo es cultura! Uno de los méritos de los Cultural studies consistió en recordar el peso de dicha dimensión en los años
sesenta, período durante el cual el "todo es política" servía de guía rudimentaria para orientarse en las ideologías del cambio
social. Si, en la edad de oro de los Cultural studies, semejante reivindicación del enfoque cultural todavía podía ser privativa
de una visión crítica de la sociedad, la situación ha cambiado en este final de siglo que huele a Restauración. Los actores que
se interesan ahora por las dimensiones culturales son tan distintos que el aspecto de resistencia frente a un orden social
determinado ha sido relegado a un nivel subalterno. Se impuso, poco a poco, una noción de cultura instrumental y funcional,
ante la necesidad de regulación social del nuevo orden mundial, bajo el peso de los nuevos imperativos de gestión simbólica
de los ciudadanos y consumidores por los Estados y las grandes unidades económicas. Esta permanente interpenetración
entre significados hace que sea profundamente ambiguo cualquier enfoque de la o las culturas. Hay que ser cínico o angelical
para desconocer, en el día de hoy, la ambigüedad fundamental de los Cultural studies. Su radicalismo de principio –que, a
veces, coquetea con un radicalismo elegante– no impide su utilización por publicitarios, empresarios o administraciones en
busca de herramientas de dominación social que les sirvan para la conquista de nuevos mercados y públicos o la puesta en
práctica eficaz de políticas públicas y mecanismos de control social.
Merece la pena tomarse en serio la imagen del cultural turn propuesta por Chaney, ya que se trata de algo más que una
propuesta de moda efímera. Implica que las ciencias sociales en una confrontación con la cultura que les concierna a todas,
reivindican como asunto principal su dimensión crítica, no se limitan a pujar en subasta sobre sus objetos y los discursos en
boga, sino que contribuyen efectivamente a poner a disposición de los agentes sociales, comenzando por los que están en
desventaja en las relaciones de fuerza, herramientas para entender el mundo social, e incluso –de acuerdo con una famosa
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onceava tesis– herramientas para cambiarlo, en vez de utilizarlo como objeto de glosas. Para luchar contra el peligro del
cultural engineering, se necesitan un remozamiento de la reflexión crítica y nuevas articulaciones disciplinarias, con el fin de
volver al momento crítico, a la capacidad abrasiva, incluso si semejante "giro" no garantiza las candilejas de las teorías in.
He aquí, para concluir, dos votos no necesariamente piadosos.
Se deseará, primero, que los investigadores sepan reanudar los lazos con el espíritu empresarial que más merece ser
ejercido dentro del Alma Mater, el de una crítica de todos los academicismos. Al marcar las distancias con la estatua del
comendador Leavis, Williams, Thompson o Hoggart aceptaron el desafío de la ruptura y los riesgos intelectuales que corrían
dentro y contra la institución académica. Aunque la cultura de la herejía no constituye ninguna garantía de fecundidad
científica, los peligros del academicismo elegante, sus connivencias cada vez menos secretas con los insípidos productos
congelados del funcionalismo y del viejo empirismo son ahora suficientemente visibles como para invitar a la reacción.
La renovación de los Cultural studies también avanzaría más si se interrogase sobre los desplazamientos de las fronteras
disciplinarias, que requieren tanto la evolución del mundo como la de los territorios universitarios. Sin nuevas modalidades
interdisciplinarias, los Cultural studies, una vez institucionalizados, respetables y reducidos a una forma de vanguardismo en
la crítica literaria, corren el riesgo de encerrarse en el proyecto megalómano de una ciencia de la cultura que fuese
considerada como la ciencia social por antonomasia, como la ciencia-reina. Ya se sabe lo que ocurríó en Francia con un
proyecto imperial semejante, impulsado sin demasiada modestia por quienes se agrupaban alrededor de Tel Quel y de la
semiología estructuralista de los años sesenta. Después de haber dejado entrever algunas grandes promesas (26), la ciencia
real que se anunció de esta forma acabó por dejar huellas tan duraderas como las de los castillos de arena. Determinados
trabajos anglosajones minoritarios dejan entrever en qué podría consistir este redescubrimiento de una guerra del movimiento
intelectual, que fuese capaz de romper los encierros y los conformismos que amenazan la disciplina. Así, trabajos recientes,
como los de David Morley y Kevin Robins (27), han emprendido la tarea de articular de un modo distinto los Cultural studies y
la economía política de las comunicaciones, con la adjunción de los conocimientos de una cierta geografía cultural. Esta
interdisciplinariedad es también la que interesa a Derek Gregory, al proponer una historia de las Geographical Imaginations
(28). Con la búsqueda de conexiones con la ciencia política y con la sociología de la educación y la familia se podrían abrir
perspectivas renovadas, ampliadas hasta tomar en cuenta los procesos de poder (bajo una versión diferente de la de su
restricción-disolución en imperceptibles "micro-poderes") y hacia una reflexión sobre las modalidades contemporáneas de
socialización, en unas condiciones de crisis de la institución escolar y de recomposición de las estructuras familiares.
El peso de la dimensión simbólica en los procesos de dominación social (29) abre a los Cultural studies un inmenso y
estimulante campo de trabajo. Su contribución será tanto más fecunda en la medida en que logren reanudar con una voluntad
crítica arragaida en importantes desafíos sociales, y renueven la imaginación interdisciplinaria, que fue la causa de su
productividad. Esto implica, por supuesto, que se acabe con desviaciones que producen a veces la sensación de que Saatchi
and Saatchi (30) sustituyeron a Gramsci en el rango de las figuras fascinantes.
Anexo
Stuart Hall (1932-)
De origen jamaicano, Stuart Hall proviene de una familia que definió como middle-class. Se marcha de Jamaica en 1951 para
proseguir sus estudios en Inglaterra. En Oxford, se relaciona tanto con los militantes nacionalistas de las naciones
colonizadas como con la gente de la izquierda marxista, aunque no se afilia al Partido Comunista.
A partir de 1957, Hall desempeñará, junto con Charles Taylor, un papel protagonista en los inicios de la Universities and Left
Review. En la misma época, acepta un empleo de docente en una escuela secundaria de Brixton, en la que los alumnos
provienen de medios populares. Desarrolla un proyecto pedagógico con el que intenta tomar en cuenta la realidad de sus
costumbres culturales. Se establece entonces definitivamente en Gran Bretaña. Hasta 1961, Hall dedica la mayor parte de sus
fuerzas a la revista y a estructuras de la "nueva izquierda". Empieza luego a dar clases de comunicación social y cine en el
Chelsea College de la Universidad de Londres. Publica en 1964, con Paddy, su primer libro, The Popular Arts, el cual versa,
entre otras cosas, sobre el jazz. En el mismo año, Hoggart le pide que funde con él el centro de Birmingham, cuya dirección
asumirá cuatro años más tarde. Además de una ingente actividad como empresario científico e intelectual en Birmingham y en
las revistas político-intelectuales –la más reciente es Sounding, a cuyo lanzamiento contribuye en 1995–, la obra de Hall se
presenta primero bajo la forma de una muy abundante producción de artículos. Una parte significativa de la producción
científica de Hall se presenta bajo la forma de un estudio sobre los conceptos, en especial, aunque no exclusivamente, una
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reflexión sobre la posible productividad de las herencias conceptuales del marxismo. No resulta fácil el disociar los textos más
directamente políticos de Hall de un supuesto componente meramente científico en su trabajo.
Stuart Hall forma parte, desde 1979, de la Open University, la estructura de formación permanente en el sistema universitario
británico, la cual utiliza en una gran medida los medios audiovisuales para la enseñanza. Desempeñó, en la década de los
ochenta, un papel muy importante en la revista Marxism Today.
Richard Hoggart (1918-)
Cualquier esbozo biográfico de Hoggart no puede sino remitir a La culture du pauvre, por ser una descripción del mundo
obrero en el cual transcurrió su infancia. Al final de la II Guerra Mundial, en la cual, tras haber sido movilizado, participa en la
campaña de Italia, Hoggart entra en el mundo de la docencia. Primero es profesor en un departamento periférico de la
Universidad de Hull y trabaja durante cinco años en las estructuras de formación para adultos del medio obrero (WEA). Muy
influido por Leavis y la revista Scrutiny, acaba sin embargo por distanciarse de ellos, en especial bajo la influencia intelectual
de Orwell, y por dedicarse de un modo más comprensivo y sin condescendencia a las culturas populares. Hoggart se convirtió
en el autor de Cultural studies más conocido en Francia. Sin embargo, su producción científica se extiende más allá de estas
obras, ya que escribió muchos artículos sobre las culturas populares y sus evoluciones, así como sobre la educación en Gran
Bretaña (Speaking to Each Other, dos tomos, 1970; Life and Time, dos tomos, Chatto, 1988, 1990).
Entre los Founding fathers, Hoggart es el único que no tuvo un trato intelectual privilegiado con el marxismo histórico o
político. Sus compromisos políticos son más discretos, más "liberales", que los de las demás figuras de los Cultural studies.
Hoggart fundó, en 1964, el Centre for Contemporary Cultural Studies de Birmingham, en el cual no tardó a hacer entrar Stuart
Hall. Se marchó del centro a principios de los años setenta, para desempeñar, durante cinco años, el cargo de adjunto del
director general de la UNESCO en París. A la vuelta, ocupa un cargo en el Goldsmith College de Londres y da la sensación de
estar algo apartado y desvinculado de las evoluciones político-intelectuales de los Cultural studies de los años noventa.
Raymond Williams (1921-1988)
Nació en el País de Gales y su padre era ferroviario. Estudia en el Abergavenny Grammar School y en el Trinity College de
Cambridge. Participa en la II Guerra Mundial como capitán en las fuerzas anticarros blindados. Se le nombra luego tutor en la
Oxford University Delegacy for Extra-Mural Studies. Publica, en 1958, Culture and Society, 1780-1950. En 1961, se le elige
Fellow en el Jesus College de Cambridge, y luego lector de inglés. En 1974, se le nombra Profesor of Drama (había
publicado, en 1966, Modern Tragedy. Drama from Ibsen to Brecht, y en 1970, The English Novel from Dickens to Lawrence,
en el mismo centro de educación superior). Entre sus obras menos relacionadas con los estudios literarios figuran: The Long
Revolution (1965), The Country and the City (1973), Television: Technology and Cultural Forms (1974), Marxism and Literature
(1977), The Sociology of Culture (1981).
En Culture and Society, que sale un año después de la obra de Hoggart, traza la genealogía del concepto de cultura en la
sociedad industrial, desde los románticos hasta Orwell. Al explorar el inconsciente cultural vehiculado por los términos
"cultura", "masas", "muchedumbre" y "arte", Williams asienta los principios de una historia de las ideas que se confunde con
una historia del trabajo social de producción ideológica. La problemática esbozada en esta primera obra será desarrollada
luego en The Long Revolution. Su posición teórica es la que sintetizará en Marxism and Literature, reivindicando su proyecto
de construcción de un "materialismo cultural".
Dicha idea maestra se reflejó tanto en su trabajo como cronista en el Guardian, como en su interés creciente por los medios
de comunicación social en su arraige histórico, como consta en su obra Television: Technology and Cultural Form. Ya en la
década de los sesenta, en Communications (1962), tomó partido en el debate político, al proponer un control democrático
sobre los medios de comunicación social dentro de un programa socialista.
Edward P. Thompson (1924-1993)
Como muchos universitarios heréticos de su generación, Thompson perteneció a una familia marcada tanto por la religión
como por el cosmopolitismo. La vida profesional de Thompson empieza en el Yorkshire, como docente en un centro de
educación permanente para adultos (Workers Education Association). Saca de este aprendizaje en contacto con un público
obrero una sólida desconfianza hacia la historia oficial y la gran importancia que otorga tanto a la tradición oral como al
reconocimiento de la dignidad de las culturas populares. Militante del Partido Comunista, Thompson reside después de la
guerra en Yugoslavia y Bulgaria. Rompe con el Partido Comunista en 1956 y se convierte en uno de los fundadores de la New
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Left Review.
Cabe describir el trabajo como historiador de Thompson, que arrancó con un estudio sobre William Morris, el fundador de la
Socialist League. Su obra más famosa es La formation de la classe ouvrière britannique, un clásico en la historia social y en la
reflexión sobre la socio-historia de un grupo social. Sus últimos trabajos son un recopilación de estudios sobre tipos populares
de acciones de protesta, como el Charivari.
NOTAS
Así, Ien Ang (1996, p. 3) considera que la aparición de los Cultural studies se remonta sólo a mediados de los años
setenta, con lo que sencillamente borra del mapa a la generación de los fundadores.
1.
Se encontrará en Lepennies (1991) un punto de vista interesante sobre las relaciones que, en aquel entonces,
mantenían la crítica literaria con la perspectiva sociológica en el mundo universitario británico.
2.
En relacion con la corriente New Left, Hall apunta: "Surgió exactamente en el período de los años sesenta, en el que se
producía una evolución capital en la formación de las clases. Un montón de gente estaba en transición entre las clases
tradicionales. Había gente de origen popular que estaba escolarizada, por primera vez, en colegios y art-schools, que
empezaba a tener acceso a empleos de ejecutivos, a convertirse en profesores, etc. La nueva izquierda estaba en
contacto con gente que se movía de una clase hacia otra. Muchos de nuestros clubs estaban ubicados en ciudades
nuevas, donde las personas habían recibido una mejor educación que la de sus padres posiblemente trabajadores
manuales, habían estudiado en la universidad y volvían convertidos en docentes" (en Morley & Kuan-Hsing Chen, p.
494).
3.
4. Un equivalente, en mucho mejor, del Centro Nacional de Educación a Distancia francés.
Revista de la cual no tardaron en apoderarse Perry Anderson y jóvenes intelectuales de Oxford, de un modo que los
Thompson consideraron como golpista, para imprimirle, a partir de 1963, un perfil más universitario y utilizarla para dar
a conocer investigaciones extranjeras innovadoras (por lo que respecta a todos esos episodios, ver Davies 1993,
1995).
5.
Se debería también mencionar el peso de las personalidades del mundo cultural (Doris Lessing...) que gravitan en los
círculos frecuentados por los Founding Fathers.
6.
7. Sirven de muestra los textos de Cohen y Hebdige (Ver bibliografía).
Sin embargo, cabe subrayar el paralelismo entre las fechas, puesto que, en 1964, Thompson consigue la creación, en
la universidad de Warwick, de un departamento de investigaciones sobre la historia social (labour research).
8.
Entre los mediadores teóricos que contribuyen a renovar las problemáticas marxistas de la hegemonía, en Gran
Bretaña, debe destacarse el papel que desempeña el argentino Ernesto Laclau, en la Universidad de Essex, quien
contribuye también al conocimiento de las obras de Michel Pécheux.
9.
Hay que precisar que las referencias a Becker, por actuar bajo la modalidad de la adhesión y la complicidad intelectual,
van acompañadas, en el caso de una parte de los jóvenes investigadores de Birmingham, por una suerte de afirmación
de orgullo marxista (¿o radical distinguido?) que les lleva a señalar las insuficiencias de la sociología "burguesa". Así,
en un artículo, que con el paso del tiempo resulta bastante cómico, Geoffrey Pearson y John Twohig (en Hall &
Jefferson, 1993) observan que Becker practica una suerte de imperialismo respecto de la explicación sociológica, por
insistir en la idea de aprendizaje cuando se refiere al fumador de marihuana (con ello los efectos fisicoquímicos quedan
sustituidos por la sociología; por otra parte, ya que los porros le hacen tan poco efecto, se invita a Becker a cambiar de
camello), mientras se interpreta la opción construccionista aplicada a los aspectos privados de la vida cotidiana como
un síntoma del miedo de la pequeña burguesía ante la penetración de la lógica capitalista en la vida familiar.
10.
Por lo que respecta a las influencias de los marxismos en los Cultural Studies, ver la primera parte de Morley &
Kuan-Hsing Chen (1996), especialmente el texto de Colin Sparks, "Stuart Hall, cultural studies and marxism".
11.
El relativo perfil bajo de la sociología se desprende también de la comparación, efectuada por Tuchman (1995), entre
las investigaciones sobre los medios de comunicación social en Gran Bretaña y Estados Unidos.
12.
Remitimos a los textos que versan sobre las subculturas. Pese a su riqueza, se encuentra en el de Cohen algunos
rastros de miserabilismo, cuando se refiere al desmantelamiento de la identidad obrera, que parece ser un hecho
desde el principio de la década de los setenta. Por lo que respecta a Hedbige, aunque elegante, su celebración de la
modalidad no queda exenta de connivencias populistas.
13.
14. Ver el artículo de Brigitte Le Grignou (véase bibliografía al final de este artículo).
Cabe señalar, con fines comparativos, el debate que mantiene, desde hace diez años, la comunidad de los africanistas
(los que están especializados en el África negra). Tras haber valorizado la "política desde abajo", propugnada por De
Certeau, con la que se quería insistir en la fuerza subversiva de las tácticas populares de irrisión, resistencia pasiva y
desviación carnavalesca de los ritos (ver Bayard, 1985), los africanistas acabaron por destacar hasta qué punto
15.
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prácticas, inicialmente consideradas subversivas, también podían encerrar una parte de ambigüedad y aceptación de
las relaciones de fuerza, y, a su vez, ser "recuperadas" luego por poderes capaces de invertir los estigmas asociados
con ellas (Daloz, 1996).
La entrada tardía de este último en los Readers de Cultural studies de los años noventa tampoco constituye ninguna
garantía de "buen uso". La sorprendente descripción de los "campos", llevada a cabo par Simon During en la
presentación general de la recopilación (1995, 10-11), permite darse cuenta de ello. "Para la French Theory, los
individuos viven en entornos constituidos por diversas instituciones, o, por lo que podríamos denominar, de acuerdo
con la terminología de Bourdieu, por "campos" –familia, trabajo, grupos de iguales, aparatos educativos, partidos
políticos, etc.–. Cada campo adopta una forma material particular, ya que la mayor parte está vinculada con un
espacio-tiempo determinado (el hogar privado para la vida familiar y gran parte de la recepción de los medios de
comunicación social, los días de la semana para el trabajo)"...
16.
Bourdieu invitó a Williams a presentar en la Escuela Normal Superior, en diciembre de 1976, The Country and the City,
dentro del seminario organizado por aquél sobre "Sociología de la cultura y las modalidades de dominación".
17.
18. Se encontrará un panorama útil de tales evoluciones en el libro de S. Moores (1993).
No obstante, se debe señalar que tanto la opción etnográfica como la atención prestada a las dimensiones del "género"
y la recepción en el hogar habían sido valorizadas antes por Dorothy Hobson, en su tesis A Study of Working-Class
Women at Home: Feminity, Domesticity and Maternity. Parte de ella, referida a la radio y la televisión (Housewives and
the Mass Media), ha sido publicada en Hall, Hobson, Lowe, Willis (1980). Por otra parte, en Francia y ya en 1969,
Michel Souchon había llevado a cabo un agudo estudio empírico, en el que establecía una diferencia en la recepción
de los programas de televisión (teatro, folletín) por adolescentes, según el tipo de formación, general o técnica.
19.
He aquí algunos títulos de obras publicadas bajo la dirección o la codirección de Dave Morley, que dan una idea de su
fuerte compromiso con las luchas sociales relacionadas con los medios de comunicación social: What’s This Channel
Four- An Alternative Perspective; The Republic of Letters; Working-Class Writing and Local Publishing; Here is the
Other News-Challenge to the Local Commercial Press; It Ain’t Half Racist; Mum-Fighting Racism in the Media (de P.
Cohen). Family Television de Morley será uno de los últimos títulos de la serie publicada por Comedia, a la que
absorbió Methuen, editorial que, a su vez, fue comprada por Routledge.
20.
Se aconseja al lector que quiera conocer aquellos debates que lea, en el número 2, de 1995, de la revista argentina
Causas y Azares, la reseña del 8 Encuentro de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación,
celebrado en Cali, en 1994. Ver también los números 19 y 47 de la revista madrileña Telos.
21.
Suelen depender de facultades del tipo Arts and Humanities, lo que institucionaliza la separación con la sociología, la
vuelta hacia una forma de glosa y la celebración (post)modernista de las producciones culturales.
22.
El catálogo de Routledge, suerte de "órgano central" de esta movida académica, agrupa, bajo el título general de Media
and cultural studies, secciones como "Media and communication", "Broadcasting and the press", "Cultural studies",
"Multicultural studies", "Visual culture", "Cinema", "Music", "Gender and culture", "Lesbian and Gay studies", "Literature
and culture","Cultural heritage" y "Cultural skills" (Edición 1995).
23.
24. Un capítulo importante de este libro ha sido traducido al francés por Daniel Dayan en Hermès, ndeg. 11-12, 1993.
Se trata de otra evolución importante en los Cultural studies. Cuando antes eran grandes importadores de
producciones teóricas extranjeras, ahora se han amoldado al provincianismo mainstream de las ciencias sociales
anglosajonas y sólo recurren a autores extranjeros cuando sus obras están traducidas, con los desconocimientos y las
inevitables consecuencias de las diferencias horarias teóricas que resultan de ello.
25.
De las que disociaremos, por supuesto, a autores como Barthes, Genette y Metz, que, por otra parte, no habían
tardado en demarcarse de las pretensiones más guiñolescas de las autoproclamadas vanguardias académicas.
26.
27. 1995.
28. 1993.
29. Neveu E., Une société de communication?, Montchrestien, 1994, pp. 133-153.
30. Célebres publicistas británicos.
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Cultural studies: Selección bibliográfica
La lista de títulos presentada aquí no pretende ser una de los mejores de los Cultural studies. Sólo constituye una propuesta
de lectura de una serie de de obras de referencia, que también puede servir para ponderar algunas obras significativas de
esta corriente y sus evoluciones.
Richard HOGGART
La culture du pauvre, Minuit, 1970 (1ª Ed. 1957).
Uno de los únicos grandes clásicos que ha sido traducido al francés. Una etnografía comprensiva de la clase obrera.
Edward THOMPSON
La formation de la classe ouvrière britannique, Seuil Gallimard, 198? (1ª Ed. 1963).
Un clásico de la historia "desde abajo", la cual llama la atención sobre las condiciones de cristalización de un grupo social.
Whigs and Hunters, Penguin, 1975.
De cómo el análisis de la caza furtiva en el siglo XVIII revela el universo cultural e ideológico de las comunidades rurales. Una
hazaña intelectual.
Raymond WILLIAMS
Culture and Society, Chatto and Windus, 1958.
Una genealogía de la noción de cultura en las sociedades industriales. El zócalo de las problemáticas del autor relacionadas
con el proyecto de "materialismo cultural".
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Stuart HALL (Ed.)
Media, Culture, Language, Hutchinson, 1980 (con D. Hobson, A. Lowe y P. Willis).
Resistance through Rituals, Routledge, 1993 (con T. Jefferson).
Dos recopilaciones de textos salidos de los working papers del CCCS. Un compendio de las mejores producciones del centro
en la década de los setenta.
Paul WILLIS
"Profane Culture", Routledge and Kegan Paul, 1978.
Una muestra, en el terreno etnográfico, de las aportaciones más estimulantes del centro, referidas a las culturas jóvenes y
populares.
Dick HEBDIGE
Subcultures. The Meaning of Style, Routledge, 1979.
El best-seller de la corriente. Una referencia central en la problemática de las subculturas.
Charlotte BRUNDSON y David MORLEY
The Nationwide Audience, British Film Institute, 1978.
Ien ANG
Watching Dallas, Methuen, 1985, Reedición Routledge, 1995.
Dos momentos decisivos del "giro etnográfico".
Janice RADWAY
Reading the Romance, Verso, 1987.
Sobre la base de una literatura novelesca destinada a las mujeres, una muy rica contribución norteamericana y feminista que
renueva la comprensión de las condiciones sociales en las que se da el placer de la lectura.
David MORLEY
Television and Cultural Studies, Routledge, 1992.
Un balance crítico de los años ochenta y el giro etnográfico.
Lawrence GROSSBERG
We Gotta Get Out of this Place: Popular Conservatism and Modern Culture, Routledge, 1992.
Una figura central entre los que emprendieron los Cultural studies en Estados Unidos intenta detenerse en el estudio de los
vínculos complejos entre, por una parte, movilidad social y espacial, y por otra, incertidumbres respecto de la identidad.
David CHANEY
The Cultural Turn, Routledge, 1994.
Una reflexión prolija y estimulante sobre el balance de los Cultural studies, el lugar ocupado por la cultura en las sociedades
contemporáneas y las perspectivas de las ciencias sociales en su relación con dicho tema.
Ioan DAVIES
Cultural Studies and Beyond. Fragments of Empire , Routledge, 1995.
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Sin duda el mejor balance crítico, junto con el libro de Brantlinger (Crusoe’s Footsteps, Routledge, 1990), de los Cultural
studies.
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Historias de los Cultural studies
Armand Mattelart y Erik Neveu
Después de analizar su historia desde sus orígenes en los años sesenta, se nota que urge plantear una interrogante
epistemológica acerca del lugar ocupado por los Cultural studies en el mapa de las ciencias sociales y qué nuevas alianzas
interdisciplinarias son necesarias.
Si se bebiese en el "océano de relatos" mencionado por Rushdie (1990), existirían muchas formas de restablecer la historia
de los Cultural studies británicos. Al estilo de una Success story que estuviese a la altura de las mitologías empresariales de
los años ochenta: cómo artesanos de la investigación relacionados entre sí a finales de los años cincuenta logran, al cabo de
diez años, crear una PYME (Pequeña y Mediana Empresa) en la Universidad de Birmingham, y cómo, transcurrido un cuarto
de siglo, ésta se convierte en una multinacional académica. El modelo narrativo también podría ser más ácido, más político, y
adoptar la forma de una suerte de Bildungsroman académico, que describiese la deriva de un grupo de angry young men que
estaban comprometidos con el marxismo en la década de los sesenta, cuando tenían veinte años, pero que, un cuarto de
siglo más tarde, se hallaban convertidos en su mayoría en los campeones consagrados de una disciplina amansada, en
personajes como los de David Lodge que se pasan la vida en los coloquios, en este equivalente académico del circuito ATP
(Asociación de Tenistas Profesionales) que son los happenings universitarios celebrados alrededor de los Cultural studies.
¿No inventó el Wall Street Journal la noción de "Yummies" (Young upwardly mobile marxists) para criticar a los lectores de
Marxism Today? Asimismo, cabría la posibilidad de que el relato se plegara al modelo de las grandes sagas familiares que
trazan la historia de varias generaciones y cuentan el destino de una diáspora de personajes. ¿No está exiliada hoy en todos
los confines del mundo anglófono la mayor parte de los jóvenes investigadores de la primera generación y, quizás, incluso de
la segunda? Dick Hebdige, que reside en Los Ángeles; Ien Ang, en Australia, e Iain Chambers, en Italia, constituyen lo que
Kuan-Hsing Chen calificó de red de diasporic intellectuals. La opción narrativa podría también tornarse sombría, o caer en la
irrisión, y evocar, una vez desaparecidos los padres fundadores, episodios en los que los herederos –y, como llegó a sugerirlo
Antonia Byatt (1990), las herencias intelectuales no son las que garantizan las conductas más desinteresadas– compiten por
el título de continuador auténtico de la gran tradición de los Cultural studies, valiéndose de glosas, de filiaciones reivindicadas
o del recuerdo de su antigua presencia en Birmingham, ascendido al equivalente funcional del "Yo estaba presente" de los
veteranos de Austerlitz (o, más bien, de Waterloo).
Estamos obligados a reconocer el carácter más austero del modelo narrativo escogido aquí, ya que adoptará la forma de un
balance crítico. Lo impone la situación, que, a la vez, incita a la prudencia. El trabajo científico acumulado a lo largo de casi
cuarenta años de actividad y su resonancia en la comunidad académica internacional constituyen datos importantes en el
panorama de las ciencias sociales. Basta para demostrarlo con mencionar los nombres de Richard Hoggart, Edward P.
Thompson, Raymond Williams, Stuart Hall, Dick Hebdige, David Morley, Terry Eagleton y, más recientemente, Ien Ang. Por lo
demás, el objetivo de un balance crítico queda más al alcance, por la verdadera oleada de síntesis, readers y miradas
retrospectivas que produce actualmente la edición científica anglosajona (Brantlinger, 1990; During, 1993; Chaney, 1994;
Davies, 1995). Pero la abundancia de retrospectivas, digna de un bicentenario de la Revolución Francesa, crea también
dificultades. Cuando se abren cada semestre departamentos de Cultural studies en universidades norteamericanas,
canadienses, australianas e incluso latinoamericanas y asiáticas, mientras se esfuman poco a poco los padres fundadores, las
retrospectivas se convierten, en gran parte, en una maniobra de captación de herencia. La excesiva producción de balances
sirve a menudo a sus autores como reivindicación de legitimidad, que les da la autoridad necesaria para contar la verdadera
historia de una aventura intelectual y declararse su legatario (1). Tal no es nuestro propósito y el provincianismo francés en
este campo tiene por lo menos una ventaja disuasoria respecto de semejantes reivindicaciones. Al hilo de la historia
intentaremos reconstituir las articulaciones y las etapas de una aventura científica innovadora y sugerir su fecundidad, así
como las condiciones sociales de éxito. Al observar que la situación contemporánea de dicha corriente se caracteriza por la
fragmentación y la trivialización, intentaremos destacar tanto las amenazas de esterilidad como las potencialidades de una
nueva dinámica intelectual cuyas apuestas son, de un modo indisociable, científicas y políticas.
LOS CULTURAL STUDIES ANTES DE LOS CULTURAL STUDIES
La gran tradición de la literatura inglesa
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Surge a lo largo de la última tercera parte del siglo XIX una problemática, conocida bajo la denominación de "Culture and
Society", por la que se interesaban autores tan distintos como Matthew Arnold, John Ruskin o William Morris (2). Más allá de
sus diferencias políticas –al contrario de los dos primeros, Morris, tras un largo desvío por la poesía romántica, empieza a
militar en la izquierda política y es uno de los cofundadores de la Socialist League–, los tres comparten una misma actitud
crítica, de tipo culturalista, hacia la "civilización moderna". Estigmatizan al siglo XIX como el "siglo de los perjuicios
ambientales", en el que triunfan el "mal gusto" de la "sociedad de masa" y la "pobreza de su cultura". Trabajo mecanizado,
urbanismo inorgánico, uniformización en el vestir, proliferación de paneles publicitarios, omnipresencia de productos alterados,
todo esto desfiguró la vida cotidiana y destruyó el "deseo de producir cosas hermosas". Centrada en las nociones de beneficio
y producción, la mentalidad utilitarista de la nueva clase media en el poder redujo el arte al papel de ornamento no rentable. Si
se la compara con los países del continente, la sociedad victoriana está, en aquel entonces, en la vanguardia, por lo que
respecta al nacimiento de formas culturales vinculadas con el sistema industrial. A esta precocidad se debe sin duda, por lo
menos en una gran medida, el que algunos de sus intelectuales se hayan adelantado en las críticas contra las "consecuencias
culturales del advenimiento de la civilización moderna". Raymond Williams dio buena muestra de dicha precocidad cuando
describió la génesis del sistema publicitario británico como "sistema organizado de información y persuasión comerciales",
piedra de toque del sistema de los medios de comunicación social. Por ejemplo, es en la Inglaterra de la segunda mitad del
siglo XIX donde se libran las primeras escaramuzas jurídicas acerca de la regulación de este tipo de actividad. Fue de ahí de
donde surgieron las primeras críticas activas a este tipo de cultura industrializada, inherente a un "capitalismo a gran escala",
y también fue este país el que alumbró los primeros códigos deontológicos y las primeras organizaciones corporativas de
defensa de la profesión, tanto a nivel nacional como al de las alianzas internacionales (Williams, 1991). Gran Bretaña adelanta
al resto del continente en cada generación técnica (por ejemplo, en 1962 el 82 por ciento de sus hogares está dotado de
televisores, porcentaje que se reduce a un 27 por ciento en Francia, un 29 por ciento en Italia y un 41 por ciento en la RFA).
Figura central en la tradición "Culture and Society", Matthew Arnold, autor de Culture and Anarchy (1869), preconiza la
enseñanza de la literatura inglesa en las escuelas del Estado, como medio para salir de la crisis ideológica en la cual está
hundida la sociedad desde que la religión dejó de cohesionarla. Sin embargo, el papel emancipador que, supuestamente,
debían desempeñar las grandes obras literarias, no tarda en revelar su ambigüedad social. Si bien esta empresa de
transmisión de los valores morales a través del libro heleniza a la clase media beocia, la nueva clase dominante, también se le
encomienda la misión cívica de pacificar e integrar a la clase obrera. Como apunta con ironía Terry Eagleton, teórico de los
estudios literarios y culturales: "Si las masas no reciben algunas novelas sobre la cabeza, corremos el riesgo de que nos tiren
algunos adoquines". (Eagleton, 1994, 24). Resulta significativo el que haya sido primero en las escuelas técnicas, en los
colegios de formación profesional y en los cursos de educación permanente donde empezó a institucionalizarse la enseñanza
de la literatura humanística.
No es sino durante el período entre las dos guerras que se introducen realmente los "estudios ingleses" entre las asignaturas
de las universidades de Oxford y Cambridge, por iniciativa de docentes oriundos de la pequeña burguesía, quienes, por vez
primera, llegan hasta estas altas esferas de la aristocracia. Su artífice es Frank Raymond Leavis (1895-1978), hijo de un
comerciante en instrumentos musicales. Fundada en 1932 como órgano de expresión del movimiento leavisiano, la revista
Scrutiny se convierte en el centro de una cruzada moral y cultural contra el embrutecimiento practicado por los medios de
comunicación social y la publicidad. Se aprovecha cualquier oportunidad para reafirmar la capacidad liberadora del
aprendizaje, bajo la tutela de la elite culta, de la Gran Tradición de la ficción inglesa. Eagleton enjuicia con severidad el
balance de la publicación leavisiana y su fe incondicional en la capacidad de los nuevos educadores para atajar la
"degeneración de la cultura": "La revista opta por esta solución idealista por no querer considerar una solución política. No
cabe duda de que la utilización de las clases de literatura inglesa para advertir a los alumnos contra la fuerza manipuladora de
la publicidad o la pobreza lingüística de la prensa popular es una tarea importante, mucho más que la que consiste en
obligarles a memorizar la carga de la brigada ligera. Scrutiny crea efectivamente estos estudios culturales en Inglaterra, lo que
constituye una de sus realizaciones más duraderas. Pero también cabe la posibilidad de explicar a los niños que, si la
publicidad y la prensa popular existen bajo su forma actual, no es sino por motivos de ganancias. La cultura de masa no es la
consecuencia inevitable de la sociedad industrial, sino el fruto de una forma especial de industrialismo, cuya organización de
la producción se orienta más hacia los beneficios que hacia el uso y que se interesa más por lo que resultará factible vender
que por lo que posee un auténtico valor" (Eagleton, 1994, 34).
Las posturas adoptadas por los leavisianos hacia el entorno industrial de la cultura no resultan en absoluto asombrosas.
Reflejan la mentalidad de la época. En Francia, casi al mismo tiempo, Paul Valéry denuncia la publicidad, a la que considera
como "uno de los grandes males de este tiempo, que ofende nuestras miradas, falsifica cualquier epíteto, estropea los
paisajes, corrompe cualquier cualidad y crítica". Por su parte, Georges Duhamel se refiere a una "empresa coercitiva y
embrutecedora, un parásito, un factor de frustración permanente". En Italia, el premio Nobel Luigi Pirandello no encuentra
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palabras bastante duras para fustigar el "americanismo" y sus productos cinematográficos que consagran el culto al dinero.
Todavía durante mucho tiempo se formularán semejantes anatemas en el discurso imprecatorio que muchos representantes
de las clases intelectuales europeas dirigen contra las consecuencias alienantes de los medios de comunicación masivos. En
los años 60, Umberto Eco considerará incluso que se trata de un rasgo constitutivo de la posición "apocalíptica". Por lo tanto,
en ello no radica la originalidad del movimiento leavisiano. Lo que lo caracteriza es la terapia que propone aplicar
sistemáticamente, con el fin de enlazar con la "sociedad orgánica" anterior a la era industrial. De hecho, cuando militan a favor
de la lectura metódica de la Gran Tradición de la ficción inglesa, los leavisianos no hacen sino impulsar una concepción
nostálgica, próxima al chovinismo, de la anglicidad. Dicha característica no tardará en manifestarse a través de la selección de
los autores que, supuestamente, encarnan la Gran Tradición. Se escoge, por ejemplo, a D. H. Lawrence por su crítica a la
falta de humanidad en el capitalismo inglés, pero se olvidan sus opciones de extrema derecha por lo que respecta a las ideas
acerca de la organización democrática. Scrutiny dejó de publicarse en 1953, es decir, un cuarto de siglo antes de la
desaparición de Leavis. El humanismo liberal de estos defensores de la gran literatura, supuestamente fuente de "salud
moral", evolucionó, en la práctica, hacia el rechazo obsesivo de la sociedad técnica, a la que se condena como "cretina y
productora de cretinos", y llegó a coincidir con las posiciones de la reacción política: "fuerte hostilidad hacia la educación
popular, oposición implacable a la radio transistor y una profunda desconfianza hacia la apertura de la enseñanza superior a
estudiantes embrutecidos por la televisión" (Eagleton, 1994, 42-43).
Construcción de una red intelectual
La verdadera institucionalización de los Cultural studies propiamente dichos resultará de la creación, en 1964, del Centro de
Investigaciones de Birmingham (CCCS), que tendrá por objeto "las formas, las prácticas y las instituciones culturales, así
como sus relaciones con la sociedad y el cambio social". Sin embargo, la etapa de cristalización que supone su instalación
resultaría incomprensible si no se tomase en cuenta el proceso de maduración, iniciado casi diez años antes, que quizás
viene simbolizado por las figuras de los tres padres fundadores que, al igual que los mosqueteros de Dumas, sumaban en
realidad cuatro.
Si los primeros representantes de los Cultural studies comparten con sus antecesores leavisianos el que muchos provenían
del mundo de los docentes de literatura inglesa, se diferencian del todo de ellos en que establecen lazos con la cultura de las
clases populares, de las que, por lo demás, muchos habían salido. Se publica, en 1957, un libro de Richard Hoggart, cuyo
papel como fundador de su campo de estudios será reconocido por los miembros del centro de Birmingham: The Uses of
Literacy: Aspects of Working-Class Life with Special References to Publications and Entertainments. El autor estudia la
influencia de la cultura difundida en la clase obrera por los modernos medios de comunicación. Tras una descripción del
entorno cotidiano de la vida popular, en la que hace gala de mucha sensibilidad etnográfica, este profesor de literatura inglesa
analiza cómo las publicaciones destinadas a este público se integran en tal entorno. Según la idea central que desarrolla,
existe una tendencia a sobrevalorar la influencia en las clases populares de los productos de la industria cultural. "No hay que
olvidar nunca –escribe al final del trabajo de investigación– que la actuación de las influencias culturales sobre el cambio de
actitudes es muy lenta y que, a menudo, queda neutralizado por fuerzas más antiguas. La vida del pueblo no es tan pobre
como podría deducirse de una lectura, incluso muy atenta, de su literatura. La demostración rigurosa de dicha afirmación no
resulta fácil, pero un contacto continuo con la vida de las clases populares basta para darse cuenta de su veracidad. Incluso si
las formas modernas de ocio alientan a la gente del pueblo a adoptar actitudes que, con razón, se consideran nefastas, no
resulta menos cierto que sectores enteros de la vida cotidiana permanecen fuera del alcance de los cambios" (Hoggart, 1970,
378). Cabe señalar, de paso, el malestar del traductor francés de la obra, quien, en el texto, traduce Working-Class por "clases
populares" y modifica el título original, convirtiéndolo en La cultura del pobre, desenfoque que remite a las imprecisiones del
estatuto teórico de la noción de "popular" y "cultura popular". Este tema ha sido analizado cabalmente por el que introdujo la
obra en Francia, Jean-Claude Passeron (Grignon & Passeron, 1989).
Los usos sociales de los medios de comunicación no responden forzosamente a la lógica de una capacidad devastadora que
formase parte integrante de los rasgos estructurales de los mensajes. Al observar esto, Hoggart rompía con lo que, en aquel
entonces, era el discurso crítico dominante acerca de la cultura de masa, que estaba marcado por el "funcionalismo de lo
peor", como iban a denominarlo Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en un artículo titulado "Sociologues des mythologies
et mythologies des sociologues" (Sociólogos de las mitologías y mitologías de los sociológos) y publicado, en 1963, en Les
Temps Modernes. En Francia, fuera de las reflexiones sobre la recepción activa de la producción cultural, marginales en la
obra de Lucien Goldman, sociólogo de la literatura, y Robert Escarpit, sociólogo del libro, no es sino al final de los años
setenta, con las investigaciones de Michel de Certeau acerca de los "Arts de faire" ("Artes de hacer"), cuando quedará
legitimada esta problemática referida a los usos furtivos de los consumidores.
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Pero, pese a la precocidad con la que los análisis de Hoggart se centran en los receptores, sus hipótesis permanecen muy
marcadas por los recelos hacia la industrialización en la cultura. La propia noción de resistencia de las clases populares, en la
que se apoya el estudio de sus costumbres, queda anclada en esta creencia. Los juicios de valor, contra los cuales Hoggart
advierte a sus lectores, navegan en un campo semántico configurado por el empleo de términos antinómicos como, por una
parte, "sano", "decente", "serio" y "positivo", y por otra, "hueco", "debilitante", "trivial" y "negativo".
La resistencia al orden cultural industrial es una idea consubstancial a la multiplicidad de objetos de investigación que
caracterizará los campos de investigación de los Cultural studies durante más de dos décadas. Remite, por supuesto, a la
convicción de que resulta imposible abstraer la "cultura" de las relaciones de poder y las estrategias de "cambio social". Por lo
demás, este axioma compartido es el que explica la gran influencia que ejercieron sobre el movimiento los trabajos, inspirados
en Marx, de otros dos Founding fathers británicos que rompieron con las teorías mecanicistas, ambos estrechamente
vinculados con el trabajo pedagógico en los sectores populares: Raymond Williams y Edward P. Thompson. Los dos autores
tienen en común una misma experiencia en la educación de adultos y mantienen un contacto estrecho con la New Left, cuya
aparición en los años sesenta supone un renacimiento de los análisis marxianos. Thompson, que fue miembro del Partido
Comunista hasta 1956, es uno de los fundadores de la New Left Review, una de las pocas revistas de izquierdas en Europa
que haya abordado, ya en aquellos años, la cuestión política de los medios de comunicación social (como lo atestigua, por
ejemplo, la publicación en 1970 del famoso texto de Hans Magnus Enzensberger acerca de la "industria de la conciencia", el
cual, por otra parte, no ha sido nunca traducido en Francia, por lo que los lectores de este país sólo pudieron conocerlo a
través de la crítica de Baudrillard). Williams y Thompson comparten, sobre todo, un mismo deseo de superar los análisis que
convirtieron a la cultura en una variable sometida a la económica y que, sin dejar de legitimar el estalinismo, esterilizaron el
pensamiento sobre las formas culturales. Como afirmaba Thompson en 1976, en una entrevista sobre su libro dedicado a la
constitución de la clase obrera inglesa: "Mi preocupación principal a lo largo de mi obra ha sido la de abordar lo que considero
en Marx como un auténtico silencio. Un silencio en el terreno de lo que los antropólogos denominan ‘el sistema de valores’...
Un silencio respecto de las mediaciones de tipo cultural y moral" (en Merrill, 1976). Se encuentra, tanto en Williams como en
Thompson, la visión de una historia forjada por las luchas sociales y la interacción entre cultura y economía, en la que
desempeña un papel central la noción de resistencia a un orden que lleva la huella del "capitalismo como sistema". Dicha
actitud de ruptura respecto de la vulgata propalada por la metáfora genérica de "base/superestructura" es lo que explica el
que se haya vuelto a descubrir las formas específicas que adoptaron el movimiento social y el pensamiento socialista en Gran
Bretaña. Por ello vuelve a leer Thompson los escritos de William Morris, un artista y utopista que, en su opinión, es uno de los
"primeros marxistas en lengua inglesa" y, sobre todo, uno de los primeros que criticó un materialismo limitado que tuvo como
consecuencia "el empobrecimiento de la sensibilidad, la primacía de categorías que niegan las existencia efectiva (en la
historia y el presente) de una conciencia moral, así como la exclusión de toda una zona de pasión imaginaria" (en Merrill,
1976).
El trío de padres fundadores lo completa un cuarto hombre: Stuart Hall. Aunque tiene sólo ocho años menos que Thompson,
pertenece a otra generación, que no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial. Hall, clavija maestra de las
revistas de la nueva izquierda intelectual, se diferencia también de aquella generación porque su producción científica sólo
alcanza la madurez en el umbral de los años setenta. Eso no quita que sea un personaje clave para el éxito de los Cultural
studies, ya que contribuyó de un modo decisivo al mantenimiento del centro de Birmingham, merced a sus dotes de
empresario científico y a su curiosidad intelectual insaciable, que le convertirá en uno de los grandes importadores de
modelos conceptuales. En muchos aspectos encarna Hall la situación liminar, la condición de interfaz de los Cultural studies:
jamaiquino radicado en Inglaterra, sabio y político, marxista abierto a un amplio abanico de contribuciones teóricas,
universitario de formación literaria que se abre a las ciencias sociales. El más famoso artículo de Hall, sobre la "codificación" y
la "descodificación" de programas televisivos, traduce cabalmente tanto su doble fuente de inspiración, la semiología y las
teorías marxistas sobre la ideología, como la fuerza de las propuestas programáticas que formula, insistiendo especialmente
en la pluralidad, determinada socialmente, de las modalidades de recepción de los programas.
La reducción de los Cultural studies a la obra prometéica de un cuarteto excepcional equivaldría, en el ámbito de las ideas, a
un acomodo a las mitologías que explican las innovaciones técnicas por la actuación de inventores geniales. Los Founding
Fathers también deben ser considerados, más allá de su contribución teórica, como los constructores de redes que posibilitan
la consolidación de nuevas problemáticas y como las encarnaciones de dinámicas sociales que afectan a amplias fracciones
de las generaciones nacidas entre finales de los años treinta y mediados de los años cincuenta.
Merece la pena recordar la situación política en los años cincuenta. El año 1956 es a la vez el de Budapest y el de Suez, el de
una desilusión mayúscula respecto del modelo comunista –Thompson abandona entonces el PC– y el de una agresión que
vuelve a movilizar a los intelectuales ingleses contra el imperialismo. Como recuerda Ioan Davies (1995), el vocabulario
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político británico crea, en aquel entonces, la noción de Butstkellism, una contracción de los nombres de Butler, el Tory de
izquierdas y de Gaitskell, el socialista centrista. La pérdida de atractivo del laborismo y el comunismo, el potencial movilizador
de las luchas anticoloniales y la desconfianza ante las promesas de un consenso social, que se hubiese producido como por
milagro gracias a la abundancia, van a desencadenar una serie de movimientos de reacción en los ámbitos intelectuales,
dentro de un contexto de movilidad social ascendente, en el cual el sistema escolar hace las veces de trampolín para los
jóvenes de clases medias o populares, cuando, hasta entonces, había resultado poco asequible. Lo demuestra la aparición,
en el ámbito político, de una nueva izquierda, y en el de la literatura, de los angry young men. Una de las causas del impacto
de los Cultural studies es homóloga a dichos mecanismos. La elevación –bajo la forma de certificación de dignidad– de las
culturas populares, o de los estilos de vida y los fetiches culturales de las nuevas clases medias, al rango de objetos
merecedores de una inversión sabia también puede interpretarse en su dimensión de acompañamiento de la movilidad social
–siempre incómoda– de las nuevas generaciones intelectuales (3) o como una cuestion de honor, que hace proseguir la lucha
política en el terreno académico.
Las figuras fundadoras de los Cultural studies destacan, en el terreno académico, por dos formas de marginalidad. Una, en los
casos de Williams y Hoggart –aunque también de Hall- es el origen popular, que los convierte en personajes que chocan en el
ámbito universitario británico. En los casos de Hall y Thompson está presente una dimensión cosmopolita, una experiencia de
la variedad de culturas (que también tienen Benedict y Perry Anderson), la cual, aunque menos excepcional en los tiempos
del Imperio británico, no deja de conferirles un perfil intelectual específico, con lo que desarrollan una sensibilidad productiva
hacia las diferencias culturales. Estas trayectorias sociales atípicas o improbables chocan con la dimensión socialmente muy
cerrada del sistema universitario británico, con lo que los intrusos se ven condenados a la opción por inserciones externas (la
formación destinada a los adultos pertenecientes al medio obrero) a dicho sistema o situadas en su periferia, como se puede
deducir de la frecuencia con la que los fundadores están destinados a pequeños o recientes centros (Warwick), a instituciones
establecidas al margen de las universidades (Birmingham) o a los componentes extraterritoriales del ámbito universitario
(Extra-mural departements, Open University) (4). Esta dinámica centrífuga hubiese debido impedir cualquier posibilidad de
consolidación de un polo Cultural studies. Otra característica atípica de los Founding Fathers, la de su compromiso
mayoritario con una orientación situada más allá de la de la izquierda laborista, contrarrestó dicho riesgo. Lo que la
inaccesibilidad de Oxbridge imposibilita, las revistas lo hacen factible. Hall y Charles Taylor son los animadores de la
University y Left Review, que se creó en 1956. La pareja Thompson desempeña un papel clave en la New Reasoner, revista
fundada en el mismo año y que sirve de órgano de expresión a la sensibilidad humanista de izquierdas de antiguos miembros
o disidentes del Partido Comunista británico. Como resultado de la fusión de ambos títulos verá la luz, en 1960, la New Left
Review (5). La propia revista queda articulada en unos cuarenta New Left Clubs, en los que Hall y Davies desempeñan un
papel importante. Contribuye a estructurar una red de conexiones entre militantes de la nueva izquierda e instituciones de
educación popular. Asimismo, dentro del propio ámbito universitario, los investigadores muy interesados por temas ilegítimos
y escogidos de acuerdo con su militancia política logran montar redes de intercambio intelectuales. Desempeñará este papel
la revista Past and Present y el History Workshop, en el caso de los historiadores sociales (Brantlinger, 1990). Estos últimos
valorizan especialmente, en la labor del historiador, la dimensión oral, el legado de culturas sin escritura, con lo que coinciden
con parte de las orientaciones de los Cultural studies respecto de las culturas populares.
Valiéndonos de los modelos de la sociología de la traducción (Latour, 1989), podemos observar que los heréticos y los
marginales del final de los años cincuenta supieron apoyarse en el terreno político para dotarse de medios de coordinación y,
a la vez, proveerse de sólidas redes de aliados, utilizando para ello su posición bisagra entre el campo político y el académico,
y dotándose de una revista que contribuyera a difundir un nuevo conjunto de autores y temas de estudio (6). Hasta la
ocupación de las periferias universitarias resultará algo rentable, cuando, a lo largo de la década de los setenta, el sistema se
desarrollará a través de sus suburbios, ya que la preservación de los santuarios académicos contra la democratización pasa
por la creación de Politécnicos y por la fundación, en 1970, de la Open University. Esta doble red, política y universitaria, se
manifestará también, durante los años setenta, a través de la aparición de editores científicos de izquierdas (Harvester, Pluto,
Merlin, Comedia) o feministas (Virago).
AÑOS BIRMINGHAM
Incluso si, como afirmó Charlotte Brunsdon, "la oficina de turismo británica es la única que pretende que Birmingham está en
el corazón de Inglaterra", lo cierto es que la corriente de los Cultural studies va a cristalizar en esta ciudad de los Midlands. Es
ahí que se crea, en 1964, el Centre of Contemporary Cultural Studies (CCCS), con Hoggart como primer director. A lo largo de
quince años, el centro va a contribuir a la producción de una ingente cantidad de obras valiosas y constituir el lugar de
formación de una generación de investigadores, los cuales aún animan de un modo significativo la cantera de las ciencias
sociales británicas (S. Frith, D. Hebdige, D. Morley).
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Haría falta un libro sólo para describir detalladamente los períodos, debates, enfrentamientos y desplazamientos continuos de
método y objeto que jalonaron la vida del centro (ver Grossberg, en Blundel, 1993). Cabe subrayar, sin embargo, dos datos
que figuran en la mayor parte de los balances. Birmingham fue primero un extraordinario foco de animación científica, que
actuaba como plataforma giratoria para una labor multiforme de importación y adaptación de teorías. La observación es válida
en los casos de los autores marxistas continentales, las diversas vicisitudes de la semiología y el estructuralismo,
determinados aspectos de la escuela de Frankfurt. Se aplica también a la introducción en Gran Bretaña de parte de la
herencia de la escuela de Chicago, que trataba de las desviaciones y las subculturas. En segundo lugar, el CCCS contribuyó
al desbroce de un conjunto de terrenos de investigación, relacionados con las culturas populares y los medios de
comunicación social, y luego, con temas vinculados con las identidades sexuales y étnicas. Por otra parte, la combinación de
la diversidad en las referencias teóricas con la fluidez de los centros de interés lleva a una tercera observación, la del carácter
sumamente heterogéneo de los estudios y procedimientos agrupados bajo la marca de fábrica del centro, merced a las
capacidades como empresarios científicos de sus sucesivos directores (Stuart Hall sustituye a Hoggart en 1968). Si se toma
en cuenta este dato, absteniéndose de caer en una representación mítica de un centro encorsetado en una ideología marxista
o semiológica, se entenderá mucho más fácilmente la posterior dispersión de las trayectorias de los protagonistas, de lo que
merece el título de aventura.
La mancha de aceite cultural
La puesta en marcha de un equipo de investigación centrado en los Cultural studies costará trabajo y no resultará fácil. El
CCCS dispone al inicio de pocos medios, hasta el punto de que Richard Hoggart se vio obligado a solicitar el mecenazgo de
las ediciones Penguin, para dotar el centro de algunos medios e incorporar a Stuart Hall. El establishment universitario
observa con no pocos recelos la intrusión de un grupo con un estatuto académico marginal. Los sociólogos desconfían de
aquellos recién llegados, que, sin pertenecer a su tribu, trabajan en los límites de su territorio, y la gente especializada en
estudios literarios no se queda a la zaga. Hoggart describe los pacientes pasos que dio para legitimar su centro y amansar a
sus colegas. Una de sus tácticas consistió en integrar a los colegas de literatura conocidos por ser malintencionados en los
jurados de examen sobre asignaturas de los Cultural studies, con el propósito de que la seriedad de la formación quedara
patente a los ojos de la comunidad académica.
De hecho, habrá que esperar hasta el umbral de los años setenta para que el centro acceda a una gran visibilidad científica,
que tendrá como soporte la publicación periódica, a partir de 1972, de los Working papers, parte de los cuales serán editados
luego bajo la forma de libros. Estos servirán de tarjeta de presentación al centro (Hall, Hobson, Lowe & Willis (Eds.) 1980; Hall
& Jefferson (Eds) 1993).
En una conferencia inaugural, en 1964, Hoggart planteó la óptica inicial del centro. Se trataba fundamentalmente de movilizar
las herramientas y técnicas de la crítica literaria –la referencia a Leavis resulta explícita– para deplazarlos hacia temas que,
hasta entonces, eran considerados ilegítimos por la comunidad universitaria: el universo de las culturas y prácticas populares
en oposición con las culturas doctas, la toma en cuenta de la diversidad de bienes culturales, que englobarán los productos de
la cultura de los medios de comunicación social y, luego los estilos de vida, y ya no sólo las obras literarias. Con la metáfora
de una extensión parecida a la de una mancha de aceite se daría cuenta con bastante acierto del despliegue de los Cultural
studies hasta mediados de la década de los setenta.
Se va a dar un primer proceso de expansión alrededor del estudio de las culturas populares, del que Hoggart (1957, 1964)
había echado los cimientos a través de una forma original de autoetnografía de todas las dimensiones vividas en la existencia
cotidiana de la respectable working-class. Pero una de las características de la labor de Hoggart, que le confiere un perfume
nostálgico, consiste en que su objeto de estudio se oculta y se disgrega en el preciso momento en el que el autor empieza a
describirlo y a teorizarlo. En un texto del año 1961, es decir, cinco años posterior a la publicación de La cultura del pobre,
Hoggart no puede sino darse cuenta de hasta qué punto sus descripciones llegan a quedar anticuadas, por culpa del
incremento de la movilidad espacial, el aumento relativo del desahogo material con el que se vive y el papel creciente de la
televisión y el coche en las modalidades de sociabilidad obrera. La estimación de dichos cambios sociales en su conjunto
provocará importantes desarrollos en las investigaciones del centro (7). El análisis de la fragmentación de los estilos de vida y
subculturas en el mundo obrero es el primero en estar al origen, ya al inicio de los años setenta, de un conjunto de trabajos,
como los de Phil Cohen, Paul Willis y Dick Hebdige, y del más importante éxito de venta en librería de esta corriente (Hebdige,
1979). Las contribuciones desarrolladas a medida de la entrega de los Working Papers van a balizar el espectro completo de
las subculturas, no sólo las de los jóvenes de las clases populares, sino también las de las colonias de inmigrantes y la
pequeña burguesía: skins, mods, rockers y bikers, teds, rastacueros, hippies (ver especialmente Hall & Jefferson (Eds) 1993).
Este interés por los universos sociales de los jóvenes y por las manifestaciones del conflicto generacional va a contribuir a
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nuevas expansiones de los terrenos de análisis de los Cultural studies. Por lo que la evolución en las sociabilidades familiares
y el tema de la desviación se incorporan al programa de trabajo del centro. Pero la extensión continua de los temas también
se produce en las músicas pop y rock, en pleno apogeo (Frith, 1983). El terreno de la sociología de la educación es otra vez el
penetrado por la corriente de los estudios de Paul Willis, los cuales tienen el sugerente título de Learning to Labour: How
Working Class Kids Get Working Class Jobs (1977).
Si se desarrolla el componente historiador de los Cultural studies, a través del trabajo de Thompson, en un marco institucional
y en un centro distinto al de Birmingham (8), esto no significa que su contribución quede desvinculada de los trabajos del
CCCS. Los lazos personales y las redes científicas y políticas que interrelacionan las figuras de la primera generación
garantizan, por sí solos, la circulación y la fecundación recíproca de los trabajos. Por lo demás, ¿cómo no darse cuenta de la
estrecha correspondencia entre las problemáticas de una historia social elaborada "desde abajo", a las que se dedica
Thompson, y el desplazamiento desde una visión legitimista de la cultura hacia una concepción más antropológica, como la
que desarrollan las investigaciones realizadas en Birmingham? "La formación de la clase obrera británica" desarrolla una
auténtica arqueología de la formación del mundo obrero, que comulga con los análisis de Hoggart en que elabora los rasgos
del grupo obrero a través de una dimensión cotidiana y trivial, y no sólo a través del prisma de las figuras militantes o
working-class heroes. Mediante la exploración de las redes de sociabilidad y los vectores de cristalización de una identidad
obrera, Thompson saca del olvido todo un continente cultural, una parte del "espacio público popular" que desconoció
Habermas, pero por el que se interesaron investigadores críticos en la década de los setenta (Negt & Kluge, 1972). Pone en
marcha problemáticas que se corresponden exactamente con los trabajos sobre las culturas populares contemporáneas:
¿Cómo se dotan las clases populares de sistemas de valores y un universo de sentido? ¿Qué autonomía tienen dichos
sistemas? ¿En qué contribuyen a la constitución de una identidad colectiva? ¿Cómo se articulan con las identidades
colectivas de los grupos dominados las dimensiones de resistencia y las de una aceptación resignada o dolorida de la
subordinación?
Dominaciones y resistencias
El común denominador de los trabajos históricos y de los que versan sobre la cultura contemporánea radica en que en ambos
se procede a una suerte de, según la terminología empleada por Grignon et Passeron, "culturología externa". La descripción
de los modos de actuar y de los universos de significación ligados a ellos resulta a menudo sutil, comprensiva y propia de un
buen conocimiento etnográfico, como muestra, entre otros muchos textos, el de Paul Corrigan, Doing Nothing (in Hall &
Jefferson, 1993), sobre la gestión de la ociosidad por jóvenes que pertenecen a ambientes populares. Pero este registro,
capaz de sacar, a la vez, lo mejor de la etnografía y la literatura realista, no constituye nunca un fin en sí mismo, ni una
apuesta por la descripción exhaustiva o por la mera puesta en evidencia de las coherencias en las vivencias, sino que intenta
desarrollar un interrogante sobre las relaciones de poder, los mecanismos de resistencia y la capacidad de producir otras
representaciones del orden social legítimo. Whigs and Hunters (1975) constituye otra magistral muestra de este modo de
proceder. Al tomar como punto de partida un tema que, a priori, resultaba menor, el de la caza furtiva y los robos en los
bosques –asunto que ya había servido de fuente de inspiración a un tal Karl Marx–, Thompson recrea todo el universo de la
Inglaterra rural de principios del siglo XVIII. Restablece la dimensión de guerra social y resistencia, presente en los ataques de
las bandas de cazadores furtivos contra las reservas de venado de la aristocracia whig, así como lo que significaba el libre
acceso a los bosques en el sistema de economía moral de las comunidades rurales. Con lo que hace inteligible la represión
de dichos delitos, a menudo aparentemente benignos, que desencadena una clase dominante que capta intuitivamente su
sentido y lo que está en juego.
Por lo tanto, la cultura queda erigida en el centro de una tensión entre mecanismos de dominación y resistencia. Por lo que se
entiende la importancia conferida a la noción de ideología en la cantera de los Cultural studies. La aprehensión de los
contenidos ideológicos en una cultura no consiste sino en captar, en un contexto determinado, qué hay en los sistemas de
valores, en las representaciones que entrañan, que actúa como impulso de los procesos de resistencia o aceptación del
mundo social tal como es. La problemática de la función política de las culturas (9), presente tanto en las obras sobre las
culturas de hoy como en su exploración histórica (Thompson, 1995, 83-87), se constituyó a través de las categorías
ideológicas, y después de la hegemonía gramsciana.
El interés por la dialéctica entre resistencias y dominaciones explica también la importancia que cobró poco a poco, dentro de
los Cultural studies, el estudio de los medios de comunicación social. Sólo una ilusión retrospectiva, la que consiste en
transplantar a los años sesenta y setenta la estructura contemporánea del flujo editorial, es capaz de hacer creer que los
productos de los medios de comunicación social ocupan un lugar central en los textos salidos de Birmingham hasta mediados
de la década de los setenta. En la relación de los temas más frecuentes se encontrarían las subculturas, la desviación, las
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sociabilidades obreras, la escuela, la música, el lenguaje y hasta los campamentos de los exploradores. Es a través de la
conversión más explícita en problemática de los desafíos vinculados con la ideología y con los vectores de un trabajo
hegemónico que los medios de comunicación social, especialmente los medios audiovisuales, a los que se había dedicado
hasta entonces un interés accesorio, llegan a ocupar paulatinamente un lugar destacado, como demuestra parte de los textos
recogidos en Culture, Media, Language. En ellos, Ian Connell se esfuerza especialmente por mostrar cómo el tratamiento del
debate sobre la política salarial, a través de las rutinas del periodismo televisivo, desemboca en una presentación tergiversada
ideológicamente, que contribuye a colocar el punto de vista patronal en una posición de hegemonía política (en Hall, Hobson,
Lowe & Willis, 1980).
Pero en la segunda mitad de la década de los sesenta, cuando la investigación francesa sólo se interesa por el
estructuralismo y se encierra en los análisis de textos, en los que se olvida tanto al emisor como al receptor, los investigadores
de Birmingham elaboran un acercamiento distinto al tema, con lo que intentan una triple superación: la de un estructuralismo
que queda circunscrito a herméticos ejercicios de desciframiento de textos; la de las versiones mecanicistas, vía Gramsci, de
la ideología en el marxismo; y la de la sociología funcionalista norteamericana de los medios de comunicación social. Se valen
de las aportaciones de la escuela de Chicago para abrir la caja negra de la recepción y considerar la densidad de las
interacciones en los consumos mediáticos. La recepción de los programas empieza entonces a constituir un tema de reflexión
para algunos investigadores, como se puede apreciar en el ya clásico Encoding-decoding de Hall (1977) o en Texts, Readers,
Subjects, redactado por Morley (en Hall, Lowe & Willis, 1980) en la misma época. De hecho, Hall reivindicará luego para su
centro –y contra el Glasgow Media Group o las contribuciones de Philip Schlesinger– el honor de haber sido el pionero en la
ruptura con el modelo estímulo-respuesta, que quedó sustituido por el interés dedicado a los efectos ideológicos de los
medios de comunicación social y a las respuestas dinámicas de las audiencias. Pero si el interés por el tema de la recepción
de los programas televisivos o radiofónicos empieza a constituirse en un rasgo característico de determinados investigadores,
tampoco habría que apresurarse en concluir que es únicamente por este cauce que prosigue la ampliación del campo de
estudios del centro. La preocupación por el momento de la recepción sigue siendo ancilar en relación con dos problemáticas
más amplias. Una de ellas abarca el asunto de la vuelta al sujeto, la subjetividad y la intersubjetividad, mientras la otra se
interesa por la integración de las nuevas modalidades de relaciones de poder en la problemática de la dominación. Así se
produce, durante los años setenta, el encuentro con los estudios feministas, cuya fecundidad ya había sido demostrada, y con
creces, en el sector de los Film studies. "El feminismo modificó radicalmente el terreno de los Cultural studies. Por supuesto,
hizo figurar en el programa una serie de nuevos tipos concretos de interrogantes y nuevos temas de investigación, a la vez
que remodelaba otros que ya existían antes. Pero donde tuvo el mayor impacto fue al nivel de la teoría y la organización, con
lo que estuvo en el origen de una nueva práctica intelectual" (Hall, 1980, 39; se hallará la versión "feminista" de este
encuentro en Charlotte Brunsdon, A Thief in the Night, en Kuan-Hsing Chen & Morley, 1996, y también en Brunsdon &
Caughie (Eds), 1997). Limitada al inicio al Women’s studies Group (CCCS, 1978), la cuestión del género (gender) impregna
poco a poco las investigaciones en su conjunto. A partir del gender role se inicia una serie de traslados en las problemáticas:
es el primer paso hacia la rehabilitación del sujeto, un nuevo planteamiento de los interrogantes respecto de la identidad,
puesto que se introducen nuevas variables, con lo que se deja de leer los procesos de construcción de la identidad
únicamente a través de la cultura de clase y su trasmisión generacional.
Pronto se añade al planteamiento del género el de la raza y la etnia. El principal mérito de los estudios de Hebdige (1979)
sobre las subculturas fue el de otorgar a los modelos explicativos iniciales, que estaban basados en los parámetros clasegeneración,
una nueva dimensión, la de la gestión, en las clases populares, de las relaciones entre juventud inglesa y
juventudes inmigradas, especialmente jamaicanas. Como muestra de un modo convincente Hebdige, las separaciones
binarias entre subculturas también se estructuran entre escenarios de crispación racista en una identidad a la vez obrera y
británica, elaborados desde una visión de supremacía sobre los ex colonizados, y otras situaciones simbólicas, en las que
desempeña un mayor papel la fascinación o la connivencia por el universo negro y antillano. La sensibilidad de los
investigadores del centro por los desafíos sociales y políticos no puede sino contribuir a la concesión, al final de los años
setenta, de un lugar destacado a la raza y a las cuestiones étnicas en los Cultural studies. La multiplicación de las tensiones
raciales, el auge de los grupos racistas, así como las movilizaciones originadas por dichos fenómenos (ver el compromiso de
los "Clash" en Rock against racism), están presentes en la producción del centro. Un suceso sangriento ocurrido en
Birmingham, en el que están implicados inmigrados, y las reacciones de pánico moral frente a la delincuencia de color que
provoca, estarán en el origen de Policing the Crisis (Hall, 1978). La obra reanuda con temas cuasi clásicos en los Cultural
studies, como la delincuencia y su tratamiento mediático. Constituye también un tipo de trabajo límite, por lo que sirve de
punto de referencia, ya que conduce los Cultural studies hasta el umbral del taller de análisis de las políticas públicas ligadas
con las evoluciones del Estado providencia y de las políticas de refuerzo de la ley y el orden. Constituye uno de los puntos de
partida de una reflexión sostenida sobre las relaciones entre comunidades en las ciudades británicas y sobre la elaboración
social del tema étnico (Hall, 1982; Gilroy, 1987). Implica también una sensibilidad creciente por el fenómeno de la crisis, el
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vuelco que supone el thatcherismo y la llegada de lo que Hall no tardará en definir como "New Times".
Resulta difícil disociar el trabajo de los Cultural studies de los compromisos políticos de los padres fundadores, del talento
antiinstitucional o del radicalismo político de muchos investigadores de la joven generación. Durante los años Birmingham, la
contribución específicamente científica no se realiza a pesar de los compromisos ideológicos de sus promotores. No ilustra
una maravillosa virtud de la lógica universitaria, que los protegiera contra sus compromisos, cuando actúan como científicos.
El legado de los Cultural studies, en lo que contiene de más innovador y duradero, también tiene como explicación el que dos
generaciones de investigadores invirtieron en un trabajo científico distintas formas de pasión, ira y militancia contra un orden
social que consideraban injusto y que querían cambiar. Por supuesto, esto no significa que el compromiso sea condición
necesaria y suficiente para unas buenas ciencias sociales. Las opciones ideológicas que dinamizaron los Cultural studies
también están en el origen de las debilidades que caracterizan gran parte de esta producción, que, a veces, resultan del todo
ilegibles ahora. La magia del CCCS –del todo explicable sociológicamente– radica en que el centro supo encarnar uno de los
raros períodos en la vida intelectual en que el compromiso de los investigadores no queda esterilizado por la ortodoxia o la
ceguera, sino que se apoya en una gran sensibilidad por los desafíos sociales, lo que contrarresta el efecto "torre de marfil"
producido por el mundo académico. También es el dividendo de la posición marginal del centro o de su lucha contra la
influencia nefasta del cuerpo docente en las universidades británicas. Al dedicarse la mayor parte de la segunda generación
de investigadores británicos a un tema central, el auge del centro tuvo como resultado una producción masiva de estudios
críticos. Las lógicas de competencia inherentes al mundo intelectual acarrean entonces consecuencias benéficas, que obligan
a los investigadores, para manejar sus relaciones de socios rivales, a buscar armas teóricas, fórmulas innovadoras de
investigación, es decir, a lanzarse en una carrera de armamentos científicos, incluso para solucionar parte de los
desacuerdos, de raíces políticas, en la evaluación de un sistema social o en las modalidades de cambio del mismo.
CCCS, Import Company
Las dinámicas paralelas de confrontación en una paleta de temas cada vez más amplia, y de competencia intelectual,
convertirán el Centro en un foco de efervescencia intelectual, que se refleja sobre todo en una intensa y variada actividad de
importación teórica. Los primeros Working papers sirven, al respecto, tanto como soportes de divulgación y oportunidad de
conocer a autores continentales cuyas obras no habían sido traducidas hasta entonces en el Reino Unido, como revista
científica que entrega productos totalmente acabados. Cabría incluso la posibilidad de ironizar o conmoverse ante la
dimensión casi escolar y la buena voluntad teórica que reflejan algunos estudios, por aplicar a un material made in U.K. un
esquema de análisis recién importado, como en el muy barthesiano estudio de las fotografías de prensa realizado por Hall
(1972).
Aunque titubeantes, a veces torpes, las múltiples imitaciones intelectuales realizadas por el centro constituyen también, y
antes que nada, la señal de una fecunda curiosidad intelectual y un rechazo al provincianismo. Más de una vez manifiestan la
vitalidad de un proceder científico que, según las materias estudiadas, se esfuerza por identificar las herramientas teóricas
que mejor le convienen.
La observación es válida, en primer lugar, en el campo de la sociología. No es ésta la disciplina en la que se inspira
principalmente –como se verá luego– el equipo de Birmingham. Pero la cantera de las subculturas, el interés por las
desviaciones y delincuencia, la preocupación por observar, desde lo más cerca posible, la propia trivialidad en las cotidianas
interacciones sociales, van a despertar en el grupo un interés precoz y sostenido por la aportación del interaccionismo
simbólico, la opción etnográfica de la escuela de Chicago. Becker, con su Outsiders (1963), pronto va a constituir un tipo de
referencia culta (10). La opción por la observación-participación y el capital en conocimientos prácticos y técnicas de trabajo
influidas por la etnología son los que, de un modo más general, incitan a inspirarse en la escuela de Chicago y la sociología
interaccionista. Asimismo, se recurre a Street Corner Society de White. Estas incursiones en los procedimientos sociológicos
más aptos para captar la trama de las experiencias vividas se asemejan también al interés momentáneo –meramente teórico–
que suscitaron procedimientos como los relatos de vida (caso Critcher, en Hall & Jefferson, 1993).
La voluntad de permanecer atento a las significaciones vividas por los agentes sociales, de no reducirlas al papel de
engranajes pasivos en la mecánica de estructuras sociales, claramente visible en los textos basados en un componente de
encuesta, constituye, por lo demás, en los debates de la corriente, uno de los desafíos clave en las relaciones conflictivas y
desiguales ente marxismo y sociología. En efecto, aunque Hall subraya el esfuerzo colectivo de lectura de Weber en el centro,
la línea dominante sigue siendo la de la desconfianza hacia la sociología. No le faltan a ésta los argumentos científicos y
prácticos. La tendencia predominante en la sociología de aquel entonces es el insípido funcionalismo que, además de poco
productivo, refleja una ideología con rasgos muy nítidos; la asociación británica de sociología demuestra un desinterés
inconmovible por la cultura. Pero otra vertiente en las importaciones teóricas de Birmingham sugiere que, y esto es más
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fundamental, para muchos miembros del equipo un marxismo "sociologizado" constituye una caja de herramientas teórica que
supera a cualquiera de las sociologías académicas. En el recurso a autores extranjeros, una parte central de la labor va a
consistir en la búsqueda de autores que, aunque apelando a la herencia marxista, ayudan a superar las interpretaciones
mecanicistas y economicistas y a identificar las mediaciones cuya importancia subrayaba Thompson. Lo que explica el interés
por las obras de Gramsci. A las teorías esencialistas del Estado y la clase, al reduccionismo económico, al reduccionismo de
un concepto de clase que hace volver cualquiera de las formas de lucha social al regazo del conflicto de clase, el enfoque
gramsciano opone una reflexión acerca del vínculo que el Estado mantiene con la sociedad civil y un interrogante sobre las
culturas populares, sobre la noción de lo "nacional-popular" y sobre la función que cumplen los intelectuales en la edificación
de la hegemonía de un grupo social. Este enfoque coloca en el corazón de sus problemáticas el papel desempeñado por las
ideologías, así como por sus vectores de difusión, como instrumentos estratégicos de una dominación-hegemonía, es decir,
de la capacidad de un grupo social para desempeñar un papel de dirección intelectual y moral y para construir una relación de
poder que no se agota ni limita en la mera fuerza o en la consecuencia mecánica de las relaciones económicas de
producción. De un modo más discreto, aunque también más fragmentario, estas importaciones de marxismo no dogmático
son deudoras de la escuela de Frankfurt (de Benjamin sobre todo), Lukacs y, luego, Bakhtine. Sugieren, pese a su diversidad,
un tipo de itinerario común, consistente en sociologizar, marxismo mediante, un tipo de estudio propio de la crítica literaria.
Otra referencia marxista va a desempeñar, a mediados de la década de los setenta, un papel estratégico. Se trata de
Althussser, un Althusser a menudo flanqueado por una extraña escolta, ya que parece constituir con Lacan y Levi-Strauss una
trinidad cuya coherencia, considerada desde París, parece más aleatoria. Existen múltiples motivos para tal adopción, que
pronto llegará a ser entusiasta, por una parte de la corriente. Algunos de estos motivos son absolutamente equiparables con
los del éxito de Gramsci. Por su teoría de los aparatos ideológicos, se ve a Althusser como a un marxista atento a la ideología,
a las intenciones en los discursos y a la parte de dominación simbólica existente en las mediaciones de los manejos de poder.
Su voluntad de búsqueda de una articulación entre marxismo y psicoanálisis, entre marxismo y enfoque estructuralista,
explica también su gran poder de atracción (11). Puede dejarse a intelectuales franceses que hayan vivido los años setenta la
posibilidad de sospechar que, tanto en Birmingham como en París, el uso social de las teorías de Althusser también pudo
estar vinculado con formas de libido dominandi propias del mundo intelectual. La asunción del papel de intérprete y guardián
de un pensamiento difícil, el envío de los colegas no miembros del club a los limbos del pensamiento precientífico, el hallazgo
en el concepto de "práctica teórica" de una maravillosa transfiguración del trabajo académico o el hecho de ver en el
teoricismo un militantismo vanguardista... todos estos son usos sociales de las teorías de Althusser, de los que cabe
sospechar que podrían resultar imposibles de encontrar empíricamente. Aunque la cristalización de la intensa admiración por
Althusser se produce más visiblemente alrededor de la revista de análisis fílmicos Screen que en el centro de Birmingham,
resulta suficientemente poderosa como para que Hall empiece a interrogarse sobre la aparición de un "secundo paradigma"
estructuralista en los Cultural studies (Cultural Studies: Two Paradigms, en Collins R., Curran J. (Eds) 1986) y como para
llevar a Thompson a desencadenar un auténtico tiro de artillería antialthusseriano contra The Poverty of Theory (1978).
El interés por el estructuralismo, junto con la importancia creciente de los medios de comunicación social y sus mensajes en
relación con los demás objetos de estudio de los Cultural studies, acaba por explicar el desarrollo considerable que adquiere
la importación de lo que se convino en llamar la French Theory, hasta tal punto que Thompson fulminará contra lo que
denominó "la elecrificación de la línea París-Londres". Barthes será el principal y más precoz centro de interés, que se
prestará también pronto a otros autores que participan en la "aventura semiológica", nucleados alrededor de la revista
Communication, o incluso Tel Quel: Metz, Kristeva. No es sino bastante más tarde cuando se incluirá entre las aportaciones
francesas el nombre de De Certeau. Este período "vanguardista" en la importación no debe hacer olvidar la existencia de
otras, más previsibles por parte de una comunidad cuyo campo inicial fue el de la crítica literaria. Entre las referencias iniciales
del movimiento destacan dos nombres, los de Sartre y Goldman.
Límites de una empresa colectiva
Cuando se resalta la vitalidad intelectual y la abundante cosecha de trabajos, producidos alrededor o desde el centro de
Birmingham, en la década de los setenta, esto no significa que no haya que señalar también las debilidades que hacen que
dichas contribuciones sean más frágiles. Este examen crítico es incluso el único capaz de evitar que se presenten evoluciones
posteriores como si se tratasen de adhesiones imprevisibles o traiciones, cuando, por lo menos en el caso de parte de ellas,
constituyen también derivaciones o desenlaces indisociables de algunos presupuestos o zonas ciegas de los Cultural studies.
Ya se subrayó la modestia del intercambio entre los investigadores de Birmingham y los resultados de la sociología. Para
explicarlos Hall (1980, p. 20 s) recordó las opciones ideológicas y el pesado funcionalismo de la sociología mainstream de los
años sesenta. Sin embargo, merece la pena insistir un poco en el vínculo escaso con las problemáticas sociológicas. El uso
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productivo de la sociología interaccionista de la desviación, por parte de algunos autores (Hebdige, Cohen), no llega a ocultar
la indudable pobreza del bagaje sociológico de la mayor parte de los miembros del CCCS, situación bastante lógica en el caso
de investigadores que provenían a menudo del campo de los estudios literarios (12). Este hecho puede implicar algunos
inconvenientes, por tratarse de una empresa que, en fin de cuentas, no está desprovista de vínculos con ... una sociología de
la cultura. David Chaney, un hombre poco sospechoso de ser crítico habitual de los Cultural studies, subrayaba, en una
reseña agridulce de Culture de Williams (1981), las consecuencias enojosas de la opción por la disolución de cualquier
frontera entre marxismo y sociología. Agregaba: "Se nos ofrece la estructura de una sociología que, en la práctica, parece no
tener una idea muy clara de los imperativos metodológicos propios de su campo de estudio. "Si los análisis del equipo de
Birmingham, especialmente los de Hoggart, supieron prestar una atención inédita a las culturas dominadas, tratarlas con
respeto pero sin complacencia, no lograron siempre sortear los peligros gemelos del populismo y el miserabilismo (13).
Convendría interrogarse, en particular, sobre la posibilidad de que las derivas "populistas", identificadas al final de la década
de los ochenta (14), tengan algunos antecedentes en una generosa distribución de la cualidad de "resistencia" a una serie de
prácticas y rasgos culturales populares, en los que también se podría ver, detrás de una fachada de irrisión o insolencia, una
aceptación resignada de la dominación, una confesión de impotencia (15).
Cabría también poner de relieve la cuasi inexistencia en los Cultural studies de una problemática que conciba la creación
cultural como un espacio, o un terreno, de competición e interdependencia entre productores, con lo que, se diga lo que se
diga, se sobrevalora el planteamiento de una producción cultural que constituyese una respuesta explícita a las expectativas,
supuestamente claras, de clases o grupos de consumidores. Puede relacionarse esta laguna concreta con el hecho de que,
entre la importación intensiva de French Theory, sólo quedaban incluidas las contribuciones de Bourdieu (16) en dosis
homoepáticas. Lo que explica lo que escribieron, en 1980, Nicholas Garnham y Raymond Williams (17): "La influencia de
Pierre Bourdieu en el pensamiento y la investigación anglosajonas ha sido, hasta la fecha, sumamente fragmentaria y limitada
a la disciplina antropológica y la subdisciplina de la sociología de la educación. (...) La falta de interés (por su trabajo y el de
sus colegas sobre la historia y la sociología de la cultura) no sólo perjudica a los Cultural studies, ya que la absorción parcial y
fragmentaria de lo que constituye un rico y unificado cuerpo teórico, que está vinculado con un trabajo empírico que abarca
terrenos que van desde la etnografía argelina hasta el arte, la ciencia, la religión, el lenguaje, la ciencia política y la educación,
sin olvidar la epistemología y la metodología de las ciencias sociales en su conjunto, puede entrañar el riesgo de un grave
descarriamiento en la interpretación de la teoría" (1980, 209). Dicho texto se publicó en un número dedicado a Bourdieu de
Media, Culture and Society, en el que una serie de traducciones también hacía posible el desarrollo de una crítica explícita a
los Cultural studies de aquella época: "El valor potencial del trabajo de Bourdieu, en este momento específico por el que
atraviesan los medios de comunicación social y los estudios culturales británicos, radica en que, dentro de un movimiento de
crítica, en el sentido marxista tradicional, enfrenta y supera de un modo dialéctico posiciones parciales y opuestas. Desarrolla
una teoría de la ideología –o más bien, del poder simbólico, ya que suele reservar el término de ideología para cuerpos de
pensamiento más explícitos y coherentes– fundamentada, a la vez, sobre una investigación histórica concreta y sobre el uso
de las técnicas tradicionales de la sociología empírica, como el análisis estadístico de los datos de una encuesta. Desarrolla
simultáneamente la crítica al teoricismo, especialmente al estructuralismo marxista y a las tendencias al formalismo
vinculadas con él" (1980, 210).
La relación con el marxismo plantea otros problemas. Si los trabajos de Thompson constituyen una brillante demostración,
contraria a la ortodoxia contemporánea, de que la conjunción de una problemática marxista con una cultura en ciencias
sociales y con un profundo trabajo de encuesta no sólo engendra monstruosidades, el flujo de los Cultural studies no brinda
semejantes tesoros. Incluso el lector mejor dispuesto encontrará entre ellos un montón de artículos que, hoy, se le caen de las
manos (a menos que el cambio consista sencillamente en que hoy puede confesarlo), por ser una muestra de la exégesis
marxológica más soporífica o el teoricismo pastoso. Por su condición de concepto importante y fecundo, el de hegemonía
hubiese merecido sin duda menos glosas amontonadas y más esfuerzos de encuesta para hacerlo operativo. En ello radica
una de las mayores debilidades de la corriente. El recuerdo de sus más interesantes contribuciones, que, casi sin
excepciones, son las que están basadas en una dimensión de encuesta etnográfica o en un tratamiento de un conjunto bien
delimitado de documentos referidos a un tema, no llega a ocultar los múltiples textos poco imaginativos y las muchas
variaciones sobre un tema de Marx, Gramsci o Althusser, género en el cual Hall llega a destacar –aunque abusa–, sin que
otros alcancen su altura.
Pero a un nivel aún más fundamental, el pecado original de los Cultural studies consiste en su olvido frecuente de la historia y
la economía. Semejante objeción no se podría poner a Thompson, y ni siquiera a Williams. Pero, pese a estas referencias,
son pocos los investigadores de Birmingham que escogieron esta vía para llegar a un conocimiento de la sociedad británica.
Pasa lo mismo en lo que se refiere a la economía que, por no figurar en el horizonte del centro, quita posibilidades al proyecto
de reconciliación entre los dos términos de la antigua separación entre cultura y economía. De hecho, de entre los que
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provenían del campo de los estudios de literatura inglesa, Raymond Williams (asistió a las clases de Leavis) fue uno de los
pocos que actuó realmente de acuerdo con la lógica de su proyecto de nueva fundación del "materialismo cultural" como
medio de estudio de los dispositivos mediáticos. En consecuencia, figura entre los pocos que sacaron provecho de las
investigaciones y estudios realizados por los representantes de la economía política de la comunicación, como lo demuestran
algunas de las referencias que salpican su obra Television: Technology and Cultural Form (1974). Por consiguiente, puede
decirse que si, en algunos aspectos, los Cultural studies se apartan de los estudios influidos por la ola estructuralista francesa,
en otros, en particular el de la obsesión por la ideología, y sobre todo la ideología como texto, se asemejan a ellos, por
olvidarse de la historia y la economía política.
La no consideración de la economía se convertirá, al final de la década de los setenta, en uno de los temas cruciales de la
polémica que emprendió Nicholas Garnham contra los Cultural studies, a los que tachaba de idealismo. En esta época, la
economía política de los medios de comunicación social, sólidamente arraigada en Gran Bretaña, había establecido ya
muchos vínculos internacionales y la actuación de sus investigadores destacaba tanto en la movilización contra los conflictos
en el sureste asiático –en uno de los trabajos más significativos (J. D. Halloran, P. Elliot, G. Murdock, 1970) se analizan las
manifestaciones relacionadas con la guerra de Vietnam–, o en los debates sobre el nuevo orden mundial en la información y
la comunicación, como en las discusiones entabladas en la época, dentro de los órganos de la Comunidad Europea, sobre las
industrias culturales. Por lo demás, en el transcurso de la segunda mitad de los años setenta, se sientan las bases, en Francia
e Italia, de una economía política de la comunicación centrada en el tema de las industrias culturales (Cesareo, Flichy,
Mattelart, Miège, Richeri). Algún tipo de convergencia empieza a manifestarse entre los investigadores británicos y los del
continente que se dedican a este tema, mientras, por lo general, los Cultural studies permanecen limitados a las islas (Flichy,
1980). A la Universidad de Leicester, donde trabajan investigadores como James Halloran, Peter Golding, Philip Elliott y
Graham Murdock, vino a añadirse el centro de la School of Communication del Polytechnic of Central London, del que forma
parte, entre otros, Nicholas Garnham, quien antes trabajaba para la BBC-Television. Este centro es el que toma la iniciativa de
lanzar, en enero de 1979, la revista trimestral Media, Culture and Society. En el segundo número, dedicado a la Political
Economy, figura, a modo de introducción, un largo artículo programático firmado por Garnham y titulado Contribution to a
Political Economy of Mass-Communication.
Dicho artículo empieza con una extensa cita de Raymond Williams, sacada de Marxism and Literature (1977). En este
extracto toma nota Williams, sin perífrasis, del proceso de concentración en las industrias culturales, el entrelazamiento entre
lo público y lo privado en materia de radiodifusión y el "contexto de moderno imperialismo y neocolonialismo", en el que se
están operando, en todo el mundo, estos cambios. Aboga por una revisión de arriba abajo de la "teoría cultural", advirtiendo a
las fuerzas "radicales y anticapitalistas" contra el peligro de ineficacia en caso de que no realizasen la reestructuración crítica
de sus esquemas de pensamiento. De entrada, Garnham se interroga sobre las pocas repercusiones en el ámbito crítico de
este llamamiento, lanzado por Williams dos años antes, y acepta el reto, el cual identifica del siguiente modo: "evitar la doble
trampa del reduccionismo económico y la autonomización idealista del nivel ideológico" y "considerar que lo material, lo
económico y lo ideológico constituyen tres niveles, distintos en una perspectiva analítica, aunque entrelazados en las
prácticas sociales concretas y el análisis concreto". Garnham apuntaba directamente hacia los partidarios del
"postalthusserianismo", los Cultural studies y los Film studies. Lo que reprochaba a Hall era precisamente su concepción
platonista, ontológica, de la ideología y el hecho de que "lo que ofrecía era la descripción de un proceso ideológico, pero no
una explicación de lo que lo impulsaba, ni de su forma de desarrollo, limitándose al empleo de términos tautológicos"
(Garnham, 1979, 131). Se amparaba en la búsqueda de "sentido" para limitarse a adentrarse en el "texto" y se negaba a ir a
ver de cerca la forma histórica de funcionamiento del dispositivo. Al reducir el "efecto ideológico" de los medios de
comunicación social a un asunto propio de comunicadores o "codificadores" preexistentes y predeterminados, que escogen
entre una diversidad de códigos preexistentes y predeterminados, y que, a su vez, reproducen una estructura de dominación,
no hacía sino remitir, en términos genéricos, al dispositivo de comunicación masiva en el "capitalismo monopolista".
En 1983, en el número balance del Journal of Communication, dedicado a las distintas corrientes de investigación en el
mundo, titulado "Ferment in the Field" y coordinado por George Gerbner, Garnham volvía a insistir en la deriva de lo que no
dudaba en calificar de teoría asocial y ahistórica de la ideología. Volvía a establecer una diferencia muy nítida entre los
Cultural studies y el enfoque propuesto por Williams y evidenciaba que los Cultural studies no habían abordado ninguno de los
grandes desafíos planteados por el desarrollo de los medios de comunicación social, y finalmente, por la "sociedad de la
información", respecto de la redefinición del ámbito público. "Como subrayó Raymond Williams en Television: Technology and
Cultural Form y como lo demuestran las investigaciones muy precisas de mis colegas Paddy Scannel y David Cardiff, surgió la
teledifusión como una tecnología con la que nadie sabía qué hacer y se tuvo que desarrollar sus formas institucionales
–especialmente sus modalidades de financiación, sus públicos específicos y los tipos de relaciones establecidas con dichos
públicos dentro de tales formas institucionales– según modalidades que es posible analizar de un modo muy concreto y que
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variaron mucho según los países, aunque fueran claramente capitalistas (por ejemplo, Estados Unidos y Gran Bretaña). Por lo
que, con respecto a los medios de comunicación social, no se puede hablar de un único modelo capitalista. Un sistema de
medios de comunicación social adopta rasgos específicos que varían según el Estado-nación. Sus rasgos quedan
determinados, entre otros, por la estructura y la situación de desarrollo de la economía, por el tipo de Estado, por las
características de las relaciones de clase y por la relación con el Estado dominante y/o con los Estados subordinados"
(Garnham, 1983, 323). Lo menos que puede decirse es que, diez años después de su formulación, los Cultural studies
todavía no se habían hecho cargo de este programa, dato que pone de relieve, no sólo la poca importancia concedida a los
datos económicos, sino también la manifestación de una forma específica de provincianismo británico en los trabajos, los
cuales conjugan la internacionalización de las herramientas teóricas con una indiferencia hacia cualquier vía de comparación
y con la falta de interés por los desafíos de los flujos culturales transnacionales.
¿UN GIRO ETNOGRÁFICO?
En la historia de los Cultural studies se asocian los años ochenta con la imagen de un giro etnográfico. Es una manera
cómoda de designar un desplazamiento de las problemáticas y, más aún, de los protocolos de encuesta hacia un estudio de
las modalidades diferenciales de recepción de los medios de comunicación social, especialmente en lo que respecta a los
programas televisados.
¿Giro o reescritura de la historia?
Aunque aparezca, como si se tratase de una evidencia, en la mayor parte de los informes sobre la evolución de la corriente,
nos parece que hay que tratar esta metáfora con un poco de circunspección. ¿Habrían descubierto los Cultural studies, con la
entrada en la década de los ochenta, las virtudes del trabajo etnográfico? Basta con remitirse al anterior conjunto de trabajos
de la corriente para darse cuenta de hasta qué punto semejante reivindicación tiene más que ver con un abuso de autoridad
que con una descripción creíble de las evoluciones. Los estudios de Hoggart sobre las culturas populares ¿no implicaban, ya
en 1957, una clara opción etnográfica? Los trabajos de Hebdige o Willis ¿habrían sido ajenos a este enfoque? Si hubo que
esperar un giro en el umbral de la década de los ochenta ¿cómo se explica el que la mayoría de los textos producidos durante
la segunda mitad de los años setenta y recogidos en un reader del CCCS (Hall, Hobson, Lowe, Willis, 1980) estén agrupados
en una sección titulada, con propiedad, ethnography? Reconocemos que nuestras reticencias ante esta historia oficial e
imaginaria de la corriente son tanto mayores cuando una de las obras (junto con Nationwide) ascendidas, retrospectivamente,
al nivel de punto de referencia de la mutación no es sino Watching Dallas de Ien Ang, publicada por primera vez en Holanda
en 1982. Aunque esta investigación resulta muy interesante, por los interrogantes planteados acerca del placer de los
telespectadores de Dallas y la noción de "realismo emocional" que elabora, hay que señalar que está basada en 42 cartas de
lectores y lectoras del semanario holandés Viva, que consiguió el autor a través de un anuncio, en el que proponía a los
lectores que le comunicasen por escrito sus reacciones ante el folletín. Esto tiene poco que ver con la etnografía descrita en el
manual de Marcel Mauss ...
¿Significa esto que hay que pretender que no hubo nada, ni giro ni etnografía? De hecho, no. En los años ochenta se
produjeron realmente mutaciones importantes, lo suficiente como para pasar por alto las narraciones mágicas o interesadas.
Aun a riesgo de ofrecer una descripción reductora, puede sugerirse que uno de los factores clave en la nueva orientación de
los trabajos se refiere a una redefinición en las modalidades de análisis de los medios de comunicación social. Como ya se ha
visto, los investigadores de Birmingham, a través de los problemas de cultura y hegemonía, habían otorgado poco a poco una
importancia creciente al análisis de los medios de comunicación y sus programas. Pero sus enfoques adolecían de lagunas
patentes. Si resultaban a menudo fecundos los análisis internos de segmentos de la programación, que se inspiraban en los
métodos semiológicos o lingüísticos, el estudio de las modalidades concretas de recepción no superaba, en los casos de Hall
y Morley, el nivel de la producción de esquemas de análisis fundamentalmente programáticos. Si hubo un "giro" al principio de
la década de los ochenta, consistió en prestar una atención creciente a la recepción de los medios de comunicación social,
tratando de operativizar modelos como el de la codificación-descodificación. Para ello, los investigadores van a desplegar una
gran inventiva en la búsqueda de métodos de observación y comprensión de los públicos reales, entre otros mediante
técnicas etnográficas (18). No se trata de una evolución menor. No se corresponde precisamente con el coro "Hagamos tabla
rasa de lo hecho en el pasado".
Charlotte Brunsdon y David Morley (19) son los que van a aplicar, de un modo crítico, el modelo de Hall, con un estudio sobre
la recepción del magazine informativo Nationwide (1980). Lo que pretendían Brunsdon y Morley era, a la vez, escapar a la
fascinación semiológica, según la cual el programa de percepción y lectura presente en el texto resulta tan poderoso que se
impone a todos los receptores, y testar, de forma empírica, el modelo de Hall. Para ello, van a ser los primeros en introducir la
técnica de los Focus groups, con lo que van a observar en 29 grupos, que representan a ámbitos sumamente distintos, las
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reacciones a la trasmisión de episodios de este programa. Nationwide supone un doble avance científico. La investigación
hace posible la verificación empírica de la legitimidad del planteamiento analítico de Hall, sin dejar de señalar sus
insuficiencias y lagunas, ya que mezcla cuestiones de comprensión, reconocimiento, interpretación y reacción. El modelo de
Hall, centrado en la importancia del estatuto de clase, no dejaba entender la importancia del entorno hogareño de percepción,
ni la de las relaciones dentro de la familia. El trabajo sobre los focus groups está en el origen de preguntas innovadoras sobre
el papel de los medios de comunicación social en los distintos registros creadores de identidad. En la línea de Morley, y luego
la de Ang, el recurso a las condiciones en las cuales se debían desarrollar las encuestas, que intentaban ser cada vez más
acertadas y más próximas a las reacciones de los telespectadores, va a tener bastante adeptos en el extranjero. En Suecia,
Dahlgren (1988) utiliza las conversaciones sobre la televisión como soporte de sus investigaciones. James Lull (1983) entra
en los hogares para observar in situ a los telespectadores. Con lo que el desplazamiento de las problemáticas, iniciado por
Morley, se acentúa y se dirige hacia la dimensión gendered de las recepciones y la relación con los instrumentos técnicos de
comunicación. También tiene como consecuencia una cada vez mayor integración de una parte importante de los Cultural
studies y sus trabajos más visibles en el campo más antiguo y tradicional de las investigaciones en el terreno de la
comunicación.
Giro espistemológico, giro político
Plantear como motivo de las evoluciones de los Cultural studies un cambio en los métodos de encuesta que, por su propia
dinámica, provocase una serie de redefiniciones de las problemáticas y acercamientos con otras corrientes de estudios,
valorizaría también una lectura demasiado académica de su movimiento, amputándolo de su parte política, y se olvidaría
también que la investigación no se desarrolla en el mundo único de las ideas y los métodos.
El "giro etnográfico" es indisociable de otros virajes que se dan en Gran Bretaña y en el mundo de la década de los ochenta.
Un viraje político con la asunción del mando del gobierno por Margaret Thatcher, al frente del cual permanecerá durante más
de diez años; viraje conservador generalizado con las políticas puestas en marcha por ella en materia de privatizaciones y los
enfrentamientos directos con las organizaciones sindicales (mineros); viraje económico con las consecuencias de la
globalización creciente de las economías sobre el paro y la evolución de la parte "social". Stuart Hall, el más "político" de los
investigadores de la corriente, intuye con mucha antelación dichos cambios. Resulta significativo el que haya abandonado la
dirección del centro de Birmingham al final de los años setenta para reinvertir, casi inmediatamente, parte de sus capacidades
como empresario en Marxism Today, convirtiéndose en uno de sus más importantes redactores e incluso, como afirman
algunos, en su líder intelectual. Existe una constante en todos sus escritos y crónicas, especialmente en los de la segunda
mitad de los años ochenta, hasta la desaparición de la revista, en 1991: la nueva era (New times) del postfordismo acarrea el
debilitamiento de las "solidaridades tradicionales" y da origen a un nuevo tipo de "individualidad", el cual "se aparta de las
líneas de continuidad que antes estabilizaban nuestras identidades sociales".
"Una frontera removida por los New times", escribe en Marxism Today, en octubre de 1988, "es la que existe entre las
dimensiones objetivas y subjetivas del cambio. Se acrecentó la importancia del sujeto individual y cambiaron nuestros
modelos de "sujeto". Desde ahora, no es posible concebir al individuo como un Ego completo y monolítico o como un yo
autónomo. La experiencia del yo queda más fragmentada, marcada por una carencia y compuesta por múltiples "yo",
múltiples identidades vinculadas con los distintos mundos sociales con los que uno se relaciona. Algo que ha sido lastrado por
una historia, un producto, un proceso. Estas vicisitudes del sujeto tienen su propia historia, la que remite a los episodios clave
del tránsito hacia los nuevos tiempos. Incluyen la revolución cultural de los años sesenta, en especial de un 1968 con un
sentido agudo de la política como teatro, el lema feminista The personal is political, el psicoanálisis con su redescubrimiento
de las raíces inconscientes de la subjetividad, las revoluciones teóricas de las décadas de los sesenta y setenta –la
semiología, el estructuralismo y el postestructuralismo– con la atención que prestaron al lenguaje y la representación. Este
componente de vuelta de la dimensión subjetiva sugiere que, por lo que respecta al lenguaje, para dar cuenta de los nuevos
tiempos, no podemos contentarnos con un discurso que acata las antiguas distinciones entre dimensiones objetiva y subjetiva
del cambio. Pero la renovación conceptual crea dificultades a la izquierda. Su cultura convencional, que recalca las
‘contradicciones objetivas’, las ‘estructuras impersonales’ y los procesos que actúan ‘a espaldas de los hombres’(sic), hizo que
fuéramos incapaces de enfrentarnos de un modo coherente a la dimensión subjetiva en la política" (Hall, 1988, 41). Bajo el
pretexto de la necesidad de adaptarse a los Nuevos Tiempos, Marxism Today incluso modificó gradualmente su estilo,
tratando de incorporar la "nueva pluralidad de los modos de vida", ¡con lo que adoptaba los esquemas de los estilos sociales
propios de la industria publicitaria! Muchos críticos no dejaron de ver en estas renovaciones la manifestación de una
reorientación de los editores y un indicio de la "Retreat of the Intellectuals" (Saville, 1990).
La paradoja a la que lleva Hall aquí consiste en señalar en qué dichos nuevos tiempos, con sus traslados de problemáticas,
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constituyen también resultados y continuidades con respecto a los temas centrales de los Cultural studies. Estos no pueden
interpretarse, por lo menos del todo, como la crónica paralela de una dislocación (la de la identidad obrera, cuya erosión es
observada por primera vez por Hoggart) y la búsqueda de nuevas cristalizaciones de identidad, especialmente a través de la
cartografía de las subculturas. Los nuevos tiempos del thatcherismo y la globalización también tienen como consecuencia la
aceleración de dicha dislocación de identidades sociales vinculadas con el mundo obrero de antes. También están marcados,
en Gran Bretaña, por una suerte de hundimiento de los grandes referentes políticos, que manifiesta la impotencia de un
Labour Party que, en 1996, va a cumplir sus 18 años sucesivos como partido de oposición. En este contexto, en el que
modalidades que, hasta entonces, contribuían poderosamente a la estructuración de identidades políticas, sociales y
nacionales, dejan de heredarse, la cuestión de las recomposiciones de identidades se convierte en un desafío político
sumamente importante, así como, de rebote, la del papel de los medios de comunicación social y el funcionamiento del
espacio público. Este último no constituye nunca, como lo demuestra Calhoun en un texto importante (Bourdieu & Coleman,
1991), un mero foro de la Razón, en el que se intercambian argumentos y puntos de vista, sino un auténtico mercado de
identidades en el que se ofrecen, a través de los flujos de bienes culturales, propuestas de identidad y principios de
elaboración del "nosotros". Se entiende entonces la posibilidad de considerar el "giro etnográfico" como continuidad, como
identificación de los medios más eficaces para el análisis, en el terreno, de los enigmas relacionados con los procesos de
descomposición y recomposición de identidad, para llegar a entender determinados consumos culturales, opciones por
identidades e ideologías y por "placeres" mediáticos, los cuales no pueden dejar de ser considerados como escandalosos por
intelectuales marcados por el marxismo.
Sobre la base de sus diagnósticos referidos a las nuevas condiciones de formación de las identidades sociales, Hall no dejó
de afirmar que la cultura había llegado a ocupar una posición central en la gestión de las sociedades y del planeta y, en
consecuencia, en la forma de considerar la acción política. Por lo que respecta a las investigaciones académicas, Hall
explicaba, en 1991, el "nuevo posicionamiento" de los Cultural studies mediante la insistencia en determinados factores
mayores que obligaban a "superar las fronteras". Figuraban entre ellos:
La "globalización" de origen económico, este "proceso parcial de desmantelamiento de las fronteras que han forjado
tanto las culturas nacionales como las identidades individuales, especialmente en Europa".
1.
La fractura de los "paisajes sociales" (social landscapes) en las "sociedades industriales avanzadas", con la
consecuencia de que el "yo" (self) forma parte, de ahora en adelante, de un "proceso de elaboración de identidades
sociales, en el que el individuo se define con respecto a distintas coordenadas, sin que pueda quedar reducido a una o
varias de dichas coordenadas (ya se trate de la clase, la nación, ya de la raza, la etnia o el género).
2.
3. La fuerza de las migraciones que "transforman calladamente nuestro mundo".
El proceso de homogeneización y diferenciación que socava, desde arriba y desde abajo, la fuerza organizadora de las
representaciones del Estado-nación, la cultura nacional y la política nacional (Hall, 1991).
4.
Como puede notarse, lo que se calificó de viraje etnográfico en los Cultural studies es también la repercusión de una crisis en
la izquierda y participa de un diagnóstico político para los que, como Hall y Morley, fueron adeptos del movimiento social, y
esto desde su entrada en el campo de los Cultural studies. Si muchos están al tanto del compromiso de Hall, el trabajo
militante de Morley, aunque considerable, es más desconocido. Él fue uno de los responsables clave de la editorial Comedia
(20), la cual estaba vinculada con numerosos movimientos sociales (feministas, antinucleares, antiracistas, comunitarios y
cooperativos) y con la búsqueda de medios de comunicación alternativos, en los años setenta y los primeros de la década de
los ochenta, hasta que se marchó a la Universidad de Brunel. La adhesión a un cierto empirismo básico que supone el
enfoque etnográfico resulta indisociable, no sólo de la vuelta a la dimensión subjetiva y al problema de la "mutiplicación de
identidades", sino también de una noción de sociedad civil como el lugar de la diversidad y la diferencia. Esta concepción
suscitó, en el seno de la izquierda británica, un debate sobre el "culto a la sociedad civil", sobre los usos y abusos de dicho
concepto de una "sociedad civil" convertida en el terreno idealizado de todas las emancipaciones (Meiksins Wood, 1990).
Relevos generacionales
Finalmente, no es sólo a través del prisma de los debates espistemológicos, ni siquiera de un contexto político-social, que
pueden leerse los nuevos tiempos y el viraje etnográfico, que se explican también por procesos generacionales. Se trata,
primero, de la llegada de la que podría denominarse tercera generación de investigadores, que está precedida por la de los
padres fundadores y por la de Birmingham. Se trata también de la llegada a la edad adulta y adolescente de generaciones
que fueron socializadas, desde su más tierna juventud, por los medios audiovisuales y todos los recursos de las industrias
culturales (videojuegos...), y cuyas jerarquías culturales ya no son las de la generación de los baby-boomers europeos, a la
que aún pertenecían los investigadores de la segunda oleada de los Cultural studies. Las sensibilidades culturales y las
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relaciones con los medios de comunicación social cambian, por lo que se hacen también necesarios métodos de investigación
más aptos para captar lo "corriente del sujeto".
El norteamericano Larry Grossberg, quien se convertirá luego en uno de los mayores exponentes de los Cultural studies en su
versión americana, daba bien cuenta, en 1983, de esta nueva manera de considerar la cultura masiva, cuando reconocía la
dificultad a la que podía enfrentarse un investigador que quisiese penetrar, con las categorías consagradas por la mayor parte
de las teorías críticas existentes, en un terreno en el que "más que de entendimiento, se trata de placer", lo que se había
convertido en una evidencia luminosa para él, merced al trato cotidiano con sus estudiantes. Llegará poco a poco, a través de
los temas investigados, a poner en tela de juicio la noción de identidad basada en una diferencia negativa, que, en su opinión,
impregnó los Cultural studies y su noción de resistencia (Grossberg, 1996). La identidad cultural debe concebirse como una
"producción positiva". Lo que explica su intento de "inyectar algún movimiento y movilidad en la formación de la identidad",
con el fin de superar lo que califica de "concepciones polares de la identidad", en virtud de las cuales los individuos quedan
divididos entre dominantes y marginales, metropolitanos y periféricos, etc. Interpreta a su propia manera los análisis de
Deleuze y Guattari en Mille Plateaux, por lo que habla –su formulación resulta a veces algo confusa– de "territorialización de
la vida cotidiana" y "lógica espacial en la vida cotidiana" como "de la forma según la cual la gente vive la libertad, siempre
parcial, de establecerse en y trasladarse a través de las láminas de la realidad, dentro de las cuales se constituyen
mutuamente sus identidades e identificaciones, su inversión" (...) "Es posible visualizar sus resultados bajo la forma de un
diagrama, una configuración o una circulación móvil de ‘lugares’ o puntos en el espacio social, donde se articulan prioridades
según densidades específicas, para la cristalización de la formación (de la identidad) y las alianzas" (Grossberg, 1996,
106-107). Por lo tanto, la subjetividad es espacial, en la medida en que se vive el mundo desde una posición específica en el
espacio-tiempo, y está también relacionada con el movimiento y la trayectoria de los demás. Estamos lejos de las reflexiones
de su competidor, James W. Carey, quien, en su intento de anclar la versión norteamericana de la historia de los Cultural
studies, ¡invocaba aún, en 1983, a Charles Wright Mills, David Riesman, Kenneth Burke y Harold Innis! (Carey, 1983).
Las intervenciones de jóvenes estudiantes que participaban en el seminario Crossing Boundaries, organizado en 1991, en
Amsterdam, por el European Network for Cultural and Media Studies, son más concretas, y no por ello menos sugerentes, por
lo que respecta al cambio de sensibilidad en relación con el tema de la constitución de la identidad. Citaremos a dos de ellas.
En relación con el modo de estudio de las subculturas: "La escuela de Birmingham, con Hebdige y Hall, dedicó muchos
estudios a las subculturas, pero se observa, en los últimos años, una disminución de aquel tipo de estudios. Y esto por dos
motivos. Primero, durante el gran período del centro, se ha estudiado las subculturas como si fueran identidades realmente
establecidas, conceptos estables de formas auténticas y originales de resistencia, en un momento histórico dado y en un lugar
geográfico determinado. En segundo lugar, se suponía que cada subcultura causaba su propia muerte cuando estaba
admitida en el seno de la mainstream culture: los punks británicos eran originales, por la extravagancia de su estilo y sus
formas de expresión, pero cuando sus chaquetas de cuero se pusieron de moda, no quedó ningún auténtico punk. En este
preciso momento, la industria de la mercancía incorpora a la subcultura punk... Creo que, ahora, este tipo de enfoque ya no es
válido... Pude comprobarlo en mi investigación sobre lo que se llama, en Holanda, el Hip Hop. Esta subcultura no tiene una
identidad fija... (el estudiante explicó que, entre el inicio y la conclusión de su investigación, las normas internas de los
miembros de esta subcultura habían cambiado). Y todo esto por ser el Hip Hop una cultura muy internacional. Oriunda de los
guetos negros de Harlem y el Bronx, se difundió en unos pocos meses, especialmente en Holanda e Inglaterra. Para
considerarla de un modo adecuado, hay que hablar hoy de la dicotomía global/local. Cada subcultura hip hop local, regional o
nacional ha añadido sus propios centros de preocupación y los ha conjugado (y los sigue conjugando) con normas y valores
subculturales más amplios, conocidos en la subcultura en su conjunto" (Wermuth, 1991, 62). Otro estudiante señala: "Pues,
en mi opinión, los estudiantes de los Cultural studies no difieren mucho del resto de los humanos. Quizás somos un poquitín
más conscientes. La mayor parte de nosotros prefiere Madonna a Mozart, Kundera a Konsalik, sabemos que, políticamente, la
izquierda vale más que la derecha y que, por lo que respecta a los medios de comunicación social, preferimos las redes
privadas a las cadenas públicas. En resumen, somos los hijos de nuestro tiempo, y nuestro tiempo es la década de los
ochenta" (European Network for Cultural and Media Studies, 1996, 73).
Resulta revelador este desliz gradual hacia la naturalización de la televisión –que puede comprobarse en la última opinión–,
en su forma institucional y comercial. Se inició en la primera mitad de los años ochenta. Un indicio importante lo dio la primera
conferencia internacional sobre los Television studies, organizada en julio de 1984 por el British Film Institute y el Instituto de
Educación de la Universidad de Londres. Ien Ang, joven investigadora holandesa, "constituyó uno de los focos de atracción
del evento, por haber tomado la noción de diversión, o placer, que proporciona la televisión comercial al auditorio, como punto
de partida de una comparación entre la herencia del servicio público y los paradigmas de la televisión privada. Dicha
comparación acabó en acusación contra el servicio público y en celebración unívoca de la comercial, considerada mucho más
liberadora y emancipadora, por estar atenta a las expectativas populares de diversión" (Mattelart & Mattelart, 1986, 150).
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Medida con este rasero, la idea de un servicio público ajeno a los "deseos y preferencias populares" no era sino una "coartada
para colocar a los telespectadores en un marco paternalista" (Ang, 1985, 264-65). La vuelta a la diversión corriente se
producía explícitamente en nombre de la necesaria ruptura con la pesada tradición de las escuelas negativas, influidas por la
escuela de Frankfurt y la corriente estructuralista. Con la confusión de la diversión ordinaria con lo corriente en la televisión
comercial se perfilaba la conformidad, o por lo menos, la neutralidad, de la investigación ante el proceso de privatización y
desregulación de los panoramas audiovisuales, y esto justo cuando los países de la Comunidad Europea emprendían un largo
debate sobre la televisión sin fronteras y se inquietaban por las consecuencias negativas de unas estrategias comerciales
salvajes a la italiana. El estudio de Ang sobre la recepción de Dallas, que se centra en esta idea específica de placer, anuncia
tanto una oleada "etnográfica" como un nuevo interés, liberado de los tabús ideológicos, por el aspecto del placer en la
recepción.
EL BIG BANG DE LOS CULTURAL STUDIES
Iniciado en la segunda mitad de la década de los ochenta, el proceso de expansión planetario de los Cultural studies va a
acelerarse en los años noventa. Esta prodigiosa dilatación de este "algo" cuya clasificación empieza a ser arriesgada (¿es
todavía una "escuela", una "corriente" coherente, una problemática, o se trata más bien de una institución académica o un
"hecho" social?) adopta una doble forma. Se trata primero de una migración geográfica, no sólo hacia América del Norte, sino
también hacia América Latina y el continente australiano. Lo que es más, los Cultural studies se colocan en el centro de una
espiral expansionista y no dejan de reivindicar, como elementos constitutivos de su identidad, a nuevos autores, nuevos
objetos, nuevas materias, de acuerdo con un proceso identificado de un modo bastante clásico con la invención de una
tradición. Al mismo tiempo, esta buena racha social y académica viene acompañada por procesos contradictorios, vinculados
con la erosión implacable de un conjunto de bases y soportes que estaban en el origen del despegue de esta corriente en el
Reino Unido, así como con su fragmentación creciente por culpa de las problemáticas, las revistas, las camarillas y la
dispersión de los proyectos intelectuales.
Las tijeras de la institucionalización
La metáfora clásica del tijeretazo da bastante bien cuenta de la tensión que se produce entre el proceso de expansión de los
Cultural studies y el de debilitamiento del conjunto de factores que estuvieron en el origen de su despegue.
Hay que empezar por insistir en el proceso de despolitización –no existe otro término para designar el fenómeno– de este
movimiento de investigación. Se recordará que toda la génesis de la corriente estaba estrechamente vinculada con el clima
político que, al final de los años cincuenta, había quedado reflejado en la aparición de la nueva izquierda. Resulta que parte
importante de la red que federaba de un modo soterrado a los intelectuales de izquierdas británicos, proporcionándoles los
contactos con los movimientos sociales y los medios populares, se desmoronó al cabo de veinte años. La crisis en el
movimiento sindical, los ataques de los gobiernos conservadores contra las instituciones culturales y las de formación
continua, así como las dificultades para estructurar los componentes de la izquierda laborista, se aunaron para reducir hasta
casi nada las articulaciones entre investigadores y movimientos sociales (Mellor, 1992). La desaparición de Marxism Today, en
1991 (Dixon, 1996), puede ser considerada como un síntoma de desmoronamiento de estos lugares de interfaz. La confusión
en las oposiciones políticas, simbolizada por la llegada de Tony Blair a la cabeza del New Labour, y la desaparición o la
retirada de los padres fundadores, con la excepción de Hall, contribuyen también a convertir a los herederos de los Cultural
studies en huérfanos de la militancia.
Se estaría tentado de parodiar el título, ya de por sí paródico, de uno de los primeros libros de Ien Ang (1991), con el apunte
"Busca causa, desesperadamente", cuando, en un texto reciente (1996, capítulo 2), plantea preguntas, no sin razones, acerca
del fenómeno del abandono del compromiso por parte de los investigadores e interpela a Morley sobre los riesgos de una
actitud demasiado académica, aunque no logre superar las vagas fórmulas respecto de la necesidad para los investigadores
de considerar que su trabajo científico debe ser una contribución al servicio de "los públicos". Existe en los Cultural studies
toda una línea que puede identificarse con el seguimiento, nostálgico en el caso de Hoggart, atento a las reconstituciones de
identidad en el de Hebdige, no sólo del proceso de disolución del mundo obrero y su cultura, sino también de las fuerzas
políticas relacionadas con él. Los "progresos" irreversibles de tal proceso en Occidente también tienen repercusiones en los
investigadores. Tienen su lado positivo, ya que hacen reflexionar sobre los procesos de constitución y los principios de
estructuración de las nuevas identidades. Pero también un lado más discutible, por impulsar un tipo de búsqueda de unos
elementos "populares" que se hubiesen mantenido intactos, un mundo perdido, El Dorado, en los cuales las problemáticas de
hegemonía, resistencia y conflictos de clase hubiesen mantenido su vigencia. La importancia conferida al Tercer Mundo, y
más precisamente a América Latina, sirve para ilustrar este peligro, el de la ambigüedad de un tipo de reconocimiento de
teóricos latinoamericanos, entronizados en el club de los Cultural studies como portavoces de los "buenos salvajes" de la
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resistencia cultural y defensores titulares de la atalaya en la cual siguen teniendo sentido las viejas problemáticas y los viejos
combates. ¡No hay casi nada nuevo bajo el Sol! Desde la conquista de aquella parte del Nuevo Mundo, la Europa etnocéntrica
siempre consideró que había "más alma" en ese territorio de utopía. Pero dicha postulación simplista del mundo
latinoamericano resulta tanto más paradójica cuando se olvida de la crisis que, allá también, afecta al pensamiento crítico y
provoca intensos debates entre los investigadores (21).
El proceso generalizado de deslegitimación de los intelectuales y su papel crítico, en provecho de nuevas figuras de
referencia, héroes de la competición económica u oráculos mediáticos, contribuye también a la marginalización de un grupo,
que nunca tuvo en Gran Bretaña el magisterio que pudo reivindicar antes en Francia. Si se añade a estos datos el de la
auténtica sangría que contribuyó, bajo la forma del reclutamiento en el exterior (especialmente en Australia y América del
Norte), a la marcha del Reino Unido de muchas figuras destacadas de los años Birmingham, se empezará a entender el
debilitamiento del movimiento en el territorio en el que nació.
Sin embargo, esta situación resulta paradójica, ya que, al mismo tiempo, se produce un notable auge de los departamentos de
Cultural studies, como lo evidencian la inflación editorial y el aumento de revistas. De un modo más fundamental, se esboza
una nueva geografía académica planetaria que, con la única excepción del África negra y árabe y la Europa continental, cubre
el planeta con una densa red de departamentos de estudios culturales, desde Formosa hasta Sidney, pasando por Ciudad del
Cabo, Toronto (Blundell & Sheperd (Eds), 1993) y Bloomington. Por lo demás, Gran Bretaña no está apartada de este
proceso, ya que los fenómenos de desvitalización que se acaban de mencionar van acompañados, simultáneamente, por el
aumento de los departamentos de Cultural studies, sobre todo en los nuevos centros superiores, los "Polytechnics"
ascendidos al nivel universitario (22). La lógica conquistadora de los nuevos Cultural studies se observa, a través de la lectura
de los readers sucesivos, también en el proceso de anexión de nuevos autores y terrenos (23), cada vez más visible y a
menudo excesivo. Aunque no se dé a tales referencias el estatuto de un análisis definitivo de contenido, la comparación de
algunas obras introductorias destinadas a los estudiantes (Collins, Curran e.a. (Eds), 1986; During, 1993; Polity, 1994) resulta
bastante esclarecedora al respecto. La lista de autores de referencia bastante indiscutibles, por pertenecer a una suerte de
herencia reivindicada por todos, resulta finalmente bastante corta (Barthes, Hall, Hebdige, Williams), ya que la inclusión en la
tradición del legado de la economía política de las comunicaciones no es, ni de lejos, compartida por todos. Al mismo tiempo,
se observa muy claramente, en especial en During, un doble proceso de adjunción. Se trata, por una parte, de incorporar a
una supuesta tradición de los Cultural studies, a autores que, en la práctica, tienen poco que ver con ella (Bourdieu, Foucault,
los postmodernos), y en una dirección distinta, el proceso acumulativo incorpora a la corriente un porcentaje, en una
progresión exponencial, de investigadores que se dedican a los medios de comunicación social, los gender studies, la
geografía humana, la etnicidad, los ocios y el consumo. Se puede leer en filigrana, en tal dispersión de temas, el papel
importante que desempeñó la identidad en el desplazamiento de las problemáticas. Cuando las identidades sociales
"clasistas" se disuelven o están consideradas por los investigadores como menos pertinentes, se está obligado a buscar otros
principios de construcción de identidad, de matrices subculturales, en la raza, el género (gender), la relación con los medios
de comunicación social y con el consumo (During, 1993, Prefacio).
El estallido
Es posible apreciar inmediatamente los resultados de esta tensión entre pérdidas de anclajes sociales e institucionalización
académica en la propia naturaleza de los productos científicos que reivindican la marca de fábrica Cultural studies. Como
observó, con razón, Morley (1992), una parte de los trabajos británicos resulta realmente "inexportable", ya que para su
comprensión hay que estar familiarizado con la sociedad británica. ¿Cómo entender el análisis de Nationwide cuando no se
ha visto nunca este programa en la televisión? Por lo que son los textos más teóricos y, a veces, más teoricistas, los que
soportan mejor el viaje e impulsan una producción de metateoría, a la que no estorba la falta de apoyo en algún terreno. Uno
de los rasgos menos seductores del rumbo actual de los Cultural studies consiste sin duda, con la excepción de los estudios
de la recepción, en esta propensión hacia el teoricisimo, en la tendencia a la glosa, ya no de las obras de Marx, sino las de
Baudrillard o Habermas. El fenómeno ha adquirido tanta amplitud que el lector de las revistas y las innumerables obras que,
como consecuencia del flujo editorial, llegan hasta su biblioteca, puede preguntarse, y con razón, como lo hizo Blundell
(1993), si el consumo, más grato, de las novelas de Kureishi (1990, 1995) o los filmes de Frears ne le serían de mayor
provecho respecto de los temas de "multiculturalismo", "identidades", "estilos de vida", etc.
Asimismo, cabe sospechar, como hacen Murdock (1995) y Chaney (1994, 25), que la fascinación creciente por los signos, los
simulacros o las representaciones, que se refleja en una parte importante de la producción (Lash & Urry, 1994), está de algún
modo relacionada con la situación social de una comunidad universitaria que no tiene acceso a los mecanismos de toma de
decisión y está condenada, por un mecanismo de cámara oscura, a una sombría fascinación por lo simbólico, además de
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estar más interesada por la extensión de su curriculum académico que por la observación, dudosa y lenta, de la
recomposición de las fuerzas sociales.
Estas evoluciones en su conjunto han provocado, en la década de los noventa, la fragmentación de los Cultural studies, un
proceso multiforme de disolución centrado en nuevos temas y en paradigmas reciclados, lo que convierte cualquier intento de
cartografía en una empresa muy arriesgada, como si, al estar en todas partes, los Cultural studies corriesen el riesgo de no
estar en ninguna. No obstante, sugerimos, a modo de referencias provisionales, una triple polaridad, que, sin excluir la
posibilidad de superposiciones, puede ayudar a circunscribir la disolución-recomposición del ámbito.
Para una parte de los investigadores, la dinámica de los Cultural studies volvió a centrarse en una sociología de los medios de
comunicación social, pero concebida de un modo más amplio, sin que resulte siempre fácil entender cuál era la que absorbía
y cuál quedaba absorbida. Media, Culture and Society constituye una ilustración de esta opción, que tiene también como
objetivo la articulación de la dimensión económica con los terrenos de la recepción y los medios de comunicación social. Una
segunda dinámica, que reivindica de un modo más ruidoso una vocación teórica, trata de vincular muchos legados de los
Cultural studies de los años setenta con los requerimientos de destacados modelos teóricos que tienen un origen tanto
sociológico (Elias, Bourdieu) como filosófico (Habermas, Gadamer). Creada en 1983, la revista Theory, Culture and Society es
la abanderada de esta orientación, en la que se codean, aunque no siempre mezclándose, la voluntad de producir una
metateoría cultural (su lema podría ser: "¡Si eres más postmoderno que yo, mueres!) e intentos por reorientar problemáticas
más antiguas hacia objetos inéditos: consumo, turismo, vídeo.
Una tercera opción, identificable en los recientes estudios de David Chaney (1994) y también, pese a las diferencias, en los de
Hall (1996), se enfrenta, de una forma especialmente explícita, con la interrogación relativa al agotamiento de los Cultural
studies. La hipótesis subyacente es la de un cambio de estatuto del terreno cultural en el capitalismo contemporáneo. Hall
subraya que la cultura dejó de ser el equivalente del glaseado o la guinda en un pastel y que está incorporada ahora, a través
de la publicidad, el marketing y las exigencias del estilo de vida, en el tejido social y mercantil. En cuanto a Chaney, resalta
que la cultura no puede ser considerada por mucho más tiempo como lo que confiere sentido a la experiencia, sino como el
propio contenido de la experiencia social, como un ingrediente de la propia sustancia social, de la que el diseño, con su
opción por el embellecimiento de la cotidianeidad, constituye una metáfora oportuna. Estos análisis estimulantes pueden
designar una línea de cresta sobre la cual podrían caminar unos Cultural studies que tomasen nota de una forma de
"inmersión" de todas las prácticas sociales en la cultura, lo que vuelve a poner en tela de juicio la gran división entre los
terrenos económico y cultural ... y exige, de modo correlativo, la invención de nuevas modalidades de estudios
interdisciplinarios y la nueva integración de la dimensión económica en la manera de pensar la cultura.
Una apuesta clave: la globalización
En el juego de la paradojas que marcan la evolución reciente de los Cultural studies, la cuestion de la globalización adquiere
una dimensión estratégica. A través del planteamiento de la internacionalización de los medios de comunicación social y las
formas de cultura masiva, la corriente extendió su imperio hasta los confines del mundo, con lo que perdió sus raíces y, en
opinión de muchos, su alma. ¿Una paradoja? Sí, ya que en los momentos más álgidos de los debates políticos ocurridos en
las décadas anteriores, no se escuchó lo que decía al respecto.
En este cruce de fronteras surgió un nuevo lugar de reunión, el de la "globalización", una noción que se encuentra hasta la
saciedad en los más diversos autores y cuyos usos y difusión se hacen tan laxos que se convierte en un nuevo "puente de los
asnos". Por lo demás, la literatura británica ironiza a veces al respecto, utilizando el término globaloney –un posible
equivalente sería "globalerías"– para referirse a la degeneración de este debate fundamental en un tópico presente en
cualquier discurso vanguardista. Global y globalización se han convertido en palabras fetiches, cuya semántica se aceptó sin
beneficio de inventario previo y que desempeña el papel de lugar donde no se encuentra sino lo que uno mismo ha aportado.
Lo que resulta sospechoso es la ausencia de cuestionamiento acerca del origen de aquellos términos anglosajones (ya que
fueron traspuestos, sin más, a las lenguas latinas). Habría que preguntarse, por ejemplo, cómo, cuando antes eran el feudo
de los estrategas militares, pasaron, en el transcurso de los años ochenta, al lenguaje de la geo-finanza y el geo-marketing,
en donde designaban una concepción cibernética del proyecto de nuevo orden mundial, y cómo, y sobre todo por qué, al final
de su trayecto, encallaron en las ciencias de la cultura. Lo que es el colmo en un enfoque que se dice firmemente contrario a
los partidarios de visiones economicistas (Mattelart, 1992, 1996). La inconsciencia llegó hasta tal extremo que los Cultural
studies se apoderaron simultáneamente, sin tomar mayores precauciones epistemológicas, de otro término, que provenía
directamente de las teorías japonesas de la gestión de empresa postfordista, el de glocalisation, para referirse a la necesaria
articulación de lo local con lo global, término constantemente repetido, como si fuera un estribillo, en los análisis de los
productos de la "cultura global". ¿Cómo no estremecerse ante el empleo reiterado de tal noción de "glocalisation", utilizada a
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tontas y a locas, para referirse al proceso que viene a complementar el de la globalización, el de la "fragmentación" cultural,
cuando se sabe que, en su origen, fue utilizada por los especialistas del marketing para denominar la "segmentación" de los
objetivos o la repartición, en grandes segmentos transfronterizos, de los consumidores que compartían los mismos estilos
sociales (Mattelart, 1989; Neveu, 1990). Existen transferencias que resultan muy elocuentes respecto de los nuevos tipos de
connivencia conceptual entre las lógicas mercantiles y el mundo académico.
Se nos suelta que la "globalización" es un hecho, una fatalidad. No hay ningún distanciamiento respecto de esta pesada
tendencia de las economías. Las descripciones del nuevo panorama global bien pueden valerse de un léxico foucaldiano, con
el que hoy se describe el poder como "disperso, difuso, volátil, complejo, interactivo". Siguen siendo vagas e imprecisas, ni
verdaderas ni tampoco falsas. Esta indefinición también debe achacarse al carácter muy selectivo de los conocimientos y las
problemáticas que movilizan a los Cultural studies en su expansión. Se diga lo que se diga, la integración en ellos de la
dimensión económica sigue siendo muy superficial. Tampoco destacan por su incorporación de la historia. Se llega, como
máximo, a afirmar que existe una diferencia entre globalización e internacionalización. Pocas veces se llega a una mayor
matización. En esta tendencia actual, la relación con el terreno real, en los casos en que ha sobrevivido, se encoje demasiado
a menudo hasta la dimensión del espacio familiar o la galería comercial (Shields, 1992), lugares de recepción de programas o
de consumo de mercancías. Ante el reto de un mundo cuya complejidad no se reduce a un lema cómodo, los Cultural studies
han jugado, y abusado, con una inflación de metadiscursos, a expensas de la búsqueda de una teoría capaz de explicar dicha
complejidad. Se recordará, como antes lo hizo Elias, que sólo merecen la etiqueta de teoría las construcciones conceptuales
gracias a las cuales se pueden resolver problemas y renovar la inteligibilidad de los objetos. Por otro lado, la sofisticación
conceptual oculta un pensamiento impregnado por los conformismos y que se siente incómodo ante la complejidad de las
nuevas relaciones de fuerza interculturales, en una situación de generalización de los sistemas técnico y productivo. De ahí a
pensar que su tratamiento resulta imposible sólo hay un paso, el que dieron, explícita o implícitamente, muchas
investigaciones etnográficas centradas en la recepción de productos globales. Resulta significativo el que Dallas, o algún otro
estandarte de la cultura global, haya sido utilizado como caballo de Troya para convencernos de la caducidad de la idea de
hegemonía en el análisis de las relaciones entre culturas.
La matización de esta crítica resulta necesaria. Las nuevas reflexiones sobre los públicos que, por supuesto, no se limitan a
las que criticamos aquí y que quedan insertadas dentro de un movimiento espistemológico más general de "vuelta al sujeto",
constituyen un hecho muy positivo. Van en contra de las teorías deterministas que, durante las décadas de los sesenta y los
setenta, insistieron demasiado en la influencia de las estructuras en las conductas de los usuarios de los medios de
comunicación social y en su efecto alienante sobre un consumidor demasiado a menudo considerado como un mero
receptáculo. Pero esta vuelta a un "individuo activo" tampoco está exenta de ambigüedad y se presta a desviaciones cuando,
al centrarse de un modo unilateral en la libertad del individuo-consumidor de descodificar los programas u otros productos
culturales, permite librarse fácilmente de las preguntas planteadas por la profunda desigualdad que sigue caracterizando las
condiciones del intercambio en el mercado de flujos. Esto tiene como resultado una infravaloración de las determinaciones
sociales y económicas, del peso de las grandes estrategias industriales y financieras, así como de las apuestas geopolíticas
de la producción industrial en el terreno cultural y en el de la comunicación. Se está tan obsesionado por las "lecturas
negociadas" y la libertad individual en materia de determinación del sentido de los mensajes que se olvida totalmente el tipo
de sociedad en la que vive el receptor, el margen de maniobra dejado efectivamente a los usuarios, entre la autonomía
individual y la coerción, por el orden social y productivo. Se legitima así la representación de una sociedad cuya transparencia
es el resultado de la comunicación técnica, y simultáneamente, se deslegitima cualquier posición que continúe considerando
necesario que, a la autoregulación mediante las lógicas del mercado, le hagan contrapeso políticas públicas, que toman en
cuenta tanto la acción de la socieda civil organizada como el papel que desempeñan los poderes públicos como
representantes del interés común. En este contexto surgió la ideología neopopulista de la "global democratic marketplace",
clave de la legimitación del libre comercio y cuya argumentación no necesita recurrir a malabarismos vagamente teóricos para
ser aceptada por las grandes instancias internacionales, en las que se acuerda la forma del futuro dispositivo de la
comunicación: "Dejen actuar a la libre competencia en el libre mercado entre individuos con libertad para escoger; al igual
que, en la soledad de la cabina, los electores tienen la libertad de votar a favor de uno de los candidatos, los espectadores
deben disfrutar de semejante libertad cuando se trata de seleccionar el programa individual o familiar."
¿Puede quedar reducida la libertad del telespectador a la de descifrar los productos de una industria que ocupa una posición
hegemónica en el mercado? ¿No habría que concebirla también como la libertad de ver y entender los productos de culturas
no hegemónicas, empezando por la propia? Esto hace que la rehabilitación teórica unilateral del "receptor" desemboque
directamente en una naturalizacion de la subordinación cultural de determinados pueblos y culturas, lo que, hasta los años
setenta, en los que políticamente se cobró conciencia de las grandes desigualdades sociales en el planeta, se denominaba
"imperialismo cultural".
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La figura del individuo-público libre, que corre parejas con la vuelta vigorosa de las distintas formas de empirismo, equivale a
una confesión de impotencia, una racionalización de la derrota y el abandono de cualquier reflexión sobre el socius. Cuando
se reduce la "actividad" de los espectadores a la del mero consumo de productos en cuya elaboración no tuvieron nada que
ver, se renuncia a plantear una pregunta central para la definición de la relación entre, por una parte, la ciudadanía y la
democracia, y por otra, los medios de comunicación social, o, de un modo más amplio, todos los dispositivos de comunicación
e información, pregunta que, desde la teoría de la radio de Bertolt Brecht, preocupó a numerosas generaciones de críticos:
¿cómo puede efectuarse la apropriación colectiva de las redes y medios de producción de la cultura y la comunicación?
Todo esto resulta muy coherente con la "cultura de la retirada" del consumidor, tan apreciada por el ideólogo del
neoliberalismo, Milton Friedman, para quien ésta constituye la única modalidad posible de resistencia metabólica a las leyes
naturales de un mercado competitivo. Dicha "cultura de la retirada" expulsa del campo de las posibilidades a otra forma de
resistencia, que consiste en "tomar la palabra" (Hirschman, 1970).
Los más de diez años de evolución posibilitan también la comprensión de una de las paradojas, a largo plazo, del "giro
etnográfico". Concebido para que ciertos modelos teóricos puedan resultar operativos y para dar los apoyos empíricos que
faltaban a los Cultural studies, este "giro" parece a veces provocar sorprendentes vueltas completas de dirección, las cuales
desembocan en un acercamiento entre los partidarios del nuevo cauce de los Cultural studies y los investigadores más
próximos al mainstream, y parecen una reinvención de los buenos y viejos estudios de "usos y gratificaciones". Determinados
intercambios de posición, que se pueden observar en las citas y las reseñas de obras, ofrecen el espectáculo de una
sorprendente contradanza, en la que investigadores "empiristas", a menudo considerados, por los partidarios de los Cultural
studies, como las grises encarnaciones de un academicismo conservador, rinden homenaje a investigadores críticos, por fin
atentos a los hechos, mientras los hijos emancipados de la vanguardia descubren las virtudes desconocidas de los antiguos
clásicos. Todo esto guarda a veces algún parecido con los equivalentes funcionales del vodevil, en el small world (Lodge,
1984) de las ciencias de la comunicación.
La espiral de las incertidumbres
En efecto, lo que caracteriza el inicio de los años ochenta, tanto en el caso de firmes "militantes" de los Cultural studies, como
Morley, como en el de los jóvenes "principiantes", como Ang, es una suerte de vértigo de la revisión crítica y el tambaleo de
las ortodoxias, lo que lleva a investigadores con abundantes referencias críticas o con un bagaje marxista a descubrir las
virtudes del sector privado de producción de programas y las ventajas de las redes comerciales. Morley (1992) hará un
análisis retrospectivo, en el que la lucidez autocrítica se mezcla con el alegato pro domo suo, de los extraños reencuentros
que, a veces, parecen propiciar estas evoluciones (24) y de los patinazos que se produjeron en el momento del "giro". Su
alegato crítico se centra fundamentalmente en la reivindicación de una doble superación. Más transparente con el paso del
tiempo, el desafío del giro que se dio en la década de los ochenta habría consistido en una ruptura con las aporías de los
Cultural studies anteriores: mediante el recurso a herramientas sociológicas más rigurosas, mediante la opción estratégica por
la verificación empírica de los modelos teóricos de análisis de la recepción, y también, mediante el cuestionamiento de una
visión a veces mitificada de las "resistencias", que pudo ser provocada por una lectura demasiado optimista de Michel de
Certeau. De un modo paralelo, este momento de superación supuso una rehabilitación crítica de parte del legado empirista, al
resaltar, por ejemplo, en qué los trabajos de Katz, Klapper, Lazarsfeld o Merton permitieron oponerse a las visiones más
simplistas del poder de los medios de comunicación social, que estaban vinculadas con el modelo de la "inyección
hipodérmica", al restituir a las investigaciones del tipo "usos y gratificaciones" su componente innovador, que consistió en
desviar la atención hacia un receptor activo.
Morley subrayará también hasta qué punto este empirismo revisitado no puede ser totalmente rehabilitado cuando rehúsa
establecer una distinción entre el consumo cuasi obligado del ocio televisivo por agentes dominados y la selección de un
programa; cuando la atención prestada a la autonomía de los receptores deriva hacia una apología ingenua, en la que la
capacidad de los telespectadores a recodificar o a pescar furtivamente en el flujo audiovisual invalida cualquier interrogación
sobre los contenidos o la apreciación de los programas; y cuando la renovación en los estudios de recepción (Liebes & Katz,
1993) versa sobre los "códigos culturales", sin que se trate de explicar su génesis ni su modus operandi.
Incluso, en sus titubeos y contradicciones constituye esta mirada retrospectiva de Morley un testimonio importante. Da cuenta
de una investigación "en movimiento", la cual pocas veces tiene la coherencia de las exposiciones destinadas a los manuales.
¿Significa esto que hay que aceptarla sin reserva de inventario? ¿Cómo no rechistar cuando se observa la extraña asimetría
de una doble superación en la que, por una parte, se rehabilita con mucha generosidad lo mejor del empirismo, por su
capacidad para renovar las problemáticas de los Cultural studies, pero por otra, se muestra poco celo en la explicitación y
utilización de lo que constituiría la parte positiva de la herencia crítica? Aunque la reflexión retrospectiva sobre los legados de
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los "usos y gratificaciones" no constituye, en sí, una empresa censurable o inútil, tampoco hay que ocultar los presupuestos
epistemológicos de aquellos trabajos, que fueron puestos de relieve antes por Beaud (1984): psicologismo; atribución a los
agentes sociales de una capacidad a dar cuenta de sus prácticas, que convierte a cada uno de ellos en sociólogos en tiempo
real; insistencia a menudo excesiva en los "poderes" de los receptores.
Finalmente, existen bastantes sólidos motivos para sospechar que algunos acercamientos hacia la antigua vulgata empirista
no se explican únicamente por el abandono de los sectarismos o por la efervescencia creadora del "giro" de la década de los
ochenta. Katz, mascarón de proa del funcionalismo y autor de un conocido trabajo sobre la recepción de Dallas, escribe en
1990, a propósito de la "vuelta de los públicos": "La noción de participación, o el papel desempeñado por el espectador, en la
medida misma en que abunda en la idea de una selección por parte del público, se convierte en un importante punto de
convergencia entre neomarxistas, funcionalistas y teóricos del texto. Los neomarxistas aceptan contrastar sus propias lecturas
de textos (análisis cualitativos de contenido) con el estudio empírico de las lecturas efectuadas por los espectadores. La idea
de la posibilidad de que un texto sea recibido por sus destinatarios bajo una modalidad de la oposición, con lo que se rompe
con sus pretensiones hegemónicas, significa una apertura de la teoría crítica a la posibilidad de que el statu quo sea
vulnerable (Hall, Morley, Fejes)" (Katz, 1990, 282-283). Morley (1991) no se quedará deudor en este cruce de
reconocimientos. Al reseñar The Export of Meaning (Katz & Liebes, 1990), emite un juicio benévolo sobre la obra –cuya
importancia es indiscutible–. Lo que resulta más sorprendente es que no sólo justifica esta apreciación por las aportaciones en
el terreno de la recepción, sino también por las supuestas contribuciones de Katz y Liebes a la desmitificación de las teorías
sobre el imperialismo cultural, y esto cuando la noción que ellos dan de esta visión es discutible, ya que la caricaturizan bajo
la forma simplista de "un mensaje hegemónico (que) el analista percibe en el texto y que se transmite a las mentes indefensas
de los telespectadores en todo el mundo" (p. 4). En un artículo posterior, aunque se desmarque de los enfoques "populistas",
Morley (1993, p. 14) vuelve a fundamentar su argumentación en sus trabajos, los de Ang, Radway, Katz y Liebes, unidos en
una discutible coherencia contra una "tesis simplona de la ideología dominante". No parece discutible el que, en la década de
los setenta, pudieron darse visiones simplonas del imperialismo cultural y la ideología dominante. Pero, ¿puede darse por
zanjado el debate por haber triunfado sin peligro sobre las interpelaciones más pobres? ¿Por haberse valido de una retórica
de medias tintas, equidistante del populismo de Fiske (ver Seaman, 1992) y los planteamientos apocalípticos de la
"dominación"?
Si el interés por la recepción llegó realmente a constituir un importante punto de ruptura con el dogmatismo del período
estructuralista, condujo también al ocultamiento de preguntas importantes y suscitó un tipo de confusión, que adquirió los
rasgos de la recepcionitis, con la que se acható todas las problemáticas interesantes relacionadas con los medios de
comunicación social renovando los lazos con el viejo mediacentrismo. No se devalúa la fuerza renovadora de los trabajos de
Morley o Ang (aunque también de Katz y Liebes) cuando se señala que sus contribuciones no descalificaron ni agotaron las
problemáticas acerca de las relaciones de fuerza internacionales en materia de productos culturales, como tampoco las
relacionadas con la génesis de los instrumentos de "descodificación". Cabe también preguntarse si una forma de repetición, o
a veces de relajación, en los estudios sobre la recepción no significa lo que, en el léxico de Kuhn, se correspondería con un
agotamiento precoz del "paradigma" y con la necesidad de volver a invertir en interrogantes que se abandonaron demasiado
rápido. Por culpa de esta falta de rigor teorías, como las que algunos francotiradores, entre los que se cuenta Michel de
Certeau, elaboraron sobre los usos subversivos de los medios de comunicación social o la cultura masiva, llegaron a ser
desviadas, sin que nadie se indigne, por el "marketing de la apropiación" (sic) que empezaron a formular las grandes redes
globales de la publicidad , que se interesa por el consumidor ahora "inasequible". Y esto sin mencionar los usos aberrantes
que se llega a hacer del mismo autor en las propias universidades.
A veces los Cultural studies y el neofuncionalismo están obligados simplemente a aliarse, para enfrentarse al enemigo común:
aquellos que, pese a todo, siguen planteando la interpenetración de las culturas, las economías y las sociedades, desde el
reconocimiento del intercambio desigual entre dichas culturas y las lógicas de exclusión inherentes al proceso de integración
geo-tecno-económico mundial. Por lo demás, no es posible que la polémica deseada se produzca. Ya que para evitarla,
conviene recordarlo, tanto los unos como los otros se amparan en simplificaciones extremas. Se remacha la idea,
evidentemente falsa, de que los que siguen concibiendo la "globalización" de acuerdo con dichas lógicas de exclusión se
adhieren a las antiguas teorías apocalípticas y a las concepciones monolíticas del poder y la potencia que les estaban
asociadas. Por desgracia, pululan las tipos de estudios que caricaturizan la historia de las investigaciones sobre los procesos
de integración mundial, valiéndose para ello del nuevo contexto global, y consideran que la aportación de la economía política
de los medios de comunicación social y la cultura se detuvo en los años setenta, con lo que pueden congelarla y, por lo tanto,
desvalorizarla. ¿Cómo puede creerse, por ejemplo, en la seriedad epistemológica de autores que, como los británicos John B.
Thompson o John Tomlinson, para mejor asentar su visión de una globalización que coincide con una postmodernidad
disolvente, escogen, como defensores de la opinión contraria, estudios de Herbert Schiller sobre el "imperialismo cultural",
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publicados respectivamente ... en 1969 y 1976! ¿Pasan sencillamente por alto las importantes revisiones, los desarrollos en el
análisis de las estrategias comerciales referidas a la cultura, elaborados posteriormente, en una media docena de obras
publicadas después de esta fecha, por el docente de la Universidad de California (Thompson, 1995; Tomlinson, 1991; Schiller,
1996)! ¡Existen prácticas que rozan la deshonestidad intelectual y que están más en conformidad con las normas de la
competencia salvaje en el mercado libre que con las del trabajo de confrontación intelectual!
Semejante black-out resulta tanto más inaceptable cuando, a partir del final de la década de los setenta, se multiplicaron los
balances teóricos acerca de las formas de abordar las articulaciones local/nacional/transnacional y cuando están disponibles
en lengua inglesa (25) muchos análisis críticos, respecto tanto de los con-ceptos forjados en los años setenta, como de las
evoluciones en los paradigmas de la economía política y la geografía que analizan el "capitalismo mundial integrado" (Mosco,
1996; Roach, 1997). ¿Hay que recordar que los primeros interrogantes acerca de la noción de imperialismo cultural (y la
famosa teoría de la dependencia que salió de ella) no fueron formulados por los Cultural studies, sino que resultaron de una
dinámica autocrítica por parte de los que la utilizaban para entender las dinámicas de tipo mundial, en los tiempos de las
movilizaciones contra la guerra de Vietnam, los golpes de Estado y las dictaduras militares? Hay un análisis como éste que se
remonta al año 1983: "La noción de imperialismo cultural y su corolario, la "dependencia", ya no bastan hoy. Desde un punto
de vista histórico, ambas nociones constituyeron una etapa fundamental en la toma de conciencia de los fenómenos y
procesos de dominación cultural. Gracias a dicha conciencia se construyó, poco a poco, un campo político y científico, en el
que se mezclaban estrechamente la subjetividad unida a los combates cotidianos y los intentos de formalización de un campo
de observación. Sin el peso de la experiencia realmente vivida resulta imposible entender, no sólo las vacilaciones y los
enfoques aproximados, sino también las certidumbres conceptuales que tienen su origen en diversos sectores geográficos y
sociales. Por lo demás, algún día habría que estudiar con más detenimiento la génesis de los sistemas de comunicación y la
historia de los conceptos que los constituyeron en un terreno privilegiado de investigación. Esta inscripción en la historia es la
única que hace posible tanto el descubrimiento de las continuidades como también de las rupturas que dieron origen a nuevos
planteamientos y herramientas, articulados sobre los movimientos de la realidad" (Mattelart, Mattelart & Delcourt, 1983, 48).
Este trabajo de revisión crítica es el que llevará a la economía política a superar los límites de su reclusión disciplinaria y a
incorporar tanto el enfoque antropológico como la profundidad histórica, para conferir un mayor rigor epistemológico al término
trampa de "globalización". Las nociones de usos sociales y mediaciones simbólicas van a impregnar, poco a poco, el campo
de los análisis referidos a las modalidades de implantación de las técnicas de comunicación e información, que se tendían a
examinar, como consecuencia de los enfrentamientos entre bloques, con la lupa del dualismo. La toma en cuenta de las
subjetividades, de una intersubjetividad restituida en las mediaciones sociales que la estructuran también han penetrado en
muchos estudios, en los que se manifiesta el deseo de reconciliar las viejas dicotomías individual/colectivo y micro/macro. La
economía política, tal como la concibió Garnham en su artículo-programa de 1979, perdió sin duda parte de su especificidad,
pero el análisis de los procesos ha mejorado, ya que son más finos e inteligibles políticamente.
A modo de conclusión provisional: entre la última moda teórica y la reinvención de los fundamentales
¡Todo es cultura! Uno de los méritos de los Cultural studies consistió en recordar el peso de dicha dimensión en los años
sesenta, período durante el cual el "todo es política" servía de guía rudimentaria para orientarse en las ideologías del cambio
social. Si, en la edad de oro de los Cultural studies, semejante reivindicación del enfoque cultural todavía podía ser privativa
de una visión crítica de la sociedad, la situación ha cambiado en este final de siglo que huele a Restauración. Los actores que
se interesan ahora por las dimensiones culturales son tan distintos que el aspecto de resistencia frente a un orden social
determinado ha sido relegado a un nivel subalterno. Se impuso, poco a poco, una noción de cultura instrumental y funcional,
ante la necesidad de regulación social del nuevo orden mundial, bajo el peso de los nuevos imperativos de gestión simbólica
de los ciudadanos y consumidores por los Estados y las grandes unidades económicas. Esta permanente interpenetración
entre significados hace que sea profundamente ambiguo cualquier enfoque de la o las culturas. Hay que ser cínico o angelical
para desconocer, en el día de hoy, la ambigüedad fundamental de los Cultural studies. Su radicalismo de principio –que, a
veces, coquetea con un radicalismo elegante– no impide su utilización por publicitarios, empresarios o administraciones en
busca de herramientas de dominación social que les sirvan para la conquista de nuevos mercados y públicos o la puesta en
práctica eficaz de políticas públicas y mecanismos de control social.
Merece la pena tomarse en serio la imagen del cultural turn propuesta por Chaney, ya que se trata de algo más que una
propuesta de moda efímera. Implica que las ciencias sociales en una confrontación con la cultura que les concierna a todas,
reivindican como asunto principal su dimensión crítica, no se limitan a pujar en subasta sobre sus objetos y los discursos en
boga, sino que contribuyen efectivamente a poner a disposición de los agentes sociales, comenzando por los que están en
desventaja en las relaciones de fuerza, herramientas para entender el mundo social, e incluso –de acuerdo con una famosa
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onceava tesis– herramientas para cambiarlo, en vez de utilizarlo como objeto de glosas. Para luchar contra el peligro del
cultural engineering, se necesitan un remozamiento de la reflexión crítica y nuevas articulaciones disciplinarias, con el fin de
volver al momento crítico, a la capacidad abrasiva, incluso si semejante "giro" no garantiza las candilejas de las teorías in.
He aquí, para concluir, dos votos no necesariamente piadosos.
Se deseará, primero, que los investigadores sepan reanudar los lazos con el espíritu empresarial que más merece ser
ejercido dentro del Alma Mater, el de una crítica de todos los academicismos. Al marcar las distancias con la estatua del
comendador Leavis, Williams, Thompson o Hoggart aceptaron el desafío de la ruptura y los riesgos intelectuales que corrían
dentro y contra la institución académica. Aunque la cultura de la herejía no constituye ninguna garantía de fecundidad
científica, los peligros del academicismo elegante, sus connivencias cada vez menos secretas con los insípidos productos
congelados del funcionalismo y del viejo empirismo son ahora suficientemente visibles como para invitar a la reacción.
La renovación de los Cultural studies también avanzaría más si se interrogase sobre los desplazamientos de las fronteras
disciplinarias, que requieren tanto la evolución del mundo como la de los territorios universitarios. Sin nuevas modalidades
interdisciplinarias, los Cultural studies, una vez institucionalizados, respetables y reducidos a una forma de vanguardismo en
la crítica literaria, corren el riesgo de encerrarse en el proyecto megalómano de una ciencia de la cultura que fuese
considerada como la ciencia social por antonomasia, como la ciencia-reina. Ya se sabe lo que ocurríó en Francia con un
proyecto imperial semejante, impulsado sin demasiada modestia por quienes se agrupaban alrededor de Tel Quel y de la
semiología estructuralista de los años sesenta. Después de haber dejado entrever algunas grandes promesas (26), la ciencia
real que se anunció de esta forma acabó por dejar huellas tan duraderas como las de los castillos de arena. Determinados
trabajos anglosajones minoritarios dejan entrever en qué podría consistir este redescubrimiento de una guerra del movimiento
intelectual, que fuese capaz de romper los encierros y los conformismos que amenazan la disciplina. Así, trabajos recientes,
como los de David Morley y Kevin Robins (27), han emprendido la tarea de articular de un modo distinto los Cultural studies y
la economía política de las comunicaciones, con la adjunción de los conocimientos de una cierta geografía cultural. Esta
interdisciplinariedad es también la que interesa a Derek Gregory, al proponer una historia de las Geographical Imaginations
(28). Con la búsqueda de conexiones con la ciencia política y con la sociología de la educación y la familia se podrían abrir
perspectivas renovadas, ampliadas hasta tomar en cuenta los procesos de poder (bajo una versión diferente de la de su
restricción-disolución en imperceptibles "micro-poderes") y hacia una reflexión sobre las modalidades contemporáneas de
socialización, en unas condiciones de crisis de la institución escolar y de recomposición de las estructuras familiares.
El peso de la dimensión simbólica en los procesos de dominación social (29) abre a los Cultural studies un inmenso y
estimulante campo de trabajo. Su contribución será tanto más fecunda en la medida en que logren reanudar con una voluntad
crítica arragaida en importantes desafíos sociales, y renueven la imaginación interdisciplinaria, que fue la causa de su
productividad. Esto implica, por supuesto, que se acabe con desviaciones que producen a veces la sensación de que Saatchi
and Saatchi (30) sustituyeron a Gramsci en el rango de las figuras fascinantes.
Anexo
Stuart Hall (1932-)
De origen jamaicano, Stuart Hall proviene de una familia que definió como middle-class. Se marcha de Jamaica en 1951 para
proseguir sus estudios en Inglaterra. En Oxford, se relaciona tanto con los militantes nacionalistas de las naciones
colonizadas como con la gente de la izquierda marxista, aunque no se afilia al Partido Comunista.
A partir de 1957, Hall desempeñará, junto con Charles Taylor, un papel protagonista en los inicios de la Universities and Left
Review. En la misma época, acepta un empleo de docente en una escuela secundaria de Brixton, en la que los alumnos
provienen de medios populares. Desarrolla un proyecto pedagógico con el que intenta tomar en cuenta la realidad de sus
costumbres culturales. Se establece entonces definitivamente en Gran Bretaña. Hasta 1961, Hall dedica la mayor parte de sus
fuerzas a la revista y a estructuras de la "nueva izquierda". Empieza luego a dar clases de comunicación social y cine en el
Chelsea College de la Universidad de Londres. Publica en 1964, con Paddy, su primer libro, The Popular Arts, el cual versa,
entre otras cosas, sobre el jazz. En el mismo año, Hoggart le pide que funde con él el centro de Birmingham, cuya dirección
asumirá cuatro años más tarde. Además de una ingente actividad como empresario científico e intelectual en Birmingham y en
las revistas político-intelectuales –la más reciente es Sounding, a cuyo lanzamiento contribuye en 1995–, la obra de Hall se
presenta primero bajo la forma de una muy abundante producción de artículos. Una parte significativa de la producción
científica de Hall se presenta bajo la forma de un estudio sobre los conceptos, en especial, aunque no exclusivamente, una
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reflexión sobre la posible productividad de las herencias conceptuales del marxismo. No resulta fácil el disociar los textos más
directamente políticos de Hall de un supuesto componente meramente científico en su trabajo.
Stuart Hall forma parte, desde 1979, de la Open University, la estructura de formación permanente en el sistema universitario
británico, la cual utiliza en una gran medida los medios audiovisuales para la enseñanza. Desempeñó, en la década de los
ochenta, un papel muy importante en la revista Marxism Today.
Richard Hoggart (1918-)
Cualquier esbozo biográfico de Hoggart no puede sino remitir a La culture du pauvre, por ser una descripción del mundo
obrero en el cual transcurrió su infancia. Al final de la II Guerra Mundial, en la cual, tras haber sido movilizado, participa en la
campaña de Italia, Hoggart entra en el mundo de la docencia. Primero es profesor en un departamento periférico de la
Universidad de Hull y trabaja durante cinco años en las estructuras de formación para adultos del medio obrero (WEA). Muy
influido por Leavis y la revista Scrutiny, acaba sin embargo por distanciarse de ellos, en especial bajo la influencia intelectual
de Orwell, y por dedicarse de un modo más comprensivo y sin condescendencia a las culturas populares. Hoggart se convirtió
en el autor de Cultural studies más conocido en Francia. Sin embargo, su producción científica se extiende más allá de estas
obras, ya que escribió muchos artículos sobre las culturas populares y sus evoluciones, así como sobre la educación en Gran
Bretaña (Speaking to Each Other, dos tomos, 1970; Life and Time, dos tomos, Chatto, 1988, 1990).
Entre los Founding fathers, Hoggart es el único que no tuvo un trato intelectual privilegiado con el marxismo histórico o
político. Sus compromisos políticos son más discretos, más "liberales", que los de las demás figuras de los Cultural studies.
Hoggart fundó, en 1964, el Centre for Contemporary Cultural Studies de Birmingham, en el cual no tardó a hacer entrar Stuart
Hall. Se marchó del centro a principios de los años setenta, para desempeñar, durante cinco años, el cargo de adjunto del
director general de la UNESCO en París. A la vuelta, ocupa un cargo en el Goldsmith College de Londres y da la sensación de
estar algo apartado y desvinculado de las evoluciones político-intelectuales de los Cultural studies de los años noventa.
Raymond Williams (1921-1988)
Nació en el País de Gales y su padre era ferroviario. Estudia en el Abergavenny Grammar School y en el Trinity College de
Cambridge. Participa en la II Guerra Mundial como capitán en las fuerzas anticarros blindados. Se le nombra luego tutor en la
Oxford University Delegacy for Extra-Mural Studies. Publica, en 1958, Culture and Society, 1780-1950. En 1961, se le elige
Fellow en el Jesus College de Cambridge, y luego lector de inglés. En 1974, se le nombra Profesor of Drama (había
publicado, en 1966, Modern Tragedy. Drama from Ibsen to Brecht, y en 1970, The English Novel from Dickens to Lawrence,
en el mismo centro de educación superior). Entre sus obras menos relacionadas con los estudios literarios figuran: The Long
Revolution (1965), The Country and the City (1973), Television: Technology and Cultural Forms (1974), Marxism and Literature
(1977), The Sociology of Culture (1981).
En Culture and Society, que sale un año después de la obra de Hoggart, traza la genealogía del concepto de cultura en la
sociedad industrial, desde los románticos hasta Orwell. Al explorar el inconsciente cultural vehiculado por los términos
"cultura", "masas", "muchedumbre" y "arte", Williams asienta los principios de una historia de las ideas que se confunde con
una historia del trabajo social de producción ideológica. La problemática esbozada en esta primera obra será desarrollada
luego en The Long Revolution. Su posición teórica es la que sintetizará en Marxism and Literature, reivindicando su proyecto
de construcción de un "materialismo cultural".
Dicha idea maestra se reflejó tanto en su trabajo como cronista en el Guardian, como en su interés creciente por los medios
de comunicación social en su arraige histórico, como consta en su obra Television: Technology and Cultural Form. Ya en la
década de los sesenta, en Communications (1962), tomó partido en el debate político, al proponer un control democrático
sobre los medios de comunicación social dentro de un programa socialista.
Edward P. Thompson (1924-1993)
Como muchos universitarios heréticos de su generación, Thompson perteneció a una familia marcada tanto por la religión
como por el cosmopolitismo. La vida profesional de Thompson empieza en el Yorkshire, como docente en un centro de
educación permanente para adultos (Workers Education Association). Saca de este aprendizaje en contacto con un público
obrero una sólida desconfianza hacia la historia oficial y la gran importancia que otorga tanto a la tradición oral como al
reconocimiento de la dignidad de las culturas populares. Militante del Partido Comunista, Thompson reside después de la
guerra en Yugoslavia y Bulgaria. Rompe con el Partido Comunista en 1956 y se convierte en uno de los fundadores de la New
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Left Review.
Cabe describir el trabajo como historiador de Thompson, que arrancó con un estudio sobre William Morris, el fundador de la
Socialist League. Su obra más famosa es La formation de la classe ouvrière britannique, un clásico en la historia social y en la
reflexión sobre la socio-historia de un grupo social. Sus últimos trabajos son un recopilación de estudios sobre tipos populares
de acciones de protesta, como el Charivari.
NOTAS
Así, Ien Ang (1996, p. 3) considera que la aparición de los Cultural studies se remonta sólo a mediados de los años
setenta, con lo que sencillamente borra del mapa a la generación de los fundadores.
1.
Se encontrará en Lepennies (1991) un punto de vista interesante sobre las relaciones que, en aquel entonces,
mantenían la crítica literaria con la perspectiva sociológica en el mundo universitario británico.
2.
En relacion con la corriente New Left, Hall apunta: "Surgió exactamente en el período de los años sesenta, en el que se
producía una evolución capital en la formación de las clases. Un montón de gente estaba en transición entre las clases
tradicionales. Había gente de origen popular que estaba escolarizada, por primera vez, en colegios y art-schools, que
empezaba a tener acceso a empleos de ejecutivos, a convertirse en profesores, etc. La nueva izquierda estaba en
contacto con gente que se movía de una clase hacia otra. Muchos de nuestros clubs estaban ubicados en ciudades
nuevas, donde las personas habían recibido una mejor educación que la de sus padres posiblemente trabajadores
manuales, habían estudiado en la universidad y volvían convertidos en docentes" (en Morley & Kuan-Hsing Chen, p.
494).
3.
4. Un equivalente, en mucho mejor, del Centro Nacional de Educación a Distancia francés.
Revista de la cual no tardaron en apoderarse Perry Anderson y jóvenes intelectuales de Oxford, de un modo que los
Thompson consideraron como golpista, para imprimirle, a partir de 1963, un perfil más universitario y utilizarla para dar
a conocer investigaciones extranjeras innovadoras (por lo que respecta a todos esos episodios, ver Davies 1993,
1995).
5.
Se debería también mencionar el peso de las personalidades del mundo cultural (Doris Lessing...) que gravitan en los
círculos frecuentados por los Founding Fathers.
6.
7. Sirven de muestra los textos de Cohen y Hebdige (Ver bibliografía).
Sin embargo, cabe subrayar el paralelismo entre las fechas, puesto que, en 1964, Thompson consigue la creación, en
la universidad de Warwick, de un departamento de investigaciones sobre la historia social (labour research).
8.
Entre los mediadores teóricos que contribuyen a renovar las problemáticas marxistas de la hegemonía, en Gran
Bretaña, debe destacarse el papel que desempeña el argentino Ernesto Laclau, en la Universidad de Essex, quien
contribuye también al conocimiento de las obras de Michel Pécheux.
9.
Hay que precisar que las referencias a Becker, por actuar bajo la modalidad de la adhesión y la complicidad intelectual,
van acompañadas, en el caso de una parte de los jóvenes investigadores de Birmingham, por una suerte de afirmación
de orgullo marxista (¿o radical distinguido?) que les lleva a señalar las insuficiencias de la sociología "burguesa". Así,
en un artículo, que con el paso del tiempo resulta bastante cómico, Geoffrey Pearson y John Twohig (en Hall &
Jefferson, 1993) observan que Becker practica una suerte de imperialismo respecto de la explicación sociológica, por
insistir en la idea de aprendizaje cuando se refiere al fumador de marihuana (con ello los efectos fisicoquímicos quedan
sustituidos por la sociología; por otra parte, ya que los porros le hacen tan poco efecto, se invita a Becker a cambiar de
camello), mientras se interpreta la opción construccionista aplicada a los aspectos privados de la vida cotidiana como
un síntoma del miedo de la pequeña burguesía ante la penetración de la lógica capitalista en la vida familiar.
10.
Por lo que respecta a las influencias de los marxismos en los Cultural Studies, ver la primera parte de Morley &
Kuan-Hsing Chen (1996), especialmente el texto de Colin Sparks, "Stuart Hall, cultural studies and marxism".
11.
El relativo perfil bajo de la sociología se desprende también de la comparación, efectuada por Tuchman (1995), entre
las investigaciones sobre los medios de comunicación social en Gran Bretaña y Estados Unidos.
12.
Remitimos a los textos que versan sobre las subculturas. Pese a su riqueza, se encuentra en el de Cohen algunos
rastros de miserabilismo, cuando se refiere al desmantelamiento de la identidad obrera, que parece ser un hecho
desde el principio de la década de los setenta. Por lo que respecta a Hedbige, aunque elegante, su celebración de la
modalidad no queda exenta de connivencias populistas.
13.
14. Ver el artículo de Brigitte Le Grignou (véase bibliografía al final de este artículo).
Cabe señalar, con fines comparativos, el debate que mantiene, desde hace diez años, la comunidad de los africanistas
(los que están especializados en el África negra). Tras haber valorizado la "política desde abajo", propugnada por De
Certeau, con la que se quería insistir en la fuerza subversiva de las tácticas populares de irrisión, resistencia pasiva y
desviación carnavalesca de los ritos (ver Bayard, 1985), los africanistas acabaron por destacar hasta qué punto
15.
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prácticas, inicialmente consideradas subversivas, también podían encerrar una parte de ambigüedad y aceptación de
las relaciones de fuerza, y, a su vez, ser "recuperadas" luego por poderes capaces de invertir los estigmas asociados
con ellas (Daloz, 1996).
La entrada tardía de este último en los Readers de Cultural studies de los años noventa tampoco constituye ninguna
garantía de "buen uso". La sorprendente descripción de los "campos", llevada a cabo par Simon During en la
presentación general de la recopilación (1995, 10-11), permite darse cuenta de ello. "Para la French Theory, los
individuos viven en entornos constituidos por diversas instituciones, o, por lo que podríamos denominar, de acuerdo
con la terminología de Bourdieu, por "campos" –familia, trabajo, grupos de iguales, aparatos educativos, partidos
políticos, etc.–. Cada campo adopta una forma material particular, ya que la mayor parte está vinculada con un
espacio-tiempo determinado (el hogar privado para la vida familiar y gran parte de la recepción de los medios de
comunicación social, los días de la semana para el trabajo)"...
16.
Bourdieu invitó a Williams a presentar en la Escuela Normal Superior, en diciembre de 1976, The Country and the City,
dentro del seminario organizado por aquél sobre "Sociología de la cultura y las modalidades de dominación".
17.
18. Se encontrará un panorama útil de tales evoluciones en el libro de S. Moores (1993).
No obstante, se debe señalar que tanto la opción etnográfica como la atención prestada a las dimensiones del "género"
y la recepción en el hogar habían sido valorizadas antes por Dorothy Hobson, en su tesis A Study of Working-Class
Women at Home: Feminity, Domesticity and Maternity. Parte de ella, referida a la radio y la televisión (Housewives and
the Mass Media), ha sido publicada en Hall, Hobson, Lowe, Willis (1980). Por otra parte, en Francia y ya en 1969,
Michel Souchon había llevado a cabo un agudo estudio empírico, en el que establecía una diferencia en la recepción
de los programas de televisión (teatro, folletín) por adolescentes, según el tipo de formación, general o técnica.
19.
He aquí algunos títulos de obras publicadas bajo la dirección o la codirección de Dave Morley, que dan una idea de su
fuerte compromiso con las luchas sociales relacionadas con los medios de comunicación social: What’s This Channel
Four- An Alternative Perspective; The Republic of Letters; Working-Class Writing and Local Publishing; Here is the
Other News-Challenge to the Local Commercial Press; It Ain’t Half Racist; Mum-Fighting Racism in the Media (de P.
Cohen). Family Television de Morley será uno de los últimos títulos de la serie publicada por Comedia, a la que
absorbió Methuen, editorial que, a su vez, fue comprada por Routledge.
20.
Se aconseja al lector que quiera conocer aquellos debates que lea, en el número 2, de 1995, de la revista argentina
Causas y Azares, la reseña del 8 Encuentro de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación,
celebrado en Cali, en 1994. Ver también los números 19 y 47 de la revista madrileña Telos.
21.
Suelen depender de facultades del tipo Arts and Humanities, lo que institucionaliza la separación con la sociología, la
vuelta hacia una forma de glosa y la celebración (post)modernista de las producciones culturales.
22.
El catálogo de Routledge, suerte de "órgano central" de esta movida académica, agrupa, bajo el título general de Media
and cultural studies, secciones como "Media and communication", "Broadcasting and the press", "Cultural studies",
"Multicultural studies", "Visual culture", "Cinema", "Music", "Gender and culture", "Lesbian and Gay studies", "Literature
and culture","Cultural heritage" y "Cultural skills" (Edición 1995).
23.
24. Un capítulo importante de este libro ha sido traducido al francés por Daniel Dayan en Hermès, ndeg. 11-12, 1993.
Se trata de otra evolución importante en los Cultural studies. Cuando antes eran grandes importadores de
producciones teóricas extranjeras, ahora se han amoldado al provincianismo mainstream de las ciencias sociales
anglosajonas y sólo recurren a autores extranjeros cuando sus obras están traducidas, con los desconocimientos y las
inevitables consecuencias de las diferencias horarias teóricas que resultan de ello.
25.
De las que disociaremos, por supuesto, a autores como Barthes, Genette y Metz, que, por otra parte, no habían
tardado en demarcarse de las pretensiones más guiñolescas de las autoproclamadas vanguardias académicas.
26.
27. 1995.
28. 1993.
29. Neveu E., Une société de communication?, Montchrestien, 1994, pp. 133-153.
30. Célebres publicistas británicos.
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Cultural studies: Selección bibliográfica
La lista de títulos presentada aquí no pretende ser una de los mejores de los Cultural studies. Sólo constituye una propuesta
de lectura de una serie de de obras de referencia, que también puede servir para ponderar algunas obras significativas de
esta corriente y sus evoluciones.
Richard HOGGART
La culture du pauvre, Minuit, 1970 (1ª Ed. 1957).
Uno de los únicos grandes clásicos que ha sido traducido al francés. Una etnografía comprensiva de la clase obrera.
Edward THOMPSON
La formation de la classe ouvrière britannique, Seuil Gallimard, 198? (1ª Ed. 1963).
Un clásico de la historia "desde abajo", la cual llama la atención sobre las condiciones de cristalización de un grupo social.
Whigs and Hunters, Penguin, 1975.
De cómo el análisis de la caza furtiva en el siglo XVIII revela el universo cultural e ideológico de las comunidades rurales. Una
hazaña intelectual.
Raymond WILLIAMS
Culture and Society, Chatto and Windus, 1958.
Una genealogía de la noción de cultura en las sociedades industriales. El zócalo de las problemáticas del autor relacionadas
con el proyecto de "materialismo cultural".
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Stuart HALL (Ed.)
Media, Culture, Language, Hutchinson, 1980 (con D. Hobson, A. Lowe y P. Willis).
Resistance through Rituals, Routledge, 1993 (con T. Jefferson).
Dos recopilaciones de textos salidos de los working papers del CCCS. Un compendio de las mejores producciones del centro
en la década de los setenta.
Paul WILLIS
"Profane Culture", Routledge and Kegan Paul, 1978.
Una muestra, en el terreno etnográfico, de las aportaciones más estimulantes del centro, referidas a las culturas jóvenes y
populares.
Dick HEBDIGE
Subcultures. The Meaning of Style, Routledge, 1979.
El best-seller de la corriente. Una referencia central en la problemática de las subculturas.
Charlotte BRUNDSON y David MORLEY
The Nationwide Audience, British Film Institute, 1978.
Ien ANG
Watching Dallas, Methuen, 1985, Reedición Routledge, 1995.
Dos momentos decisivos del "giro etnográfico".
Janice RADWAY
Reading the Romance, Verso, 1987.
Sobre la base de una literatura novelesca destinada a las mujeres, una muy rica contribución norteamericana y feminista que
renueva la comprensión de las condiciones sociales en las que se da el placer de la lectura.
David MORLEY
Television and Cultural Studies, Routledge, 1992.
Un balance crítico de los años ochenta y el giro etnográfico.
Lawrence GROSSBERG
We Gotta Get Out of this Place: Popular Conservatism and Modern Culture, Routledge, 1992.
Una figura central entre los que emprendieron los Cultural studies en Estados Unidos intenta detenerse en el estudio de los
vínculos complejos entre, por una parte, movilidad social y espacial, y por otra, incertidumbres respecto de la identidad.
David CHANEY
The Cultural Turn, Routledge, 1994.
Una reflexión prolija y estimulante sobre el balance de los Cultural studies, el lugar ocupado por la cultura en las sociedades
contemporáneas y las perspectivas de las ciencias sociales en su relación con dicho tema.
Ioan DAVIES
Cultural Studies and Beyond. Fragments of Empire , Routledge, 1995.
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Sin duda el mejor balance crítico, junto con el libro de Brantlinger (Crusoe’s Footsteps, Routledge, 1990), de los Cultural
studies.
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