domingo, 8 de agosto de 2010

REALIDADES Michel Serres -

 REALIDADES


Biografía 
Michel Serres, nacido en 1930, es profesor de filosofía y de
historia de las ciencias en la Universidad de París-I. Ex-ma-
rino, se interesó inicialmente por las matemáticas y la filo-
sofía, pero también por la pintura y la literatura. Su obra,
muy original por su variedad y por un tono en el que se
mezclan la teoría, el ensayo y la poesía, se articula en tomo
a una idea central: la búsqueda de la vinculación de las
ciencias exactas con las ciencias humanas.
Es autor de: Le systéme de Leibniz et ses modeles ma-
thématiques (PUF, 1968); Hermés (Minuit, cinco volúmenes
cuya publicación se escalona entre 1969 y 1980); Esthéti-
ques. Sur Carpaccio (Hermann, 1975); Feux et signaux de
brume. Zola (Grasset, 1975); Le Parasite (Grasset, 1980);
Cénese (Grasset, 1982).


Michel Serres
Mapas marinos

Hace veinte años, los pescadores de altura debían
presentar a revisión un lote completo de cartas mari-
nas y sus instrumentos de navegación en buenas con-
diciones. Era cuestión de seguridad, como se dice ac-
tualmente, y no sé si esta obligación se mantiene aún
hoy. En todo caso debe ir acompañada de molestias
múltiples, dado que el parasitismo administrativo ha
crecido desaforadamente.
En una ocasión, los instrumentos aparecieron en
demasiado buen estado ante los ojos del inspector.
Los mapas vírgenes, blancos, nuevos, estaban esplén-
didamente colocados, sin ningún pliegue, en un gran
armario con estanterías, recién pintado y cuya llave,
que costó un poco encontrar, iba un poco dura por
haberse oxidado. Toda la técnica necesaria desapare-
cía bajo la capa de pintura. Todo era muy aparente.
Todo el barco estaba limpio y repintado, por los capri-
chos de la ley, como suele cuidarse una bandera, para
que se vea: pabellón alto. La bandera, naturalmente,
sólo sirve para eso.
Ustedes no usan nunca nada de esto, exclamó,
bruscamente, el hombre del control. El hombre de

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mar perdió el dominio de sí y empezó a moverse, apo-
yándose alternativamente en una y otra pierna, vaci-
lante. El primero sonrió, quería saber, prometió que
no impondría sanciones. ¿Cómo se las arreglan para
encontrar Murmansk o Terranova en la temporada del
bacalao? Hizo falta tiempo, hubo que sentarse, abrir
alguna vieja botella, servir unos vasos, hablar primero
largamente de los niños, porque los barcos de alta mar
no se rinden en seguida. Siempre hay que parlamentar
antes de empezar a hablar. Veamos, ¿cómo se lo ha-
cen ustedes?
Imagínese un campo sin mojones indicadores.
¿Acaso algún campesino se equivocaría al ir a visitar
la granja de al lado? Gira a la izquierda al final del bos-
quecillo verde, va recto hasta el nogal, desciende por
el muro de piedra, y ahí abajo, al fondo de la hondo-
nada, ve el tejado rojizo del vecinu casi oculto bajo los
cedros. La pregunta ni se plantea. Se aprenden las
respuestas al mismo tiempo que se aprende a caminar,
a hablar, o a ver.
Así iban a San Pedro: se avanza hacia el sol de
poniente mientras flote alguna alga, se gira hacia la
izquierda, un poco, cuando todo se vuelve muy azul,
no puede haber error, allí están los parajes preferidos
por las marsoplas, luego viene una fuerte corriente
constante que lleva hacia el norte, más adelante el
viento que sopla por bajo, a ráfagas, después el oleaje
corto, el lugar donde se cruza la ruta de los grandes
cofres, entonces aparece el primer gran banco, allí,
bajo el viento.
El capitán no paraba de hablar, lo habría dicho
todo, hasta bien entrada la noche. Y lo que decía, lo
que veía desde su adolescencia, lo que él veía trans-
formarse a medida que él pasaba, lo que en verdad
no había aprendido de boca de nadie, porque sus dos

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patronos sucesivos no soltaban palabra en todo el
santo día, sino que señalaban con la mano, a veces, en
el momento de virar o de cambiar de orientación, todo
lo que voleaba de golpe, ante la mesa y sobre el man-
tel de encaje manchado de ron, esa superficie de la
mar rizada, tan diferenciada como nuestras viñas bajo
los perales, toda su descripción de detalles decisivos,
colores, peces, cielo, viento, oleaje, sí, todo aquello
era exactamente una enciclopedia, una enciclopedia
sumergida, como la catedral. Aquel día vi morir un
saber. Oí morir al empirismo. Ahora escucho su rumor
que asciende de las aguas.
Donde el viejo sabio sólo percibía algo monótono,
el patrón veía evidentemente un cuerpo estriado, ma-
tizado, atigrado, abigarrado, rayado, exactamente
diferenciado, una superficie donde había puntos de re-
ferencia, donde podía situarse claramente a cada ins-
tante y pese a la niebla; el patrón percibía el campo y
sus detalles cambiantes en el tiempo; donde el viejo
sabio sólo percibía algo inestable, el patrón veía un
espacio que cambiaba muy poco.
Aquel día me pregunté por qué un saber inspeccio-
naba al otro, lo controlaba, tenía poder para sancio-
narlo y hacerlo obedecer. Aquel día oí el diálogo más
viejo de la filosofía moderna, el de la razón y los sen-
tidos, cualquiera que sea el nombre que reciba; pero
en él la razón pasaba revista1 al saber más viejo del
mundo y lo echaba a pique. Era el día de las últimas
confesiones, es decir el tiempo de la etnología de los
vencidos. Con ellas no se hará más que una novela del
moda o una ciencia humanista de éxito en las ciudades
universitarias.
1. En el original: «la raison y arraisonnait», probable juego de
palabras que alude a «la raison y a raisonnait»: la razón no razo-
naba. (N. del T.)                .y

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Desde mi primera infancia me enseñaron que la
ciencia puede hacer visible lo invisible. Y de hecho
la carta muestra las profundidades del mar, indica a
distancia la roca oculta en la neblina. Los instrumen-
tos revisados por el inspector hacen aún más, anun-
cian la costa, dibujan el fondo del mar, en rigor le si-
túan a uno automáticamente. Todos nos inclinamos
ante tales logros, pero además hay que inclinarse ante
el inspector. ¿Por qué? ¿Por qué la razón por sí sola
no basta, por qué la razón elige la fuerza para imponer
razón? ¿Por qué, sobre todo, convierte a su vez lo vi-
sible en invisible? Ese cuerpo surcado por ondas, es-
table y cambiante como prados de alta montaña en
primavera, y ese espacio reconocible e intrincado, han
desaparecido. Sí, la superficie de los océanos se ha
nundido.
Desde mi primera infancia aprendí que los sentidos
engañan. No quedaba claro los sentidos de quién Lo
que ve el inspector sobre las altas praderas donde pa-
cen las fragatas no es nada; la visión de la razón sobre
la superficie dezmar es totalmente monótona, pero la
percepción del patrón no. Los sentidos raramente se
equivocan cuando están ejercitados, la razón se equi-
voca a menudo cuando no ha seguido un entrena-
miento. Estos principios son parecidos para ambas
partes, y son muy claros.
„LO,S sentidos no engañan. El paladar de un fino de-
n?smdom7S.T rcis0 que mil má(^uinas' el m^-
msmo mas delicado es biológico, tal o cual órgano de
un msecto o de una serpiente percibe mezclas a escala
molecular. Jamas se juzga científicamente al empi-
rismo; ¿y si se empezara a juzgar empíricamente el
racionalismo?^ La duda sistemática practicada po
s^sSnoPfüe só10 un ejercicio escolar m una B^r
sis solitaria. Fue un inmenso movimiento histórico y

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su fuerza se dispersó. Lo visible desapareció, se di-
sipó en lo invisible. Se despreciaron las cualidades, la
calidad. Otro invisible se puso ante nuestros ojos. Na-
die vio ya el rizo de la mar, todo el mundo buscó lo
lejano, lo profundo y los hizo sensibles. Puede decirse
que se borró lo inmediato. Y el patrón bacaladero no
pudo decir nada.
Así, los cartógrafos pudieron decir que habían des-
cubierto América, pudieron hacerlo creer y gloriarse
de ello, cuando cien pescadores, siguiendo los cami-
nos trazados en el mar, habían estado allí sin procla-
marlo en la historia. El triunfo del verbo escrito fue
una catástrofe perceptiva. La edad de la ciencia en-
gendró iconoclastas al nivel de los sentidos, se des-
truyó totalmente un saber refinado, vecino de la per-
cepción, del que sólo nos han quedado ruinas,
vestigios y fósiles.
7 Actualmente estamos suficientemente refinados
por las. razones y las ciencias para comprender por fin
el alto nivel de finura y de sabio refinamiento que
pueden alcanzar los sentidos. Tras siglos de cartas
simples, como las del inspector, siglos de cartas vio-
lentas que eliminan la percepción diferencial del pa-
trón para sustituirla por un papel blanco sembrado de
cifras esporádicas, tracemos la carta inmediata de los
prácticos locales, dibujemos la escenografía superficial
de los mares.
Tracemos el dibujo matizado, atigrado, abigarrado,
rayado, adamascado, tan fuertemente diferenciado
que nos hará ver la vecindad misma de la visión. Yo
no había visto nunca el mar hasta esa noche en La
Rochelle, cuando, tras pasamos horas escuchando al
viejo bacaladero, dejamos el camarote lleno de humo,
en desorden, y el mantel de encaje constelado de ce-
niza, de manchas y salpicaduras.

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Policía fluvial
cartausted bromea' Nunca Podremos trazar esa
^ —Ahora mismo diré cómo. Querría hablarle de mi
-O^dese de su hermano. Olvide su discurso.
¿con t^uederecho habla usted así? ¿Tiene algún tí-
tulo? ¿ Que sabe usted de la realidad-^
rnn~^1 hermano no conoce el mar. sino el río Ga-
rona. Vive de el, con él y en él desde que nació con
un Padre que. un día. murió junto al río, tras habe?
vivido allí cincuenta años. ¿Cree usted que lo conoce?
rán~e  8ún título? si no lo tiene< lo desPedi-
-No lo tiene, pero día y noche mi hermano está
junto al no. trabaja en el río, conoce todos sus cañi-
lo^rLsauces I cho.pos' ha comProbBdo la situación de
os bancos y ha salvado la vida en la corriente impe-
tuosa de las crecidas. Dígame, ¿lo conoce^
-No, lo despedirán de su trabajo y de su vivienda.
La administración lo ha decidido.
-¿Pero la administración conoce el río^
-Sí, tiene expedientes, cifras, informes. Despedi-
rán a su hermano.
-¿Lo real será el conjunto de esas cifras y esos
expedientes? Mi hermano nunca ha visto, a orinas del
no, a ninguno de los que hacen los expedientes, a nin-
guno de esos hombres pálidos con lenguaje
-.Son los únicos que conocen, le digo. A veces
los días de fiesta, van al club de vela. a navegar en un
fuera-borda. Despedirán a su hermano. Además an.
tes de irme le diré que la respuesta a la pregunta de

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Le Monde es clara y sencilla. La realidad es lo que
dice la administración. La administración define lo
real. Y punto. Y a usted, como a su hermano, algún
día lo despedirán de su supuesta realidad. Me irrita
usted. No entiende nada de las lenguas ni de sus lo-
gros.
—Pero...

Naves del espacio
Hemos visto un poco de lo que ignoro de las aguas.
Veamos ahora lo que sé del cielo.
***
La trayectoria de las naves espaciales no es sim-
ple, recta, monótona ni cartesiana. No van hacia la
Luna, hacia Marte o hacia Venus por las vías del Mé-
todo, como un hombre perdido en el bosque que, para
salir de él, empieza a caminar deprisa, en línea recta,
siempre en la misma dirección. La dirección de esas
naves es constantemente supervisada, controlada y
rectificada en tiempo real mediante ordenadores, que
trazan un recorrido bastante accidentado en sus deta-
lles. Si conservaran siempre la misma dirección diver-
girían, se perderían entre los astros. El diálogo de los
ordenadores, en tierra y en vuelo, deja en los archivos
largas tablas de números.
Recordemos a Julio Verne. En general, el viejo so-
ñador se equivocó bastante poco. Descendió a las mi-
nucias de la empresa, situó correctamente el punto de
partida, previo el amerizaje de llegada; su cálculo es
ingenuo, pero no ridículo; el análisis social es cómico,
pero verdadero: el proyecto astronáutico es dema-

90 / DOCE LECCIONES DE FILOSOFÍA
siado serio para ser dejado en manos que no sean mi-
litares. El Gun-Club de Baltimore es un círculo de
viejos pistoleros. Julio Veme se equivocó en un
punto, en la línea recta, y su error es canónico y me-
morable. La Columbia, monstruosa bombarda, cla-
vada en tierra como un pozo, cargada de toneladas de
algodón-pólvora, sale en línea recta, recta en el sis-
tema, recta en la abstracción, y yerra el tiro en la rea-
lidad.
    Si las naves de hoy llegan a su objetivo es porque
van desviándose con frecuencia/Dejo aparte la cues-
tión de la detonación inicial y de su descomposición
en estratos para evitar que la nave se funda ya antes
de partir, y sólo me fijo en la cabeza. El obús quiere ir
derecho a su objetivo, la nave va virando, vacila, se
balancea. El obús, confiado, se desliza en un sistema
liso, sin preocuparse por la situación local, se apresura
como el viajero perdido y amedrentado que sólo re-
tiene impresiones globales del paisaje que atraviesa.
Estas naves están muy atentas al espacio, observan su
posición; nosotros las observamos y no las dejamos
volar solas. Ciertamente no sabemos darles una direc-
ción precisa desde su partida, pero, sobre todo, ya no
estamos seguros de que no diverjan mucho si las
abandonamos a su dirección inicial. Las cosas no son
tan estables, no nos fiamos de la memoria.
Dicho de otro modo, el obús de Veme, por un li-
gero error de tiro, no dará la vuelta a la Luna, sino
que tiene más probabilidades de partir a un paseo
errático y ornamental: esta aventura le sucede, entre
nosotros, a todo viajero perdido en un bosque que se
obstina en caminar en línea recta hacia adelante, se-
gún el precepto de la recta razón, y diverge y se des-
vía cada vez más. El obús había partido en línea recta
en teoría, el cañón había disparado en un sistema sim-

VII. REALIDADES / 91
pie, mientras que nuestras naves, prudentes y me-
ticulosas, se orientan directamente en y por el
fenómeno. Tengo ganas de decir que las tablas de
números, aquí, se parecen a las viejas tablas de ob-
servación, alfonsinas y toledanas. Tengo ganas de
decirlo, no lo he dicho./
Por una vez, el cálculo está del lado del fenómeno,
y del lado de la práctica, y los tres están del otro lado
en relación con el sistema simple y estable, con los
principios y las leyes generales.CSueño incluso que el
ordenador nos dibuja, como sabe hacerlo, el paisaje
indicado por las tablas de números y atravesado por
las naves. Ahí contemplaríamos un cuerpo matizado,
abigarrado, atigrado, rayado, adamascado, tan dife-
rente del vacío abstracto que desprecia el obús canó-
nico. Donde el sistema permanece en secreto, el pai-
saje ha quedado sepultado bajo el inmenso código de
los números. El paisaje está en todas partes en el sis-
tema, la sonda debe atravesarlo, el sistema está en el
paisaje, como un arco iris en un prado, simplemente
habíamos olvidado el paisaje, por donde la nave corre,
de vecindad en vecindad, se diría que, más que un
cuerpo puro, atraviesa una mezcla donde encuentra
más obstáculos que vacío y transparencia.
No, no vuelvo a la fenomenología, que está dema-
siado vinculada a aquel a quien se manifiesta la apa-
riencia, y que da sobre un mundo, idealista y monó-
tono, perezoso, totalmente tejido de representaciones.
El paisaje del que habla es percibido, llega al observa-
dor en forma de información, es un paisaje ligero. Se
habla de él, es sobre todo un paisaje de palabra.
El que yo describo es también un paisaje lógico,
que llega a la nave en forma de números, como llega al
ojo con colores y relieves, o al oído en forma de on-
das, pero es una condición para ser manejable, en

92 / DOCE LECCIONES DE FILOSOFÍA
forma de fuerzas. Puede ser un espectáculo, es sobre
todo un tejido de obstáculos. Es un laberinto de obs-
táculos que se colocan ante el estrave. Estas fuerzas
materiales entorpecen el paisaje. Pasa del lado de la
realidad. Pero siempre ha estado en él, incluso aquí
abajo. Ciertamente han hablado bien de él sobre todo
los artistas pintores y los paseantes, los músicos y los
filósofos, y en rigor los geógrafos que consultan a
los viajeros, pero nunca los trabajadores.
El campesino no habla del paisaje. No tiene la pa-
labra. Si la tuviera, dina tal vez que un bello pano-
rama jamás ha llenado el estómago. Él hace el país y
lo negocia. Hace el país que el pintor describirá. El
campesino está en el paisaje como nuestra nave en el
problema de los tres cuerpos. Está en el espesor inin-
tegrable del sistema. Sobrevive en él con dificultad,
momento a momento. O mejor, en tiempo real. El he-
cho de que acabe de decidir bien no es nunca garantía
de que también decidirá bien mañana. El obstáculo,
delante, es contingente, es del tiempo de la? intempe-
ries. Y el paisaje ya no está en la fenomenología.
El paisaje, mezcla batida y código local del se-
creto, muestra la contingencia de la vecindad. La geo-
grafía muestra y oculta la física. Es literalmente cierto
que cuanto más penetra en las entrañas negras del
suelo más se convierte en geofísica o ciencia exacta de
la tierra. Cuanto más remonta hacia lo visible, hacia la
costa recortada o hacia el campo labrado, más se re-
mite a la contingencia de las vecindades del paisaje.
Devuelve gozo a lo necesario, finura a la geometría,
viste con una sonrisa el esqueleto de las leyes. El ma-
pamundi es un documento de identidad de la Tierra,
como la huella de mi pulgar es mi documento inme-
diato de identidad.
El geógrafo debería ser un físico feliz, con las ma-



VII. REALIDADES / 93
nos libres y los brazos abiertos, más que el campesino
tácito de las ciencias humanas. Es el último de los físi-
cos antes de ser el protoantropólogo. Tal es el lugar
exacto de la situación del paisaje, tal es el lugar exacto
del oficio de geógrafo, lugar delicado de señalar, tal
vez en razón del secreto. Véase la física, el sistema y
sus leyes. Véase la geofísica, mar de este océano.
Véase la biofísica, mar de este mar. Véase la ecología,
véanse las transformaciones de lo inerte por los seres
vivos. Véase la parcela convertida en nicho, y la ve-
cindad convertida en frontera. Véase el griterío de las
ciencias llamadas duras. Y considérense, por otro
lado, la etnología y la sociología, tribales y campe-
sinas, es decir, todo el ramillete de las ciencias huma-
nas. No, la geografía no es la intersección de estas
múltiples ciencias, porque la intersección múltiple no
(^ más que un recubrimiento de su originalidad, una
solución perezosa y plagiaría; no, la geografía es el sa-
ber del paisaje, y el paisaje es el estado de cosas que
reduce al silencio las ciencias duras y del que las cien-
cias humanas nacientes aún no pueden hablar.
El paisaje está ahí, como un estado intermedio y
necesario, y los geógrafos están también ahí, como
gentes de paso, como viajantes cristóforos obligados a
inventar una lengua nueva, como los filósofos, esos
vecinos acabados de llegar para tantear la travesía y
aprender sus lecciones. El paisaje es una mezcla de
vecindades contingentes, de roca y agua, de árboles y
tierra, el paisaje es el paisaje entre las llamadas cien-
cias duras y las ciencias humanas, un paraje silencioso
donde las primeras acaban sus discursos y su reco-
rrido cuando las segundas aún no los han empezado,
el paisaje es, pues, esta misma vecindad, esta mezcla
contingente de los hombres y del mundo, es un con-
cepto del paso del noroeste./,

94 / DOCE LECCIONES DE FILOSOFÍA
El paso del noroeste, a la inversa, es —en la tierra
y en el mapa— una mezcla y un paisaje. Pero se me
ocurre de repente que también podemos estimar el
semillero de islas, de archipiélagos, de témpanos y de
hielos flotantes, evaluar la siembra de los tiempos
para la fusión y la congelación, considerar estas com-
binaciones, estas disposiciones, contar nuestras posi-
bilidades de pasar, y confesar que el paso está cifrado
es secreto, está enterrado, perdido y sepultado bajo
los números. El sistema, en el paisaje, yace bajo las
tablas de observación, y no podemos romper esas ta-
blas de un papirotazo ni con balas de cañón. Un sis-
tema conecta, tal vez, estas islas, ese montón dis-
perso, en general. Hay dos tiempos, dos situaciones o
dos fases, como se dice en la teoría de las presiones
Nuestra edad de razón es un tiempo de mezcla y
de ordenadores.

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